Me enamoré de mi mejor amigo

Amistad hombre mujer



“Conocí a mi mejor amigo, Manuel, a los 22 años. Yo en ese momento había comenzado una relación hace poco tiempo con uno de sus amigos, es decir, fue mi pololo quien nos presentó y rápidamente nos transformamos en mejores amigos. Construimos una relación independiente a su amistad. Es que nos llevamos muy bien desde el comienzo. Tuvimos una gran afinidad debido a que nuestros valores, creencias y formas de ver la vida eran muy similares. Así que nos acercamos bastante.

Pasaron los años y nuestro vínculo se hizo cada vez más fuerte. Durante ese tiempo –casi diez años– me casé con el mismo pololo que nos presentó. Mi amigo, por su parte, tuvo algunas parejas. Cuatro para ser exactos. Sé el número exacto porque las conocí a todas; como nos hicimos tan amigos él me contaba sus historias y aventuras, así como yo también mis problemas de pareja.

De hecho fue él una de las primeras personas a quien le conté cuando con mi ex marido, decidimos separarnos. En el último tiempo mi matrimonio se había desgastado. No podría decir que hubo solo una razón del quiebre, fue más bien la suma de una serie de desencuentros la que nos hizo tomar la decisión. Fue un momento triste y recuerdo que Manuel, que a esas alturas ya era más amigo mío que de mi ex, me incentivó hasta el final a tratar de salvar mi relación. No es que me haya forzado, pero siempre me aconsejó que lo intentara todo. Me decía que así, después, no tendría dudas o esa sensación de que no había hecho todo lo que estaba en mis manos.

El tiempo que vino después de la separación con Manuel estuvimos más cerca que nunca. Era lo normal, porque yo necesitaba compañía, y él, que justo estaba soltero, podía dármela. Además a él también le tocó vivir algunas situaciones difíciles. Un día recuerdo que me llamó para contarme una de ellas. Nos juntamos y en algún momento de la conversación, nos dimos un abrazo. Él es de las personas que evitan el contacto físico, al punto que diría que probablemente ese fue nuestro primer abrazo en esos diez años. Fue en los segundos en que sentí su cuerpo pegado al mío por primera vez, cuando mi mente hizo clic. En un solo toque, pasamos de la amistad al romanticismo; le di ese abrazo y sentí inmediatamente que ya no éramos solo amigos.

Si hoy me lo pidieran, podría jurar que antes de ese día jamás me imaginé entrar a este plano con él. Para mí siempre estuvo en la zona de amigos. Pero algo pasó ese día, que las emociones cambiaron. Desde entonces abrimos ese espacio más físico y más íntimo; empezaron los roces en las manos, de pronto uno que otro abrazo. Yo ya había entendido que lo nuestro iba hacia allá, y aunque traté de evitarlo por culpa y temor al qué dirán, al final fue inevitable.

Así llegó nuestro primer beso. Muchas amigas me preguntan cómo me atreví a dárselo, de hecho bromean hasta hoy con que, para hacerlo, necesité unas copas de más para agarrar valentía. Pero lo cierto es que fue una decisión consciente; quería darle un beso porque llegó un momento en el que sentía tanto amor por él, que ese gesto físico fue la mejor manera de canalizar esa emoción. Es esa sensación de que ya no te alcanza un abrazo para demostrar el cariño que sientes.

Después de eso hablamos. Llegamos a la conclusión de que haber partido desde una amistad nos hizo crear un lazo de amor más profundo. También conversamos sobre lo doloroso que fue que el vínculo entre ambos haya sido mi ex marido, porque obviamente era la parte difícil de esta historia –desde que le contamos el distanciamiento fue inevitable–, pero creemos que de otra manera no nos habríamos conocido. También pensamos que al final, nuestra unión era un poco inevitable, porque el lazo emocional ya era muy profundo. Y sé que suena super romántico y mi intención no es idealizar el amor, ni mucho menos decir cosas como “venció el amor” o “estábamos destinados a estar juntos”. Porque esta es una historia particular, no creo mucho en eso del destino. Nosotros, una vez solteros, conducimos nuestro vínculo a algo amoroso y estar juntos fue una decisión racional; cuando nos dimos cuenta de que queríamos compartir nuestras vidas, que éramos los indicados para cuidar y querer al otro.

A fin de mes nace nuestro primer hijo. Miro hacia atrás y vuelvo a ver nuestra relación de amigos de manera honesta y genuina. De hecho puedo asegurar que entre nosotros nunca antes hubo gestos ni intenciones de ser más que eso. Si hoy me preguntaran si creo en la amistad entre un hombre y una mujer, diría que sí. Porque yo de verdad lo viví así, y estoy completamente segura de que él también. Solo cuando estuvimos solteros, después de ese abrazo, abrimos el espacio a otras emociones. Estuvimos disponibles para algo más. Y vimos que nuestros años de amistad no fueron más que una ganancia para esta nueva relación que comenzábamos a formar”.

Antonia Fernández tiene 39 años y es diseñadora.

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