“Enamorarse del hermano mayor –en mi caso siete años mayor– de la amiga es un escenario común en las películas románticas de Hollywood. Está la niña aun chica que se junta con la amiga para hacer las tareas y jugar, y cada vez que entra el hermano mino, canchero, se queda inmóvil y congelada. Él le dice ‘hola’ y ella se queda boquiabierta, sin saber qué responder. A lo que su amiga le dice ‘enchúfate’ y no queda otra que dejar de soñar despierta. ¿Cuántas veces nos hemos topado con esa escena? Hasta que unos veranos después llega la niña, ya no tan niña, y ese hermano mino se empieza a fijar en ella. Hay un momento de tensión entre las amigas pero finalmente todo se resuelve. Ése suele ser el desenlace hollywoodense.

Pero en la vida real no es tan fácil. Es, tal vez, un escenario que no le desearíamos a nuestras propias mejores amigas. Porque es confuso, es tortuoso y hay un momento en el que inevitablemente pensamos que, o perdemos a nuestra amiga o a la persona que nos gusta. Y no queremos perder a ninguno de los dos. Nos sentimos traicioneras, como si hubiésemos transgredido un código invisible pero igualmente presente, y se empiezan a confundir las cosas; la amiga empieza a preguntarse si estás con ella porque quieres, o porque quieres estar cerca del hermano.

Yo conocí a mi mejor amiga a los 15 y desde entonces hay pocas cosas que no hemos hecho juntas. Vivimos al lado muchos años, caminábamos juntas al colegio, fuimos a nuestras primeras fiestas y vivimos a la par nuestros primeros romances. Podíamos incluso no hablar por semanas pero siempre estábamos al tanto la una de la otra. Se trató, desde el día uno, de una conexión y entendimiento muy particular. Pero en esa ecuación, era imposible no considerar al hermano. Lo conocí un año después de haber conocido a mi mejor amiga, porque él justo se había ido de viaje. Pero cuando llegó sentí como si el mundo se detuviera. Me fui a mi casa esa noche y escribí su nombre en mi agenda. No olvidemos que era adolescente, púber, y como gran parte de mi generación, totalmente condicionada por los cuentos de princesas y las películas románticas, en donde existen los amores normativos, con desenlaces poco variables, y casi siempre de un enamoramiento profundo y pasional. Así lo viví en ese entonces.

Pero fueron pasando los años, fui aprendiendo, me abrí a otras vivencias, y también tomé la decisión por mi cuenta de no hacer nada al respecto. De hecho, terminamos siendo amigos los tres. Yo iba a la casa de mi mejor amiga y primero partíamos nosotras contándonos todo, pero más hacia la noche se sumaba su hermano y el panorama terminaba siendo entre los tres. Aunque nunca dejé de ponerme nerviosa cuando él se aparecía.

Hasta que cumplí 18 y me celebré. Y esa noche, resultado de una tensión acumulada que yo ya había percibido en las semanas anteriores, nos dimos un beso. Él me dijo que le gustaba mucho y yo también a él. Pero en el fondo, sabíamos que no podía ser. O que si se daba, mi amiga –su hermana– no entendería. Lo importante, pensé, era ser honesta. Si lo había sido con ella hasta ahora, ¿por qué no serlo con esto? Ciertamente entendería.

Pero a primeras, no fue así. Mirando en retrospectiva, ella dice que se trató de una posesividad propia de hermanos, que también se mezcla con un celo infantil, que ahora le avergüenza. Yo nunca lo entendí del todo, pero quizás porque no tengo hermanos mayores, y ciertamente porque mis dinámicas familiares han sido distintas. Pero traté de entenderla.

Cuando le conté, puso en duda toda nuestra amistad. Se sintió traicionada y me preguntó si siempre había sido su amiga por su hermano. Yo no lo podía creer; después de todo lo que habíamos vivido, que me dijera algo así. Pero la contuve, la supe entender, y me sentí horriblemente culpable. Sabía que no estaba haciendo nada malo, pero veía su reacción y me preguntaba si quizás en el fondo estaba en lo ética y moralmente incorrecto. Le dije que su hermano probablemente siempre me había gustado, pero que la conexión que tenía con ella era algo aparte, de años, de un nivel de compañerismo inigualable. Y que por ningún motiva iban de la mano. Eran dos cosas separadas.

Por mientras, puse en stand by mi relación con su hermano. Hasta que meses después nos volvimos a encontrar y no quisimos prolongar la pausa. Mi amiga no estaba enojada, pero no estaba del todo acostumbrada a la idea de que ahora la dinámica fuera entre los tres, o que incluso yo pudiera estar a ratos sola con él, sin ella. Le di tiempo para que se fuera acostumbrando a su manera. No niego que a ratos sentí como si hubiese tomado una elección, pero no porque haya sido así, si no que porque mi amiga me lo hizo sentir así. Y eso se lo dije. Con mucha comunicación y también marcando límites, logramos finalmente resolver la situación. Hoy, a mis 30 años, ella sigue siendo mi mejor amiga y él mi compañero. A veces pensamos en cuando teníamos 18 y éramos dramáticos y nos da un ataque de risa. A veces también miramos hacia atrás y pensamos que la vida se da unas vueltas raras. Pero aquí estamos. Yo aprendí a poner en duda muchas cosas del amor, ese que todo lo puede. Tuve suerte, pero a veces no es así, no todo lo puede, y eso está bien aceptarlo, asumirlo y avanzar. Cada historia es única e igualmente válida. Y esta es la mía”.

Melanie Goic (30) es enfermera.