Matrescencia: ¿qué es y por qué está siendo objeto de estudio?

maternidad



“¿Recuerdas la adolescencia, esa etapa de cambios hormonales y desborde emocional, cuando la piel se te llenaba de granos y el cuerpo crecía sorpresivamente de manera desproporcionada en ciertas zonas? ¿Ese tiempo en que las personas esperaban que te comportaras como adulto frente a un nuevo proceso tan incómodo? Bueno, estos mismos síntomas viven las mujeres cuando van a tener un bebé. La diferencia está en que sabemos que sentirse confundidos en la adolescencia es normal, pero ni siquiera tenemos una palabra para describir esa etapa en la vida de una mujer”. Con estas palabras comienza la charla TED de la psiquiatra norteamericana Alexandra Sacks sobre “matrescencia”, término que busca ponerle nombre a la etapa de transición de una mujer al convertirse en madre. Fue acuñado por primera vez por la antropóloga norteamericana Dana Raphael en 1973 y engloba la etapa de cambios que viven las mujeres en múltiples dominios: bio-psico-social-político-espiritual, cuando se convierten en madres, algo que puede compararse con el impulso de desarrollo de la adolescencia. Un proceso natural y a veces inestable que a menudo es silenciado por vergüenza o mal diagnosticado como depresión postparto. Hoy, la matrescencia es un concepto que la psicología utiliza para facilitar el acompañamiento oportuno en esta etapa de las mujeres. La psicóloga clinica perinatal Nicole Dimonte directora de la Red chilena de salud mental perinatal, madre de dos hijos, y creadora de @criardelamano, lleva años utilizando este término y acompañando madres en ese tránsito. Aquí, responde algunas preguntas para empezar a familiarizarnos con este concepto.

¿Cuáles son las similitudes a nivel físico, emocional, hormonal y afectivo entre la adolescencia y la maternidad?

La palabra matrescencia hace alusión a la adolescencia, ya que se dice que la maternidad es la segunda crisis vital más significativa que experimentamos las mujeres, y en la que ocurren cambios muy similares a los que vivimos cuando somos adolescentes; cambios hormonales potentes, cambios físicos muy notorios, cambios identitarios muy significativos, entre otros. Es decir, en ambos momentos de la vida, vivimos una reestructuración de la manera en cómo nos auto percibimos y relacionamos tanto con nosotras mismas como con nuestro entorno. De hecho, se han realizado investigaciones que arrojan resultados estadísticamente significativos, los cuales indican que, tanto en la adolescencia como en la maternidad, se produce un patrón de cambio muy similar de disminución en la sustancia gris del cerebro también conocido como poda neuronal, lo que permite perfeccionar ciertos circuitos y funciones cerebrales, que en este caso tienen que ver con el cuidado del bebé y todas aquellas conductas requeridas en este nuevo rol de madres. Es decir, un recién nacido es un tremendo motor de cambio y la maternidad es evidentemente uno de los procesos más transformadores que puede vivir una mujer. Ahora bien, todo cambio implica tensiones y un proceso de adaptación y reajuste. Y eso requiere tiempo.

¿Cuál es la reacción de tus pacientes al utilizar este término?

Por lo general cuando hablo de la matrescencia con mis pacientes en psicoterapia, se genera una sensación de mucho alivio por el hecho de ponerle nombre a todo el desajuste y vulnerabilidad que implica el tránsito hacia la maternidad, y poder normalizarla como una crisis normativa y esperable de una mujer que se convierte en madre. Hablar de esto permite visibilizar y normalizar esta “segunda adolescencia”, con menos espinillas, pero con más ojeras, así como buscar conectarnos con el cambio que estamos viviendo desde un lenguaje más amoroso (matrescencia) y menos culposo y/o exigente (baby brain)

¿Crees que es un término que puede infantilizar un poco a la mujer?

La verdad es que no me parece así. Al contrario, pienso que es imprescindible visibilizar un período complejo de vulnerabilidad que vivimos las mujeres que somos madres y que estamos adaptándonos a una nueva parte de nuestra identidad, y para eso necesitamos nombrarlo de alguna manera. Al ponerle nombre podemos darle un lugar real en la sociedad al hecho de maternar y criar, y así avanzar en la deuda pendiente de darle un valor social a la maternidad y a los cuidados. Al ponerle nombre podemos también visibilizar la necesidad de cuidar a la mujer madre en etapa perinatal. Porque como se dice habitualmente, nace un bebé, pero también nace una madre a la que necesitamos proteger para que ella a su vez pueda, desde lo amoroso, cuidar a ese recién nacido y a la relación que están construyendo entre ambos. En esta cultura, la mayoría de las veces las mujeres se sienten muy vistas y protegidas durante sus gestaciones, pero luego del parto, la sociedad se olvida de ellas y el foco queda únicamente puesto en la guagua, y eso finalmente es muy poco protector de la salud emocional de ambos y del vínculo madre-bebé, que es donde debiera estar puesto el acento siempre y ante todo.

¿Se confunde este estado muchas veces con la depresión post-parto? ¿Qué sería lo normal y esperable y cuándo hay que consultar?

La matrescencia a veces se confunde con un cuadro anímico, ya sea hacia lo más depresivo o bien en la línea más ansiosa/angustiosa, porque las mujeres pueden manifestar sentirse desanimadas, irritables, fuera de lugar, con la sensación de contar con pocas capacidades de maternar y cuidar, sintiendo que no se la pueden, que ya no disfrutan como antes de actividades placenteras, que están muy cansadas y con poca energía, entre otros síntomas. Por eso es que es tan necesario dar a conocer y formar a profesionales en psicología del embarazo y del post parto, para saber qué esperar y cómo ayudar y a acompañar de manera adecuada a las mujeres y sus familias que están transitando hacia la mapaternidad. La diferencia va a estar en que la matrescencia es una crisis vital y de adaptación, normativa y esperable, en cambio la depresión postparto es un trastorno de salud mental perinatal y el más frecuente, en que, si bien la sintomatología puede ser similar a la mencionada anteriormente, la diferencia es que pasa a ser invalidante, interfiere en el funcionamiento cotidiano de manera significativa y requiere de un tratamiento profesional, tanto de apoyo psicoterapéutico como farmacológico.

¿Cómo se están viviendo hoy la matrescencia las madres, en relación a su vivencia y a la comprensión del entorno?

Me atrevo a decir que, como siempre suele ocurrir con los procesos en torno a la maternidad, las expectativas y exigencias que tenemos y que nos imponen en torno al convertirnos en madre, pueden ser perjudiciales para nuestra sensación de bienestar y nuestra capacidad de disfrutar esta nueva etapa. En la medida en que la sociedad no normalice la ambivalencia que acarrea la maternidad, entonces la experiencia de ser madre seguirá experimentándose por un gran número de mujeres como un camino permanentemente cuesta arriba, invadido por tensiones, culpas y frustraciones. Cuesta amigarse con la idea de que convertirse en madre es un proceso de reorganización y reconstrucción psicológica de la propia identidad, de la relación con una misma y con los demás, y del lugar que ocupamos en el mundo. Y que eso toma un tiempo a priori no sabemos cuánto dura. Pensar que al par de meses tenemos que volver a funcionar como antes, usar la misma ropa que antes, seguir igual de eficientes en el trabajo que antes, seguir amigas de las mismas mujeres que antes y un largo etc… como dice Esther Ramírez en su libro “Psicología del postparto”, es el imperativo de la recuperación, el que puede ser generador de mucha exigencia y malestar psicológico, cuando en realidad hay que aceptar que nada va a volver a ser como antes.

¿Por dónde partir abarcando esta etapa?

Así como en la adolescencia es vital que los jóvenes se sientan acompañados por sus pares y pertenecientes a un grupo con el que se identifiquen, a las mujeres que se convierten en madres les ocurre lo mismo. Surge la necesidad de contar con otras mujeres que estén viviendo una etapa similar y a las que poder recurrir sin prejuicios ni trabas. Cuando nos sentimos acompañadas, el malestar, las dificultades con la lactancia cuando se da pecho, las peleas con la pareja cuando la hay, la falta de sueño, el reajuste de expectativas y todos aquellos procesos propios del tránsito hacia la maternidad se vuelven mucho más llevaderos porque están siendo reconocidos y sostenidos por otras.

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