Chancho en el barro
Periodista noctámbulo, copuchento y politiquero, reemplaza a Fernando Paulsen, su mentor y amigo, en las noticias de medianoche de Chilevisión, uno de los pocos espacios donde se conversa en la tele. Matías del Río tiene el día para él: lo dedica a sus hijos (4) y a conseguir plata para financiar un colegio propio (no lucrativo). Cree en el atrevimiento, la trascendencia, servir al prójimo y la revolución. Y dice estar en los mejores años de su vida.
No hay que sacar el cuaderno con lista de preguntas: la conversación se da al tiro y sigue con los cuentos, digresiones y alegatos del conductor de Última mirada, de Chilevisión, Matías del Río. Tipo cuatro de la tarde está sentado, con un libro y un café, en el bar del Club de Polo, en Vitacura, al lado de su casa, donde va al gimnasio para fortalecer la flacura.
Dos horas después, una más de lo presupuestado, muestra fotos de sus hijos, y de la nana que lo crió, fallecida hace poco, que guarda en la billetera y en un blackberry. Billetera y aparato son sencillos y carreteados, pero su uso lo atormenta. O más bien lo interpela: el consumismo le resulta una rotería, en el sentido cultural y no social de la palabra, matiza. "Si mis hijos caen en eso, fracasé", dice. Pero como no es un santo, quiere un blackberry nuevo.
Se declara católico, admirador de los ignacianos, amante de la calle y de la gente. "Entramos para aprender, salimos para servir", le parece una frase notable: piensa que la mayor satisfacción propia es darle al del lado. En todo sentido es de la elite y parece tranquilamente de derecha, pero en su casa tocaban cacerolas durante la dictadura (la broma del vecino a su mamá era: "Saque las langostas a la olla, que no suena"), y él siente una responsabilidad cívica lindante con lo popular. Junto a su hermana y varios amigos es parte de una fundación que sostiene un colegio de Lampa.
Trabajó en los diarios La Segunda y La Hora; en la revista Capital y en radio Concierto, y de ahí llegó a la tele, al programa El termómetro, en Chilevisión, que terminó su ciclo con alto rating, pero que fue desbancado por las más lucrativas teleseries. Ahora está dedicado al noticiero de trasnoche del canal y a hablar en la radio Duna. Es hablador profesional. Opina con datos y ejemplos, va de una cosa a otra, tiene mil cuentos. Que tomó ritalín y fue un vago hasta los 18; que le hubiese gustado ser abogado litigante o diputado; que no le gustan la Udi ni los socialistas; que Eduardo Frei hijo ha sido el verdadero generador de cambios; que no le perdona el ego a Lagos ni lo momia a Bachelet; que hay que hacer la revolución con la educación.
Yo era un animal
–Dices que llegaste a la tele por una demencia de Jaime de Aguirre, pero contestaste al tiro que sí.
–No tan al tiro. Me había propuesto darme un año sabático para quedarme en mi casa, no para irme a Boston. El trabajo en la radio, que me dejaba desocupado a las nueve de la mañana, me permitía solventar el 70% de mis gastos. Tengo cuatro niños, en mi casa somos nueve personas, sumando dos nanas, mi señora, yo y una inglesa que está de intercambio. Es profesora de mis hijos en el colegio: se les preguntó a los padres quién la recibía y al tiro, venga la inglesa.
–Como una institutriz.
–De dónde institutriz, pero las pega. Habla en inglés con los cabros, les ayuda en las tareas. Soy relativamente austero para vivir, no he caído en la fiebre del Audi, y eso me da libertad. En el año sabático quería enfrentarme a la soledad en el escritorio, hacerme una rutina de lectura, leer los clásicos, porque mi pega exige tener una cultura que no tengo.
–¿No?
–La cultura que tengo se la debo al comedor de mi casa, a mis papás, que son profesionales, y a mi hermanos, soy el menor de cinco. Mi familia es más bien culta, pero yo era un animal. Tuve 5,1 de promedio en el colegio, repetía de curso, era disléxico, disgráfico, dis todo. Me daban ritalín con la papa, me iba del colegio a la psicopedagoga, como quien va a clases de guitarra. Fui un vago hasta los 18, me interesaba el fútbol y nada más.
–¿A tus hijos les darías ritalín?
–Si el doctor lo dice, sí. No sé cómo será el resultado en mí… Fui lector de chico, pero de diarios; me acuerdo de cosas que no se acuerda nadie. Cuando Héctor Soto –trabajé con él cinco años– necesitaba alguna estupidez, iba a mi oficina y me decía: "Tú que sabes todo lo que no hay que saber, ¿quién es el diputado por el distrito ocho?" Y yo sabía.
–¿Qué leíste en el año sabático?
–Nada, si no me lo tomé al final, porque me llamó Jaime de Aguirre y me ofreció la única cosa a la que era imposible decir que no. Era un súper desafío, un programa choro, en un canal que iba para arriba, librepensador, con gente nueva.
–Ahora te encanta la tele.
–Me encanta. Todos los que trabajan conmigo saben más que yo, pero igual decido muchas cosas porque al final yo pongo la cara, y eso se respeta. Para mí es el sueño del pibe, el lugar donde siempre soñé estar: soy noctámbulo, copuchento, me gusta la política, conversar. Y hacerlo todas las noches con el personaje del día, es un lujo. Llego a mi casa a las dos de la mañana y pienso: "¡la cueva, y que por esta huevada me paguen!". Cuando cierro la puerta del auto, hago así (se frota las manos) y me sube como un calor.
–Perdona que te lo diga: hablas igual a Paulsen, con ese tic de explicar de más, el rodeo…
–¿Así es que hablo como Paulsen? Somos súper amigos, lo he dicho cien veces, pero prefiero ser mamón que mal agradecido. Es un hueón seco, un tipo que no piensa desde lo preconcebido. Si trabajas con él te deja ser, y si te equivocaste, sácate la cresta. La primera vez que hablamos conectamos al instante, encontramos puntos en común, estupideces: el tango, Gardel, Serrat, Maradona.
–¿Bailas tango?
–No bailo nada. Debiera estar prohibido bailar. A mí me gustan cosas insólitas. Cuando viajo voy a los cementerios, ahí está la historia. No es que sea necrófilo, mi mamá es historiadora y me lo traspasó. Me gusta la micro, el barrio, la conversa con el mozo, el portero. Me gusta mirar. No parece pero soy bastante freak.
La revolución
–Cuenta de este colegio que tienes.
–Un colegio con salas, campana, alumnos, en Lampa. Se llama San José, es parte de una fundación que se llama Astoreca, funciona desde 2005 y hasta el momento llega hasta 4o básico. Es gratis, no ganamos plata –parte de la pelotudez actual es lo del lucro: no hay que preocuparse de eso, sino de si los niños aprenden. Hacemos educación en pobreza con calidad, tema que me apasiona.
–¿Qué es lo que haces exactamente?
–Soy un gran levantador de platas. Tengo reuniones con ricachones, fondos de inversión, me dan harto. Mi hermana es la directora. Es un colegio precioso, trabajamos con expertos. Dar oportunidades donde no las hay le da sentido a la vida. Eso es lo trascendente: servir al prójimo.
–También te gusta la cosa popular, lo público.
–Me gusta más que a un chancho. Soy tan metido en onda que en el colegio iba al conteo de votos de la Feuc, año 83, en la noche. Siempre he sido un abogado frustrado, un litigante, como Lucho Ortiz o Pablo Rodríguez, ese tipo de abogados que tiene que defender una posición. No Robin Hood, por el bien: mi vocación es ser capaz de pararme frente a un jurado y encontrar la lógica argumental, final.
–¿Y por qué estudiaste Periodismo?
–Antes estudié Antropología, un año en Valdivia, en 1988. Era un pendejo. Nos tomábamos la universidad todos los días. Estoy como los viejos que hablan de mayo del 68: yo entré a clases con milicos en la puerta, con fusil y casco. Siempre fui bien chuchoquiento. Mi familia no es de izquierda, pero no se tragaron el sapo contra la UP, ni siquiera mi papá que era momio. Recuerdo un martes en la noche, tipo nueve y media. Escuchamos en la Cooperativa que habían secuestrado a Carmen Paz Hales, hija de Alejandro Hales Dib, que fue ministro de Minería de Frei. En forma espontánea mi papá y yo fuimos a la casa de esa familia, no la conocíamos. Ese tipo de cosas no se usaba mucho en mi medio. Me encantaba ponerme la chapita del No en las fiestas pitucas del colegio Los Andes y del Villa María. En las noches oía la radio Minería, la Chilena, la Cooperativa y el programa Escucha Chile, me sentía en la revolución.
–¿Y qué te pasa con la revolución ahora?
–Me parece fantástica, pero cada uno entiende la revolución como quiere. A este país le hace falta una revolución de puta madre en educación. ¡Atreverse! Atreverse a todo, al Colegio de Profesores. O a los mineros, que son unos cara de raja. A los grupos de presión que buscan privilegios particu lares. Si la Cut se preocupara también de los desempleados, sería adecuada para el país. O un colegio de profesores que se preocupe de que los cabros aprendan inglés, cosa para la que no sirve ningún bono; hay que traer 350 ingleses. Eso es lo que hay que hacer, pero nadie se atreve porque el Colegio de Profesores para. Y eso no es revolución.
–¿Y cómo ves el periodismo actual?
–Hay muchos buenos periodistas y también gente penca que no hace la pega. A lo que le tengo mala vibra es a las escuelas de Periodismo. Hice clases y me salí por pudor. La universidad está banalizada. Me parece insólito que los periodistas no tengan Cálculo, Física, Lógica, o vayan dos horas de clase al día. Debieran ser dos años de ocho horas diarias con Historia, Filosofía, Matemáticas, Economía, de lo que los periodistas supuestamente escapan. Eso es sospechoso: un periodista no puede arrancar de nada.
Hacer fe de los políticos
–A ti te gusta la empresa privada más que el socialismo.
–Me parece que nivelar para abajo es tan mediocre. Hay gente que le tiene susto ideológico a la flexibilidad laboral, por ejemplo, porque hay empresarios abusadores. Claro que los hay, pero ¿son la norma? Habría que verlo. La gente no es mala, quiere dar trabajo. Me imagino que los que tienen empleada puertas adentro no las hacen dormir en camas de palo, hay casas donde pasa esa rotería de que no comen lo mismo, pero no es lo normal. Y una derecha que quiere puras libertades, que el Estado no se meta, no pues, porque esa libertad voraz permite que haya mafiosos y narcotraficantes que se meten al negocio de la educación porque es rentable. Eso provoca que desde la izquierda se diga que ganar un peso es nocivo, que los privados son unos animales. Me tinca que entre estos extremos hay algo razonable. La ideologización me enfurece.
–Pero así es la política, desde una postura.
–Me encantaría ser diputado, pero no puedo, porque tendría que optar por un partido. ¿Me voy a la Udi, al Partido Socialista, para que me castiguen si voto por mi cuenta? Ni una posibilidad. Además es difícil ser diputado. Hagan fe, trabajo hace años con políticos, hay muchos chantas, pero la mayoría son muy buenos. Como en todo, los malos sobresalen. Es súper irresponsable que la opinión pública se compre la idea de que los diputados no hacen bien su pega.
–Y la prensa, ¿qué rol tiene en esto?
–Caemos mucho en la opinión fácil. La mejor prueba de lo bueno que son los diputados es que este país funciona: tiene un marco legal que es producto del trabajo parlamentario. Éste es un país muy serio. Alguien dirá que vivo en jauja. Claro, hay cagadas, las casas Copeva se llueven, hay colas y hospitales malos, no estamos en Suiza, pero aquí hay responsabilidad, sentido republicano. Es un mal negocio apedrear a los políticos.
–Pero los mismos políticos aportillan a diestra y siniestra. Piñera, dueño del canal donde trabajas, se lamentó de estar en democracia por tener que esperar a que termine el período de Bachelet.
–Piñera tiene negocio que es ser político cada día, y me imagino que comete errores. Muy mal si dijo eso. Pero me imagino que él quiere el bien para este país y se saca la cresta. Le creo, como le creo a Longueira, Viera-Gallo, Lavín, Escalona, Insulza, Ominami. Los conozco, tienen una dimensión humana muy fuerte. Mi problema es que me enamoro del ser humano que entrevisto. Parece una frase de tarjeta Village, pero les compro todo, no el cartel ni la postura, pero les creo, lo vivo. Me encariñé con Ominami en campaña, con Arancibia en las calles de Valparaíso. En periodismo hay que superar esas vallas. Me caen mal los prepotentes, los defendidos, los que no miran a los ojos. Soy re poco cool, nada escéptico. Lo único que pedí cambiar en Última mirada fue la mesa como potrero que tenía Paulsen por una chica: yo quiero tocar a los entrevistados
–¿Qué piensas de Lagos?
–Me decepcionó esa egolatría extrema que lo llevó a hacer cosas súper irresponsables por quedar como el hacedor en el libro de historia. Lo del tren a Puerto Montt, por ejemplo, se lo dijeron en todos los tonos: era una irresponsabilidad. Se gastó mil cien millones de dólares y hoy Ferrocarriles está quebrado. Con esa plata se hacen 350 colegios y le cambias al cara al país, pero no, él quería que se viera. Arrotado, onda Mitterrand. No digo que fue un mal Presidente, en la parte institucional y cultural lo hizo bien.
–¿Y cómo ves a Michelle Bachelet?
–Muy momia. Debería acordarse de sus sueños, debería hacer alguna revolución, para eso la eligió el pueblo. Todavía me quedan los últimos cartuchos de idealismo, y creo en esa revolución, en atreverse. ¿Sabes quién hizo una revolución silenciosísima, que nadie valora? Eduardo Frei, que es todo lo contrario de Lagos. Cuando miras ex post su gobierno, ves la reforma procesal penal, que no es muy glamorosa, pero hoy los procesos duran una semana y antes duraban cinco años. O las sanitarias: Santiago tiene el 73% de las aguas servidas manejadas y pronto vamos a llegar a cerca del ciento por ciento. ¡Ni en Alemania! Aguas Andinas invirtió tres mil millones de pesos, y eso porque el gallo se atrevió a privatizar. Pero como es calladito y medio latosón…
–Pero Bachelet ha hecho cosas: la reforma previsional, la salud gratis para los mayores de 60.
–Amorosa, si no digo que sea un desastre. Una de las cosas que me gustó de ella fue cuando paró el puente a Chiloé. Ahí hay una persona cojonuda. Hay que atreverse a ser impopular. ¡Defínase pues, echémosle pa' adelante! A lo mejor es fácil decirlo desde aquí. Pero soy romántico y creo que hay que hacer lo mejor por Chile.
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