Con Jaime nos casamos cuando jóvenes. Él tenía 22 años y yo 23. Creo que no alcancé ni a respirar y ya estaba embarazada. Tuvimos tres niños seguidos y nos comió la rutina. A los 25 años de matrimonio vino una crisis tremenda, y nos separamos. Justo coincidió que estábamos enfrentando la soledad como pareja. Nosotros somos de Valdivia, y ese mismo año nuestra hija menor partió a estudiar a Valparaíso. Creo que nos quedamos atrapados en nosotros mismos. No estaba contenta y él tampoco. No éramos de peleas, pero sí de un distanciamiento tremendo. Cada uno hacía su vida por su propio lado. Nos dejamos de comunicar.

La separación fue muy dolorosa. Pasé por un duelo tremendo, pero me di cuenta que me sirvió un montón para crecer. Yo siempre fui muy dependiente de él. Siempre fui la que lo acompañaba a  hacer sus cosas. Me olvidé de mí y mis necesidades. No estar a su lado me ayudó a independizarme y tomar las riendas de mi vida. Empecé a buscar cosas que sabía que me gustaban, pero que nunca me di la oportunidad para profundizarlas. El yoga me salvó. Me hice instructora y viajé con mucha frecuencia a la India a perfeccionarme en el tema. Esa fue mi terapia. Fue la mejor sanación para todo el dolor que significa una separación.

Retomé mi vida y empecé a hacer todo lo que quería. Agarré mi maleta y recorrí muchos lugares del mundo. También estudié. Fue un alivio darme cuenta que podía hacer cosas por mi cuenta, porque jamás me lo hubiese imaginado. Eso me llenó el alma y me preparó para una nueva relación. Con el paso del tiempo, conocí a otra persona y nos pusimos a pololear. Jaime también tuvo otra pareja. Duré dos años con esa persona y cuando nació la posibilidad de irnos a vivir juntos, entré en pánico y terminamos. No me imaginaba viviendo con alguien que no fuese mi ex marido. Además, hacerlo significaba cambiarme de ciudad y no quería eso. Quedé sola nuevamente.

En esa época, quise concretar el divorcio. Hablé con mi abogado y cuando tenía todo listo, fui hasta el juzgado a presentar los papeles, pero me arrepentí. Me bajó una pena tremenda. Me vi a mi misma en ese lugar tan frío, tan sola, y sentí un dolor muy grande.  Me acordé de todo el amor con el que me había casado, y no podía creer que estaba por terminarse. Agarré mi carpeta y me fui. Nunca quise analizar tanto lo que me pasó, porque sabía que en el fondo tenía la esperanza de un reencuentro.

Meses después, cuando ya llevábamos 8 años separados, me encontré con Jaime caminando por la calle. En todo ese tiempo no habíamos tenido mucho contacto. Solo nos vimos en cosas puntuales, porque yo seguí siendo la 'nuera' y 'cuñada' de su familia. Los dos estábamos solteros y eso permitió que pudiésemos conversar más tranquilos. Desde ese día, fuimos retomando de a poco la relación.

Y nos volvimos a enamorar. Fue lindo. Era como volver al pasado y recordar esos tiempos cuando nos conocimos. Los dos estábamos con absoluta libertad e independencia, y eso nos permitió reencontrarnos. Es muy extraño de explicar, pero siento que ahora quiero estar con él porque realmente lo siento. Porque hay amor y ninguna otra razón que nos obligue a hacerlo. Es como que estamos viviendo la etapa que nos saltamos, que fue la de seguir 'pololeando' en nuestro matrimonio. No tuvimos la oportunidad de disfrutar de los dos, y ahora siento que lo estamos haciendo. Nuestra relación partió con responsabilidades muy grandes, y se nos olvidó rápidamente lo que era gozar.

Decidimos no contarles de inmediato a nuestros hijos porque la separación les causó mucho dolor y no queríamos ilusionarlos. Además, ellos fueron muy críticos con su papá y a mí me vieron un poco como la víctima, entonces iban a querer protegerme de esta situación. Pero con el paso del tiempo se fueron dando cuenta solos. No es que nos hayamos sentado a contárselos, ellos solos empezaron a sospechar porque, por ejemplo, cuando nos llamaban por teléfono, escuchaban la voz del otro atrás. Se lo tomaron con bastante cautela, ya que no querían embalarse. Pienso que tenían miedo de que fracasara, pero ahora ya nos reímos de la situación.

No voy a negar que al principio fue extraño. Los dos habíamos formado vidas a parte y obviamente cada uno tenía su historia. Sin embargo, estábamos muy conscientes de eso y nunca escarbamos en el pasado del otro. Ya no tengo miedo, y no he pensado en la opción de volver a recaer en la relación que teníamos antes. Estoy mucho más relajada y viviendo el día a día. No me asusta entregarme a esta aventura porque siento que ahora somos mucho más cómplices. Y obviamente tenemos planeado hacer una ceremonia para celebrar este reencuentro. Ambos cambiamos en esos 8 años separados, pero fue un cambio positivo. Me sirvió mucho a nivel personal sentirme más segura y hacer un mea culpa. Creo que fui muy crítica en nuestra relación. Siempre traté de cambiar sus defectos y terminé por desgastarme. Ahora aprendí a soltar y que las cosas no pueden ser perfectas. Y también que se puede tener una relación sin renunciar a la independencia.

Millaray Ochoa tiene 62 años y es empresaria.