“Si pudiera resumir mi historia sería que me enamoré de una mujer a los 25 y no hubo vuelta atrás. Fui a un colegio católico y mi familia es muy conservadora, y mi cuestionamiento empezó a los 14, cuando una amiga salió del clóset. Hasta entonces, solo me había gustado un chiquillo una vez, si es que, y por eso empecé a tener dudas con respecto a si yo también era lesbiana. Ese cuestionamiento me lo sufrí mucho, porque en ese momento me negaba a serlo. Me daba miedo, angustia, dolor de guata y en el pecho, porque había visto cómo mi amiga tenía que decir y hacer todo en secreto, ya que tenía plena conciencia de que sus papás no habían reaccionado bien. Mi mejor amigo también era gay, entonces ya me había tocado ver de cerca lo difícil que pueda llegar a ser salirse de la norma.
Pero a los 17 me enamoré locamente de un hombre, quien fue mi pareja hasta los 24, y las dudas se disiparon. Con él la relación se fue dando de manera natural y siempre me sentí muy libre de expresar lo que quisiera; cuando veía a una mujer atractiva le decía “ella me gustaría”. Teníamos ese nivel de confianza. En esos años, simplemente le cerré la puerta a la otra posibilidad, por lo que dejó de ser algo que me atormentaba o que me daba miedo. En ese periodo también crecí mucho y cuando la relación se terminó, cada uno siguió su camino en la vida. Fue recién ahí que volvieron a aparecer los cuestionamientos y el bichito volvió a meterse a mi cabeza. Veía a mi alrededor que existía esa posibilidad y me intrigaba cada vez más, incluso me atraía.
Hasta que en un festival de cine conocí a una mujer. Fue la primera de la cual me enamoré y se trató de la primera vez que entendí que ahí era donde yo me sentía más cómoda. Cuando me di cuenta de que me pasaban cosas con ella, me pregunté ¿qué se hace ahora? No tenía idea cuáles eran los códigos ni cómo saber si a ella le pasaba lo mismo que a mí. Era algo nuevo y estaba la posibilidad de que ella me rechazara. Pero al final, una se da cuenta de que terminan siendo los mismos códigos: es gustarse con otra persona, independiente del género. Durante todo el festival tuve que enfrentar esa disyuntiva: avanzar o no hacerlo. Ella era más grande y ya había estado con otras mujeres, pero no daba el primer paso. No había vuelto a Santiago cuando llamé a mis amigos más cercanos y les dije “me gusta una mujer”. Ya estaba 100% segura.
Cuando volvimos a Santiago empezamos a salir casi de inmediato, y todo se dio de manera muy orgánica. No hubo miedos, trancas, culpa o miles de otros sentimientos que de a poco me fui enterando que podía sentir. Algunos amigos me preguntaban: “¿nunca te paraste a pensar si lo que estabas haciendo estaba bien o mal?” Y la verdad es que no. Era lo que tenía que hacer, porque me sentía bien haciéndolo.
Tuve la suerte de que me tocara vivirlo siendo más grande, con mi identidad ya bastante consolidada. Tenía 25 y había abierto la puerta de un camino al que iba a llegar sí o sí. Estar en una relación con una mujer me hacía feliz, por ahí estaba logrando ser más yo que nunca.
Le conté a mis papás casi de inmediato. Me sentí súper poderosa, junté a todos en mi familia y les dije que estaba saliendo con una mujer y que estaba muy feliz. Para mis papás, contrario a mis hermanas, fue un gran shock y algo difícil de procesar. Les costó mucho asumirlo, pero no por eso me sentí menos querida. En el fondo, sé que para ellos implicó un duelo, que me imagino tiene que ver con las expectativas que tenían de mí. Yo igual empujé a que me dieran la oportunidad de mostrarles cuál era este mundo. Nos ha hecho un daño enorme la poca representatividad que tenemos las lesbianas y los gays, o la representatividad estereotipada. Mis papás tenían una sola noción o imagen y cuando conocieron a mi pareja, lograron cerrar, en parte, el duelo. Por suerte yo entendí que estos procesos son largos y van mutando, y ha sido importante saber que obstáculos van a existir, pero no por eso hay que detenerse. Finalmente mi familia lo va a aceptar y eso va tener que ver, en gran medida, con cómo me ven ellos a mí.
Después, esa primera relación con una mujer terminó y conocí a Natalia, mi actual mujer. Para mis papás fue como vivir una segunda salida del clóset, pero la conocieron y les cayó muy bien. Cuando nos casamos, o mejor dicho, cuando nos “unimos civilmente” en marzo, justo antes de la pandemia, mis papás estuvieron ahí para apoyarnos. Sé que eso tiene mucho que ver con que la Natalia saca lo mejor de mí y ellos lo ven. Saben que estoy más feliz que nunca.
Con Natalia nos conocimos por Tinder, pese a que ambas le teníamos un cierto rechazo a la aplicación, y desde que tuvimos nuestra primera cita no nos dejamos de ver. Ese día yo llegué a su casa, comimos, cantamos y pasamos de largo. Lo pasamos increíble, pero al día siguiente, cuando ella se fue a trabajar, yo no podía creer lo que había pasado. Somos absolutamente diferentes; yo estoy metida en el cine y ella es corredora de propiedades. Pero ahí estábamos, felices cantando karaoke. Cuando se fue, a eso de las ocho de la mañana, me dijo que me quedara, y yo aproveché de lavar la loza y ordenar. Ella volvió a la hora de almuerzo con comida. Creo que esas son las diferencias de estar con una mujer. Una se encargó de que la casa estuviese impecable y la otra se encargó de la comida, y ni siquiera nos tuvimos que decir. Es algo muy equitativo y espontáneo. Nos enamoramos rapidísimo y fue hermoso, y en marzo de este año nos casamos.
Hay algo en la dinámica mujer-mujer que es muy diferente a lo que se da entre hombre y mujer. Con eso no quiero decir que no se repliquen ciertas dinámicas hetero normadas en algunas parejas homosexuales. De hecho, existe mucha violencia en parejas de mujeres. Pero, en general, hay una comodidad que se da únicamente cuando no están los roles de género impuestos. A mí ya me hacían ruido ciertas dinámicas y, por ejemplo, me di cuenta de que con mi pareja hombre nunca había podido ser realmente yo, por más que nos quisiéramos. Porque existía algo en mí que no me permitía serlo al 100%.
No hay obligaciones relacionadas a los roles de género en esta dinámica, y eso es maravilloso. Hay algo súper especial en el estar con una persona a la que le inculcaron las mismas costumbres y que está en la misma lucha por salir del molde y querer dejar de ser ciudadana de segunda clase. Además, por los mismos constructos sociales que nos han condicionado, hemos aprendido a amar de manera diferente, eso es real. Hay espacios que aun quedan por conquistar, como por ejemplo cuando voy a la casa de una tía y nos presentan como “mi sobrina y su amiga”. Pero al final a eso vinimos al mundo. Nos tocó ser personas disidentes de una forma de ser muy establecida, y lamentablemente vamos a tener que luchar contra ciertas estructuras arraigadas. Pero todos vamos a aprender más de esto”.
Constanza Figari (29) es directora de cine y ahora, junto a su esposa Natalia, fundaron @La_salvacion_almacen_salvaje, emprendimiento de venta de fruta, verduras y mariscos.