“Ya han pasado cerca de diez años desde que ocurrió todo. No recuerdo bien el año exacto, pero fue alrededor de 2010 cuando yo llevaba años trabajando en una prestigiosa oficina de arquitectos en Santiago en donde hacíamos proyectos muy entretenidos y destacados.
Uno siempre tiene referentes profesionales, y había una dupla en el mercado a la cual admiraba por su estilo, su gusto, su armonía en la construcción. En ese entonces eran marido y mujer. No me acuerdo cuándo ni cómo, quizás por el rubro o por circunstancias de la vida, pero los conocí a ambos y desde ahí nos empezamos a encontrar cada vez más en distintos lugares. Con ella teníamos mucha conexión. Me caía súper bien, teníamos estilos y gustos afines, y yo sin duda la admiraba mucho en lo profesional.
Pasaron los años y me enteré de que se habían divorciado poco después de que mi propio matrimonio había terminado. Obviamente, ya no trabajaban juntos. Yo había sufrido mucho con mi propio proceso por lo que, una vez que me enteré de su situación, la contacté para tomarnos un café. En esos momentos uno necesita compañía y qué mejor que sean personas que han pasado por lo mismo. Desde ahí cada vez nos empezamos a hacer más cercanas. Hablábamos mucho, hacíamos panoramas, compartíamos amistades, conocimos a los hijos de una y de otra. Puedo decir que con el pasar de los meses nos convertimos en íntimas amigas.
En lo personal yo llevaba años cuestionándome si el lugar profesional en el que estaba era realmente lo que me hacía feliz y en lo que me proyectaba por los próximos años. Creo que en ese entonces ya había llegado a la conclusión de que no lo era. Tenía que buscar nuevos horizontes. No lo planeé, pero las cosas se fueron dando y a los pocos años de nuestra amistad, empezamos a hacer proyectos de arquitectura en conjunto. Puede sonar raro, pero de alguna forma terminamos en eso sin planearlo tan conscientemente, por lo que todo fue medio informal y basado en las buenas intenciones. Más que mal, éramos íntimas amigas y compartíamos todo, ¿cómo iba a pensar que algo malo podía ocurrir?
Hacíamos una buena dupla. Ella era sumamente ordenada, disciplinada y estructurada, en cambio yo ponía más la parte creativa y artística. Todos los proyectos en los que nos embarcamos juntas tuvieron súper buenos resultados: clientes felices, y cada vez más proyectos. Nunca tuvimos traspiés trabajando, funcionábamos bien, éramos demasiado amigas. Creo que con la primera persona que hablábamos cada mañana era la otra. Éramos inseparables.
Así pasamos muchos años. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta que quizás pasé muchas cosas por alto, o derechamente me hice la tonta pensando que si lo dejaba pasar se solucionaría o evitando armar conflictos que pudieran perjudicar nuestra amistad. Ella vivía en un lugar más céntrico que el mío y su casa era más silenciosa que la mía, por lo que se convirtió en el centro de reunión. Por lo mismo quizás yo siempre andaba en auto, y cada vez que teníamos que hacer cosas relativas al trabajo o visitar proyectos, salíamos en el mío. Nunca repartimos los gastos de bencina. Nunca dije nada, pero de alguna forma me molestaba que siempre tuviese que asumir ese costo yo. Nunca lo hablé y ella nunca se dio por aludida.
Así también pasó con otras cosas. Ciertas comisiones que nos pagaban en el año eran tramitadas por ella y teníamos un acuerdo de palabra de que a fin de año debíamos repartir ese monto entre las dos. Eso nunca ocurrió y yo tontamente pensé que como ella mantenía totalmente sola a sus hijos y yo no, debía guardar silencio. Con el tiempo pasaron muchas cosas del tipo, que fueron dejando de manifiesto algunas cosas. En ese minuto parecían tonteras, pero ahora mirándolo en perspectiva veo que no lo eran.
Después de separada me enfoqué mucho en que mis niños estuvieran bien y durante tres años nos fuimos una vez al año de viaje. Ella nunca me decía nada, pero por su actitud yo sabía que le molestaba que me fuera, aunque fuese una semana. Le decía entonces que cuando yo me iba de viaje, el pago de los proyectos quedaba entero para ella y así lo hacíamos.
Recuerdo una vez que me llamó otra conocida para invitarme a un proyecto puntual que sería de corta duración pero alta demanda de trabajo. La paga era buena y era una oportunidad, pero le pedí a esta persona que nos metiera a las dos porque temía que se molestara si lo tomaba yo sola. Ella era una persona que no enfrentaba los conflictos, se los tragaba, pero se sentían en el aire. De alguna forma hacía sentir esa tensión cuando estaba enojada, pero uno nunca sabía mucho qué era precisamente eso que le molestaba.
También en esos tiempos me enteré que hacía comidas en su casa con amigos y nunca me invitaba. Yo podía entender si no quería hacerlo, lo que me llamaba la atención era que nunca me comentaba nada al respecto, ni siquiera un ‘ayer comí con tal persona’. No entendía por qué lo mantenía en secreto, y mucho después logré entender que era todo parte del mismo conflicto: le insegurizaba mi presencia en algunos ambientes. Enterarme de eso hizo que se me levantaran ciertas alertas, pero otra vez lo dejé pasar. Éramos amigas, confiaba en ella.
Todo comenzó a esclarecerse una vez que estábamos en la última etapa de un proyecto importante y de la nada dejó de contestarme el teléfono. Incluso la fui a buscar sin éxito. Algo se suponía que había pasado pero yo nunca me había enterado y ella no me decía nada. No supe más de ella hasta que un día me la encontré por casualidad. Fuimos a tomarnos un café y allí me dijo que no quería trabajar más conmigo. Le pregunté qué había pasado, si algo le había molestado. Nunca me lo dijo. Solo quería trabajar sola, insistió, no había otra explicación. Pasaron los meses y otra de las amigas que nos rodeaban un día me dijo que se había puesto a trabajar con la misma persona que yo le había presentado cuando había pedido incluirla en un proyecto, y que ahora se dedicaba a hablar mal de mí.
Una amistad sin confianza absoluta, no es amistad verdadera. Hoy esa amistad es una amistad superficial.
Cuando supe esto la llamé para decirle que las cosas no se hacían de esa forma, y me contestó que primero estaban sus hijos a quien tenía que darles de comer, y después las amigas. Ahí me di cuenta que no teníamos nada más de qué hablar. Con los años supe que le habían pasado cosas similares con muchas de sus amigas, y de alguna forma me alivió saber que el problema no estaba en mí.
Para mí fue un quiebre enorme. Había perdido a mi íntima amiga y también a mi socia y lo peor, no entendía por qué. No me habían dado ninguna explicación. Quedé muy mal después de todo esto, tenía muchas preguntas, me cuestionaba permanentemente qué había hecho mal para terminar así. Ahí me di cuenta de que había cometido el error de quedarme callada con muchas cosas. Había hecho vista gorda con muchas situaciones que me molestaban porque de alguna forma yo sentía que mi situación económica era más privilegiada que la de ella, por lo que debía dejar cosas pasar en pos de nuestra amistad y la buena relación.
Con esta experiencia saqué dos aprendizajes muy grandes en mi vida. Primero, que nunca hay que cometer el error de asociarse sin ningún tipo de contrato o acuerdo explícito que tome en cuenta todas las variables, sea quien sea. Creo que es un error común, sobre todo en mujeres. Lo he visto en otros casos con amigas y nunca termina bien. El dicho dice cuentas claras conservan la amistad, y es bastante cierto.
Lo segundo, y ya más en lo personal: me di cuenta de que en mi vida, muchas veces he tenido amigas íntimas a las cuales les entrego todo y que al hacerlo les doy mucho poder. Ya de grande me di cuenta de que siempre fui de tener amigas con exceso de intimidad, y no podía seguir haciendo eso. Uno puede ser muy amiga de alguien sin tener que entregarse totalmente, sin involucrar hasta la última célula y vivir todo tan intensamente. Esto corre no solo para las relaciones de amistad, sino también para las de pareja, familia o lo que sea. Nunca hay que entregarse por completa y sin límites, porque creo que a la larga suele no terminar bien cuando es así.
Con el tiempo y después de algunos eventos que han pasado en nuestras vidas, intenté dar vuelta la página y acercarme de nuevo, pero creo que aprendí que cuando algo tan importante como la confianza se quiebra, no hay vuelta atrás. Tener una amiga sin confiar totalmente no es amistad verdadera. Hoy si nos encontramos conversamos y hay una relación cordial y respetuosa, pero creo que si tengo que definir hoy esa amistad es una amistad superficial”.