“Hace unos años, cuando tenía 25 y estaba terminando una relación muy larga que empecé en el colegio, conocí a Martín. Era amigo de una amiga mía y ya lo había visto en un par de fiestas pero nunca había conversado con él, justamente porque mi amiga se había encargado de reiterar, en cada ocasión que pudiera, que Martín era de esos hombres fascinantes, atractivos, sensuales e inteligentes, pero había que tenerlo de lejos.
Siempre me pareció rara esa descripción, y opté por no indagar más allá, porque de todos modos, si mi amiga lo estaba diciendo, confiaba en ella. Supuse también que se refería a que Martín era de esas personas que al final del día, solo se preocupaba de sí mismo. No me atrevía aun a clasificarlo de narciso, porque no lo conocía, pero me daba la impresión de que algo de eso había, simplemente por lo que me contaban.
Así pasó el tiempo y Martín se volvió un enigma para mí, pero no fue hasta el cumpleaños de mi amiga que quedé realmente intrigada con él. Fue en un restorán y él llegó tarde, con un libro del autor ruso Gorki de regalo. Recuerdo que eso fue lo primero que capturó mi atención, porque no me calzaba con el personaje que yo había creado en mi cabeza, y reconozco que fue una grata sorpresa. Se sentó al lado mío y empezamos a hablar casi por defecto, porque estábamos justo en la esquina, muy alejados del resto. Hablamos de autores rusos, de su carrera frustrada como escritor, de su ex mujer y de la vez que recorrí los países soviéticos con mi mamá. Y en un minuto, cuando mi amiga nos vio hablando entusiasmados, me hizo señas y me dijo que fuera con ella al baño. Nos paramos como dos adolescentes y me advirtió nuevamente; ‘los veo muy coquetos, pásalo bien pero no olvides lo que siempre te he dicho’. Le pregunté, finalmente, por qué decía eso. Y me dijo ‘no quiero que te haga daño’.
Como casi todo en la vida, el minuto que te dicen que no a algo de manera tan tajante, uno solo empieza a desearlo más. Y recuerdo perfecto que llegué de vuelta a la mesa pensando ‘a mí no me va a hacer daño’. Jurando que yo iba a ser la excepción. Como si yo fuera más especial que todas las otras mujeres que históricamente habían sido heridas por él. Y no lo fui.
Pololeamos dos años y fue una relación tortuosa. Supe ver, desde los primeros meses, lo que tanto me habían advertido, pero se me hizo muy difícil soltar. Y en las noches me iba a acostar pensando ‘¿por qué me tuve que enamorar de esta persona?’. Me lo habían dicho; Martín era fascinante pero no había que profundizar el vínculo con él, y yo me sentí capaz de desafiar esa instrucción.
No me arrepiento, pero sí me pregunto qué me pasó a mí –o qué me faltó por trabajar a nivel personal– que me vi tan enganchada de una persona así. Porque en definitiva no se trata de él. Nunca se ha tratado de él. Porque él es el clásico narciso, producto de un sistema que está fallado de base, y que incluso me hizo pasar buenos ratos, pero mis deseos y necesidades nunca iban a ser igual de importantes que los suyos. Incluso me cuestiono por qué dejé pasar tanto rato, considerando que además esos no habían sido mis patrones y tampoco nunca me había gustado alguien como él. Mis ex parejas habían sido personas buenas de alma, sencillas y agradables. Quizás había faltado pasión, algo que estaba muy presente en mi relación con Martín, pero había habido cordura y sanidad. Con él, en cambio, pasábamos del entusiasmo a la rabia, a la fogosidad, la tristeza e intranquilidad. Y eso era agotador.
A veces me juntaba con mi amiga y me decía que saliera de ahí, que me fuera a quedar a su casa, que empezáramos a tomar clases de danza juntas, todo para distraerme. Ella sabía que se trataba de dinámicas nocivas pero yo le decía que no pasaba nada tan fuera de lo común. A lo que ella me respondía que no hace falta llegar a la violencia para que se trate de una relación tóxica; ese es el extremo, pero entre medio hay sutilezas que son igual de dañinas y poco sanas. Especialmente cuando se alargan. En mi cabeza yo solo me preguntaba ‘¿qué se hace cuando te gusta alguien que nunca te debió haber gustado?’. Cuando te gusta la persona incorrecta. La persona que nadie, además, aprobaba del todo.
Finalmente, con ayuda de mis amigas, tomé la decisión de cortar esa relación. Y menciono a mis amigas porque me di cuenta de la importancia de contar con una red de apoyo, de mujeres que, llegado el momento, van a mover cielo, mar y tierra por una. Porque así somos las mujeres. Lo damos todo por la que necesita ayuda. Y confieso que sigo pensando que Martín es la persona que más me ha gustado en la vida. Sigo pensando, a ratos, que dejé ir a mi gran amor. Eso no dejo de revisarlo cada vez que voy a terapia. Pero también pienso que si bien uno no puede elegir ni cuándo ni con quién se enamora, uno puede entender que a veces, por más que creamos que es el amor de nuestra vida, simplemente no es la persona indicada. Y eso está bien, no es tan grave. Y se supera. Créanme que aunque cuesta, se supera”.
Viviana Silva (35) es profesora de lenguaje.