Maternidad compartida
Aunque esta historia no es mía, ha sido parte importante de mi vida. No recuerdo los tiempos exactos, pero todo lo vivido ha quedado muy grabado en mí. Mi mamá siempre decía que a sus 27 años ya había tenido a todos sus hijos: seis mujeres y un hombre. Recuerdo el último embarazo de mi mamá con especial nitidez. Yo tenía 12 años y la veía muy cansada, irritable, llorona. Tenía cambios de ánimo abruptos que desaparecieron automáticamente cuando nació mi hermana pequeña, en medio de la primavera. Recuerdo que mi papá me preguntó qué nombre ponerle. Era la sexta mujer y ya se les había acabado el repertorio. Ahí se me vino a la cabeza una de las conversaciones que mi mamá había tenido un tiempo atrás con su mejor amiga, mi tía Oriana. Ahí le decía que si tenía otra niñita le pondría su nombre. Se lo dije a mi papá y fue así como la menor de mis hermanas fue nombrada Oriana (me reservaré su segundo nombre pues ya creatividad no quedaba).
Oriana nació con problemas de nutrición y al corazón y debía tomar leche especial y alimentarse en horarios muy estrictos.
Mi tía Oriana sin dudarlo ofreció su ayuda para cuidarme a mí y al resto de mis hermanos: Esteban tenía 8, Mariela 7, Paola 5, Claudia 4 y Betsabé solo dos años. Era indispensable contar con más manos que nos acompañaran. Mi papá era chofer de locomoción. Por su trabajo salía muy temprano en la mañana y volvía a la casa muy tarde en la noche por lo que no podíamos contar mucho con sus cuidados.
Mi tía Oriana tuvo una vida difícil. Su esposo sufría de epilepsia y lo pasaron muy mal con sus crisis. Ella debía abandonar todo cuando la situación se ponía complicada y tanto sufrimiento gatilló en ella ciclos depresivos que la llevaron a refugiarse en la comida. No sentía motivación por nada y creo que temía que si tenía hijos, éstos sufrieran de la misma enfermedad. No quería repetir esas experiencias dolorosas e inciertas. No tuvieron hijos y por eso pienso que fue tan apegada a mi familia. Recuerdo particularmente la vez que mi hermano se enfermó de paperas. Como mi hermana pequeña era chica aún, mi tía se la llevó a su casa para evitar el contagio. Lo mismo pasaba cuando llegaba el invierno y los virus daban vueltas por la casa. Ella siempre se llevaba a mi hermana para cuidarla y protegerla.
Así fue como poco a poco la tía Oriana se empezó a sentir viva otra vez. La relación fue cada vez más profunda y eso lo sentía mi mamá también, quien un día compartió ese pensamiento bonito, pero doloroso, con mi papá. Tras largas conversaciones y luego de pensarlo mucho, ambos decidieron cederle la crianza de mi pequeña hermana a la tía Oriana cuando la pequela tenía un año. Mi hermana aprendió a caminar gracias a ella y todo lo que es hoy se lo debemos a la tía Oriana.
Agradezco que a nosotros siempre nos explicaron lo que pasaría. Nunca nos ocultaron nada y crecimos sintiendo que la única diferencia era que ella vivía en otra casa. De hecho, nunca fue adoptada legalmente, pero sí pasó a tener dos mamás y dos papás.
Mi mamá murió hace siete años y hoy Oriana tiene a su mamá Oriana. El día de su muerte, estábamos todos alrededor de su cama, junto a mi pequeña hermana y mi mamá la consolaba, le decía que no llorara.
Hoy mi tía es abuela de tres hermosos nietos que ama con locura, y mi pequeña hermana fue doblemente feliz gracias a la generosidad de mis padres y a que entendieron que la maternidad a algunos los vuelve a la vida, les devuelve la dignidad.
Ruth tiene 43 años. Es casada, tiene 3 hijos y una nieta de tres años.
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