‘A mi ex también le gustaba escuchar esa banda mientras escribía’, le dije en nuestra segunda cita a un tipo que había conocido por Tinder. La única razón por la que me detuve a concientizar respecto a lo que había dicho fue porque vi su expresión desconcertada y levemente extrañada. Si no hubiese sido por eso, quizás cuántas veces más lo habría hecho; habíamos salido apenas dos veces y al parecer –como me daría cuenta esa misma noche– ya había mencionado a mi ex múltiples veces.

Pero no era la mención lo que dio paso a esa expresión en su cara, sino el hecho de que lo estuviera comparando constantemente. Un par de semanas después me dijo ‘perdón si mi cara me delató, en realidad es bacán que tengas tan buenas referencias de tu ex, solo que sentí que lo seguías buscando y eso quizás dificultaba la posibilidad de verme a mí por cómo soy’.

Han pasado unos meses desde esa conversación y con esa persona nos vimos un par de veces más pero al final optamos por la amistad. Pero aquella vez me di cuenta de algo que quizás siempre había sabido pero no había querido enfrentar; no quiero volver con mi ex –terminamos hace un año y medio una relación de cinco años– y eso lo tengo muy claro. Pero sí, al ser quizás mi referente más cercano, inconscientemente lo sigo buscando en todos los hombres con los que he salido desde que terminé con él.

No solo lo busco; trato de encontrar semejanzas y comparo a la persona que está al frente con esa visión idealizada que tengo de él. Y sé que es una versión idealizada, porque durante nuestros últimos meses estando emparejados, ninguno de los dos lo estaba pasando muy bien. Tenemos claridad respecto a las razones por las que terminamos y pese al amor y afecto que quizás siempre vamos a sentir el uno por el otro, definimos que lo mejor sería terminar la relación. Pero aun así, cuando estoy sentada frente a una persona queriendo conocerlo, se me aparece y empiezo a pensar en todo lo que me atrajo de él alguna vez. Empiezo a preguntarme si este nuevo pinche también tocará la batería al igual que él, o si es curioso y busquilla como solía serlo él. Le pregunto entonces qué bandas le gustan, esperando que las respuestas sean las correctas y que cumpla con ese check list imaginario que tengo en mi cabeza. Si no son las respuestas esperadas, reconozco que me decepciono.

Y eso, como bien dijo ese pinche, me ha dificultado el proceso y la posibilidad de abrirme a nuevas experiencias. Esa idealización del ex no me ha permitido del todo conocer a una persona distinta, o aceptar, así tal cual cómo es, a la persona que tengo al frente, sin comparaciones ni estándares por cumplir. En definitiva, no me ha permitido entregarme a lo que la vida me quiera dar y relacionarme de manera genuina, sin mayores expectativas. Y lo curioso es que de verdad no se trata de querer volver con mi ex. Se trata de una dificultad de soltar una fantasía y un relato ya muy consolidado. Una idealización que, como todas, no es sostenible en el tiempo pero persiste con fuerza. Lo he hablado mucho con amigas y a varias les ha pasado, especialmente las que terminaron en buena con los ex. Pero todas concordamos que es una situación encasilladora que no permite que la cotidianidad fluya y más bien te mantiene en un estado nostálgico y poco flexible. Se trata entonces, como lo hemos conversado múltiples veces con mis amistades, de dejar ir; al ex, a la representación de ese ex y la idealización de tal. Sin miedo a lo que pueda venir. Y sabiendo que ese dejar ir tampoco es tan grave.

Moraima Arellano (29) es fotógrafa.