Esperar a tu hija mientras afuera todo es incierto
Debo confesar que me encanta el toque de queda por una simple razón: el silencio. Me despierto en la mitad de la noche y olvido que estoy en una ciudad en crisis, atiborrada y calurosa, llena de estímulos vacíos, en tensión constante. La tranquilidad me recuerda que más allá del cemento hay montañas, y este pequeño pensamiento me permite mirarlo todo con un poco más de perspectiva.
Llegué a Santiago en febrero, después de casi cinco años viviendo en Berlín. Llegué a Chile embarazada y desde el primer día no pude dormir bien, poco acostumbrada al flujo constante de autos y micros bajo mi ventana. Pero de a poco fui olvidando esos ruidos que llegaron a desvelarme. Cuando encontré la calma, llegó la ansiedad por encontrar un trabajo que al fin me permitiera poder sentarme frente al computador a hacer algo productivo y no a mirar cómo se vaciaba inevitablemente mi cuenta de ahorros. Otra vez mi buen dormir se desvanecía pensando en que debía ser eficiente para alcanzar a juntar algo que me permitiera hacer una pausa una vez que naciera mi hija.
Trabajo de manera independiente y no alcancé a cotizar los 16 meses requeridos para poder tener un posnatal remunerado. No tendré derecho a licencia ni a ninguna ayuda Estatal. En esto, con mi marido estamos solos.
Sabíamos que después del estallido social no sería fácil volver a encontrar trabajo, pero por otro lado estábamos muy motivados con la idea de construir un futuro del que podríamos ser parte. Y la identidad tira, por eso decidimos dejar atrás un país que nos acogió y en el que existe seguridad social. Un lugar donde podríamos haber tenido a nuestra hija tranquilos y seguros de nuestro bienestar económico. Pero pensamos que de una u otra forma nos las arreglaríamos acá. Lo que nunca hicimos fue dimensionar que sería tan difícil.
Algunos me dicen que Alemania es un país rico y que Chile no lo es. Y sí, Alemania es rico y por eso tiene infinitas líneas de metro y trenes, excelentes subsidios de vivienda con baja segregación, educación gratis y unos seguros de cesantía buenísimos. Por ser un país rico también, nos hubiesen pagado €200 ($180.000 pesos aproximadamente) mensuales por nuestra hija hasta que cumpliera 18 años. Sin embargo, por más que saco la cuenta, la matemática no me calza. La diferencia es simplemente demasiado grande ¿Cómo se pasa de todo a nada? Veo acá la riqueza de una forma en que nunca la vi allá. Una riqueza ostentosa que se derrama en casas, autos, piscinas, caminos y barrios elegantes.
Pasan los días en cuarentena y ya no es la ansiedad la que me despierta, sino los ocho meses de embarazo. El buen dormir no vuelve. No sé si es incomodidad o algún tipo de inconsciente preparación a las noches en vela que se vendrán. Quizás la naturaleza es sabia y yo, que siempre valoré tanto dormir bien, ahora disfruto el silencio que me permite abstraerme y dejar de lado, por un rato, los problemas, mientras veo pasar los minutos frente a mis ojos abiertos.
Estoy despierta y escucho un auto aproximarse. Avanza despacio e imagino los intermitentes. No son aún las cinco de la mañana y eso me hace pensar que esa persona debe tener algo urgente que hacer. ¿Irá al hospital? He estado muy pendiente de las sirenas, pero ahora no sé si son las mismas que pasaban antes o han aumentado. Y me pregunto, desvelada, si les pondremos cada vez más atención. Me pregunto también si seremos capaces de lidiar con esto. Pienso en las historias que vendrán y que nos entristecerán.
Escucho a un vecino llegar y me genera curiosidad el saber si será egoísta, irresponsable o si tendrá sus motivos para romper la cuarentena. Y como probablemente nunca lo sabré, decido quedarme con la consciencia de que sus acciones influyen en mi vida, en la vida de todos. Siento unas pataditas y me voy al sofá, frente al ventanal que da a la calle, a leerle una canción de cuna a la que se mueve allí adentro.
"Es la noche desamparo
de las sierras hasta el mar.
Pero yo, la que te mece,
¡yo no tengo soledad!".
Con esta nueva calma, segura de que con ella todo saldrá bien, me baja el sueño y volvemos juntas a dormir en la placidez del silencio.
Camila (32) es montajista y editora audiovisual.
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