“Tengo 34 años y no he sido madre. Mucha gente me lo pregunta. Sí, todavía, en 2022, mucha gente tiene curiosidad por saber si quiero, si me gustaría, si voy a congelar o no mis óvulos, si me haría una inseminación artificial, que qué le voy a decir a mi hijo -cuál va a ser nuestra historia- cuando sepa que su concepción tuvo que ver con un donante del que no sabremos jamás. Que va a ser difícil, que tengo que estar muy segura, que si no estoy convencida mejor no lo haga, que siempre puedo adoptar, que es mejor con alguien, que me voy a arrepentir. Eso es lo que más escucho: `si dejas pasar tanto tiempo, te vas a arrepentir`.
Es imposible callar esas voces que te cuestionan, que te interpelan -con mucho cariño o con mucho avasallamiento- y tu pensamiento crítico, de una u otra forma, lo asimila. El inconsciente no es el lugar del feminismo. Eso lo aprendes con las rodillas rotas. Así que miras a los ojos, a veces de forma muy serena, otras más cansada y respondes y te das cuenta de que esas inquietudes, las de los otros, van a seguir abrazándote o, en el peor de los casos, mordiéndote la cabeza.
¿Me afectan? Creería que no. Quizás porque nací en una familia donde nunca existió ese tipo de presión, quizás porque fui criada en un ambiente liberal, con un padre y una madre muy respetuosos de nuestras decisiones, quizás porque no somos religiosos ni conservadores, quizás porque vivimos fuera de Chile y, además, siempre la exigencia estuvo en la vereda intelectual, en nuestros estudios, en nuestras pasiones, en nuestra vida vivida, en ser una buena persona.
La maternidad se nos planteó a mí y a mi hermana -que ahora tiene ocho meses de embarazo- como una opción que tenía que ver con nuestro propio deseo, con nuestras ganas, con nuestra libertad. Si soy honesta podría decir que quise tener varios hijos, pero vino la vida, una relación muy larga que se terminó y que me dejó durante un tiempo estaqueada en ese universo que es la pérdida. También hubo viajes, posgrados, un doctorado. Elegir, vas aprendiendo, implica renunciar.
Miro a mi alrededor. Veo a muchas mujeres que maternan desde un lugar que me resulta atractivo, amigas que no han dejado de ser lo que eran, a pesar de que sean también otras después del nacimiento de sus pequeños. También veo algunas que lo viven con padecimiento, cansancio y un heroísmo que me tambalea. Me da miedo convertirme en esa mujer. La que dice que no tiene tiempo, la que termina odiando al padre de su hijo, la que se siente sola -porque está sola aunque duerma con otro-, la que tiene culpa, la que tiene rabia, la que la alcanzó la frustración y el resentimiento y el hastío por seguir un camino que no era el de ella.
No soy madre, pero me gustaría serlo. Qué ganas de que cada mujer tuviera la posibilidad de plantearse esa pregunta sin prejuicios, con libertad, con detenimiento, sin premura, sin castigos, sin vergüenza”.
Montserrat es escritora y tiene 34 años.