Matilde Pérez es, probablemente, una de las artistas más vanguardistas del circuito artístico chileno, aunque quizás hablar de ella como parte de ese circuito no sea exactamente lo que la ha caracterizado: por más de cuarenta años ha trabajado sola, encerrada en su taller, trabajando de noche, dedicada al arte geométrico y cinético, e incomprendida por los artistas de su generación quienes, a comienzos de los 60, no valoraron su adelantada propuesta.

En décadas de trayectoria ha dejado su personalísima huella en los muros de Valparaíso, en el gran mural exterior del Apumanque, en Santiago, y en los cientos de alumnos a los que ha transmitido su oficio en la Escuela de Bellas Artes, en el Instituto Cultural de Las Condes y en su propio taller. Matilde, sin embargo, no da clases de arte geométrico. "Con eso se nace", dice, "es imposible de transmitir". Paradojalmente, enseña aquello que hace muchos años abandonó: la tradicional pintura con modelo.

Los últimos años la han tenido trabajando en un proyecto de largo aliento: un libro que habla de la historia del movimiento geométrico en Chile y en el mundo y que comienza con un extenso capítulo dedicado a contar su empecinada vida.

Has sido siempre una mujer contra la corriente. ¿De dónde te viene eso? ¿Hay algo que te marcó desde la infancia?

Mi infancia no fue una infancia corriente, porque yo me crié en el campo a potrero y sin mamá. Hacía lo que se me ocurría a la hora que se me ocurría. Pasé mi niñez arriba de las higueras balanceándome con el viento, tenía cuatro años, daba un salto y me subía a una rama, me balanceaba para acá y para allá hasta que agarraba vuelo y podía ir subiéndome a las otras de más arriba, comía higos y no bajaba ni para almorzar; era un mundo solitario y bastante extraño, me bañaba en unas acequias que había en el jardín, me acostaba vestida hasta que quedaba el puro cogote afuera, me lo pasaba en eso. Yo digo que era feliz porque realmente hacía lo que se me ocurría.

¿Y qué pasaba con tu familia mientras estabas en las higueras?

No se enteraban de nada, yo andaba siempre sola. No había nadie. Mi mamá murió cuando yo nací, así es que era la primera y la única hija. Cuando mi mamá se casó con mi papá, en el mismo momento en que me quedó esperando, se le ocurrió que se iba a morir el día en que yo naciera, y se murió pues.

¿Y por qué pensaba eso?

¡Pero si no sabían qué hacer para que no pensara eso! Yo nací perfectamente bien y al momento de irse el médico le dijo: "Señora, ¿se da cuenta de que era lo más normal tener un hijo?", pero a mi mamá le empezaron fatigas, una detrás de otra y no discurrían nada, era inútil, se murió. En esta media pelotera, que duró algunas horas, llegó un hermano de mi papá y preguntó por la guagua: nadie tenía idea, se habían olvidado por completo. Él fue a buscarme por todas las piezas y me encontró lejos, helada completamente, así es que gracias a ese tío yo existo. Pienso que eso debe haber sido espantoso para una guagua: que no tuvo mamá, que la dejaron botada, que nunca le hicieron añuñucos...

¿De qué manera crees que eso incidió en tu vida y en tu obra?

El ser huérfana de madre es algo que de alguna manera influyó en toda mi vida; la soledad me ha acompañado siempre. Durante mi infancia y durante toda mi carrera artística me fui sumergiendo en mi propio mundo de fantasías y sueños, creciendo sin protección. No sé cómo habría sido mi vida si las cosas hubieran sido distintas, no lo puedo imaginar; supongo que eso influyó en que en mi cabeza hubiera un espacio que sólo me pertenece a mí y que es lo que me ha permitido mantener mis creencias y mi sensibilidad lejos de las influencias de los demás.

QUIERO SER PINTORA

¿En qué momento de tu vida decidiste que ibas a ser artista?

Pintora. La palabra "artista" no existía en ese tiempo. Decidí ser pintora a los cinco años y nunca supe por qué, simplemente lo decidí y pensé que todo lo que pasara en mi vida entremedio no iba a tener ninguna importancia. Nunca se lo conté a nadie, recién lo hice cuando ya era una pintora. Entonces, después de decidir esto cuando chica, me dediqué a esperar, me salí de las monjas, iba a algunos bailes, tenía un lote de amigas, un lote de candidatos y de repente decidí cortar con todo de una plumada. Determiné que ya era el momento de empezar a prepararme, de dejar de divertirme.

¿Y cómo te pusiste manos a la obra?

Fui a la casa de una amiga que tenía clases con don Pedro Rezca, me presenté y a él le importó un rábano que yo quisiera estudiar pintura. Al irse me dijo: "Bueno señorita, tráigame algo hecho por usted la próxima semana". Le llevé un dibujo con unos clarines que se movían en todas direcciones, le gustó y me dijo: "¿Cuándo quiere empezar las clases?, ¿mañana?". ¡Te das cuenta! Don Pedro me hacía dibujar todas las semanas al pastel y me ponía de modelo unas guindas y un montón de cosas. Después me rayaba todo lo que yo había hecho, y yo no decía nada. Así pasaban las semanas, hasta que un día él me dijo: "¿Y usted no llora?" "¿Y por qué voy a llorar?", le contesté. "¡Ah! porque a todas mis alumnas yo les hago esto y lloran a mares". No me rayó nunca más. Yo estaba todavía en el colegio y poco después decidí postular a la academia de Bellas Artes, pero no le conté a nadie. Ni a la almohada.

¿Por qué?

Porque mis primos ya se reían de mí a górgoros: que mira que se cree pintora... ¡y quedé con una de las mejores notas! Me fue tan bien que me dejaron en segundo año al tiro. Bueno, y aquí me tienes...

Y te enamoraste de tu profesor de pintura...

Espérate, si no es tan rápido. Cuando yo no entraba todavía a la Escuela de Bellas Artes fui una vez a misa y vi a una persona. Entonces pensé: "Ese gallo debe ser un artista, y si lo conociera me gustaría". Los chifles somos así. Varios días después fui a un concierto y vi a este mismo personaje. "¡Uy!", dije, "no me equivoqué: era músico. Eso pensé". Cuando entré a la Escuela de Bellas Artes me dijeron que fuera al segundo piso, a la sala del profesor Gustavo Carrasco. Llegó, él se da vuelta ¡y veo que era el mismo hombre!

Qué romántico.

Lo más impactante que hay. El caso es que empecé a ir todos los días a clases. Él empezó a invitarme a tomar té al casino y me convidaba cuando se juntaba con sus amigos, que eran todos profesores de la universidad y que habían estado becados en Europa. Entonces, fíjate que así empecé a adquirir una gran cultura artística: todas esas conversaciones yo las encontraba entretenidísimas pero no abría ni la boca... qué iba a hablar si yo no sabía nada.

¿Y cuándo te pidió matrimonio?

Se fueron dando las cosas. Un día me dijo: "Oiga, ¿qué sentido tiene que usted ande por allá y yo por acá?, mejor que nos casemos". Pero lo dijo sin esas declaraciones pomposas, ni nada. Nos casamos en el departamento de una tía de Gustavo, y el hermano de ella, bien loco, tocaba el serrucho, un serrucho de verdad, y tocaba maravillas, y la tía ésta tocaba el piano.

¿Y te casaste vestida de blanco?

No, nada de eso. A Gustavo y a mí nos habría cargado, así es que me puse un vestido azul de calle muy bonito, y punto.

Hay una generación de artistas mujeres que fueron pioneras en Chile, un poco como tú, y que decidieron no tener hijos. Ellas pusieron en primer lugar el arte...

Sí, ni la Lily Garafulic, ni la Ana Cortés, ni la Inés Puyó y muchas otras, y nunca se quejaron de no haber tenido hijos. A mí tener hijos me importaba un rábano. A Gustavo tampoco le importaba tener o no tener hijos, no nos complicaba en nada. Tuve un solo hijo, Gustavo, y me quedé embarazada por chiripa. Yo nunca fui dueña de casa: me hubiera muerto, no me interesa ni he aprendido nunca a cocinar.

BECADA EN PARÍS

Ganaste una beca para ir a estudiar a París cuando ya estabas casada. Eras una mujer de 35 años con un hijo entrando a la adolescencia y la beca era por más de un año. Cuéntame cómo tomó tu familia el que dejaras a tu marido y a tu hijo solos en Chile.

Ahí empezaron los dramas. En mi familia nadie abrió la boca. Me fui a hablar con mi suegra, y ella me apoyó. Encontró que yo tenía derecho a tener un espacio para mí, para desarrollarme, y eso considerando que Gustavo era su regalón y que eran otras épocas.

¿Qué pasó con tu hijo?, no habrá sido fácil separarte de él por un año.

Mi hijo ya no era una guagua, pero estaba contento, fíjate, porque consideraba que era fascinante que su mamá viajara y toda la historia. Le escribía seguido y le mandaba cosas que a él le gustaban, como escudos y otras cositas.

¿Y tu marido?

Estaba indignado, pero me dijo: "si hasta mi mamá le da la razón qué puedo hacer yo".

¿No te daba miedo perder el matrimonio o algo así?

Bueno, yo corría todos los riesgos, pero nada de eso pasó. Para mí, el primer lugar era ser pintora. El día que yo me iba a Buenos Aires por avión, para luego tomar un barco por el Atlántico, él vio una nubecita en el cielo, que era una rayita apenas y me dijo: "No se vaya porque le va a tocar una tormenta en la cordillera". Yo no le dije nada.

Cuando Matilde inició esa beca en Francia, en 1960, ya estaba inmersa en la geometría. Había abandonado el modelo natural y las naturalezas muertas se iban simplificando cada vez más. Así, donde alguna vez hubo un tiesto, ya sólo quedaban líneas. Su camino artístico no tenía vuelta atrás. Estando en París tuvo un encuentro con el famoso pintor Víctor Vasarely, maestro geométrico y cinético. Él sería determinante en la obra de Matilde.

¿Cómo llegaste a Vasarely?

Un día me llamó la Marta Colvin y me dijo: "Fíjate que hay una exposición de Vasarely". Fuimos. Había una niña en un rincón escribiendo a máquina que se nos acercó y nos dijo: "¿Quieren conocer a Vasarely?" ¡Te das cuenta! Él llegó y yo le conté que llevaba seis meses en París y que me interesaba la geometría; me dio una tarjeta y me dijo: "Cuando tenga unas quince cosas, llámeme". Me desesperé, no tenía quince cuadros que mostrarle, y con el frío de París el óleo no se secaba nunca. Decreté, en la noche, porque es en la noche cuando me empiezan a discurrir las cosas, que iba a hacer collages de papel. Cuando tuve unos quince lo llamé, pero resulta que el hotel donde yo estaba tenía unas piezas chiquitas y lo primero que había cuando uno habría la puerta era un bidet, ¡cómo iba a meter a este señor a ver un bidet! Entonces le pedí a la señora que estaba a cargo del hotel si era posible que me prestara el estar, y me autorizó. Este caballero estuvo como una hora viendo mis obras y me felicitó. Ahí se estableció una relación que duró toda la vida, hasta que él murió. Tengo muchas cartas y libros que me dio.

LA INCOMPRENDIDA

Cuando Matilde Pérez volvió de Europa se encontró con que todos sus colegas le cerraron las puertas en las narices: no les cabía en la cabeza el arte de esta mujer que abandonaba los pinceles por la madera, el acrílico, el acero y miles de ampolletitas de colores. Las instalaciones, esculturas, murales y túneles cinéticos que Matilde comenzó a hacer en los 60 eran demasiado avanzados para la escena artística del Chile de la época.

¿Fue muy doloroso para ti el rechazo a tu trabajo? Durante muchos años pocos dieron crédito a tu obra.

No fue sólo doloroso. Fue horrible, pero como soy mula de porfiada sentía que no podía ceder. Me sentí incomprendida por todos aquí, por mi generación, por la siguiente y por la subsiguiente, y puedo decir que recién en este momento apareció una juventud de cerca de 25 años que me entiende y que disfruta lo que yo hago. Estos jóvenes del siglo XXI me invitan a exponer con ellos, como un honor, porque me consideran una precursora.

Te has mantenido alejada de la taquilla artística ¿Sientes que, de alguna manera, te perjudicó también el mantenerte al margen de los circuitos oficiales?

Sí, sufrí mucho de estar años sola, pero hay muchos artistas que andan en la búsqueda del éxito, y yo no he estado nunca en la búsqueda del éxito. Yo no vivo ni he trabajado nunca para eso.

Tu maestro, tu propio marido, tampoco apoyó tu obra y, por años, no la entendió. ¿Qué significó eso para ti?

Fue la hecatombe. Cuando yo llegué de Europa con estas cosas geométricas, eso lo mortificó, no le llegaba, no lo entendía, y prácticamente no pudimos hablar más de arte. Se producían discusiones muy antipáticas entre nosotros, así es que optamos por hablar de otras cosas, pero jamás de arte. Un día estábamos en el comedor y detrás de mí había una escultura mía de acrílico, en blanco y negro; él tenía ya 91 años, ¡imagínate los años que habían pasado! Entonces me dijo: "Yo nunca entendí nada lo que usted estaba haciendo, pero resulta que ahora me saco el sombrero por haber sido capaz de estar sola y haber enfrentado una cosa de este tipo". Recién entonces estaba empezando a entender. Le agradecí mucho que me lo hubiera reconocido. Poco tiempo después murió.

No ganaste el premio nacional de arte este año, aunque tenías méritos de sobra y trayectoria. Incluso el premiado, Gonzalo Díaz, declaró que habría votado por ti, ¿qué te pasó con el hecho de, nuevamente, no haber sido reconocida?

Nada. Oye: ¡si estoy tan acostumbrada a que me pasen cosas desfavorables que cuando me pasa algo favorable me asusto, pienso que después viene algo malo! Además, justo tres días después me gané un concurso para hacer un mural en la nueva Facultad de Matemáticas de la Universidad Católica. Es un espacio exterior de 40 metros de largo. ¡Cómo no va a ser una maravilla! Y es algo que queda, lo que es impagable. Eso me tiene muy contenta.