“A veces pienso cómo hubiera sido mi vida sin hijos. Y supongo que hubiera trabajado mucho más. No solo más horas en la oficina, sino que también en casa o incluso los fines de semana. Supongo que me hubiera ido mucho mejor en mi trabajo y hubiera tenido más éxito. O tal vez no.

Tal vez habría viajado más, conocido aún más de lo que ya conocí hasta ahora. Más turismo, más playas, más resorts para personas sin hijos. Tal vez me hubiera vestido mejor, con ropa más cara. Hubiese tenido más tiempo para peluquería, masajes, yoga o gimnasios. Hubiera tenido un cuerpo estupendo, inmaculado.

Hubiera tenido más tiempo para los romances, o tal vez un mejor matrimonio. O tal vez no.

Quizás hubiera podido emprender grandes causas, tal vez la política, la militancia, la ecología, la lectura o la escritura, con más dedicación y más fuerza de lo que lo hice. O vivir aventuras; el rafting, el yatching, el montañismo. O trabajar en la solidaridad internacional, ir a países en guerra, con hambruna, a entregarme por buenas e importantes causas.

Pero también y, sobre todo, pienso que hubiera sido una vida sin cosquillas, sin risas locas, sin abrazos diminutos, sin cuentos por las noches. Sin esa especie de circo hogareño que son los niños a ciertas edades cuando muestran sus gracias y chistes malos, sus imitaciones, cantos, saltos y bailes. De búsqueda de sus identidades sin el sentido del ridículo que tenemos los adultos y que les (y nos) permite gozar y reír sin limites ni vergüenzas.

¿Qué hubiera sido de mi vida sin ver esos ojos inmensos maravillados con los libros, con el mundo, con los viajes? Verlos reaccionar frente a cada descubrimiento; el mar, los astros, el sol y la luna, todos juntos. Enseñarles a disfrutar la vida, los viajes, los descubrimientos y la ciencia. Verlos enfrentar la vida, saltar desafíos y etapas, sufrir a veces.

La maternidad es difÍcil. Algunos años es pañales sucios, llantos nocturnos, enfermedades interminables. Años de malos ratos en colegios, y luego desvelos por los carretes adolescentes. Pero la vida con hijos no es solo parto, puerperio, pechugas, pañales, sufrimientos y barreras o impedimentos al goce. Al contrario, es también un goce multiplicado por las risas y las experiencias compartidas por estos nuevos observadores del mundo maravillados de lo que descubren día a día, de nuestra mano.

Tal vez, si no hubiera tenido hijos, pienso, me habría cansado de mí y de mis éxitos, de mis placeres conmigo misma, de mi tenida estupenda, de mi cuerpo perfecto. Me podría haber decepcionado de mis amores, o de mis trabajos, y hasta de mis aventuras y pasiones. Y no tendría ese amor incondicional, que nos es dado y que entregamos, aun al hijo imperfecto ante nuestros ojos, al hijo que no es exactamente como imaginamos, que no hizo lo que hubiéramos hecho. Ese amor cuando están orgullosos de los éxitos de su madre, como nadie puede estarlo. O cuando me apoyan en los momentos de tristeza y soledad, y en los fracasos. Ese amor está ahí ante todo y seguirá estando siempre”.

Sonia tiene 56 años y es arquitecta.