Mi historia de amor nació en el verano del 96. Tenía 16 años e iba por primera vez a un Jamboree de scout. Recuerdo perfecto el día que me embarqué en esa aventura. Llena de expectativas y sueños. Sentía que algo bueno estaba por suceder. Apenas llegamos a campamento, vi a Rafael. Alto, flaco, con el pelo desordenado y los ojos más lindos del universo. "Me enamoré", le dije de inmediato a una amiga. Sé que es una frase muy típica entre los adolescentes, pero yo de verdad lo estaba. Ese mismo día se acercó a mí y ahí empezó todo. Pasamos toda la estadía juntos, como si nos hubiésemos conocido de toda la vida. Intentamos aprovechar al máximo el tiempo. Cuando llegó la última noche nos juramos amor eterno, yo lloraba y él besaba cada una de mis lágrimas. Nos prometidos intentarlo, aunque yo fuese de Viña y él de Rancagua.
Así empezó una muy linda relación. Nos costó llevarla adelante, pero funcionó. Me llamaba por teléfono y a mí se me detenía el tiempo. Me acuerdo que llegaba siempre muy entusiasmada a clases para contarles a mis amigas lo que me decía en sus llamadas. Me llegaban sus cartas y yo lloraba a mares mientras las leía. Lo sentía conmigo, muy cerca. Así pasaron los meses y las esperanzas se mantenían, mientras memorizaba cada una de sus palabras y soñaba con vernos pronto. Hay una frase que me dijo, a través de una carta, que jamás olvidaré "escríbeme siempre, para mantener viva la ilusión de volver a encontrarnos".
Cuando ya se puso más seria la relación, empezó a viajar una vez al mes, escondido de sus padres. Les inventaba que tenía que ir a alguna actividad de scout y partía con su pañoleta a verme. Mis papás lo adoraban. Nuestro paseo romántico era ir a la Avenida Perú. Caminábamos, comíamos algo, nos reíamos durante horas sin parar. Cuando se iba, me quedaba sufriendo. Estar juntos tan poco tiempo nos obligaba a escapar de la gente. Era una aventura.
Un día, y de la nada, dejó de llamarme. No supe más de él. Le escribí, lo llamé, pero nada, se lo había tragado la tierra. Sin embargo, el destino nos volvería encontrar. Algo extraño pasaba que cada vez que intentábamos separarnos definitivamente, la vida nos reunía de nuevo. Al verano siguiente viajé a visitar a unos familiares que vivían en un pueblo cercano al de él. Mientras caminaba por la plaza, se me acercó un hombre y me preguntó si yo era la polola de Rafael. Él le había encargado a un amigo que le avisara si alguna vez me veía por acá, para ir a verme. Fue como de película y de nuevo parecíamos inseparables. Lamentablemente duró poco tiempo. No era fácil estar juntos.
No estuvimos en contacto en todo el año siguiente, nuestro último del colegio. Pero cuando salimos, retomamos. El drama llegó nuevamente a nuestras vidas cuando Rafael entró a una rama de las FF.AA. Me llamaba en las noches y hablábamos de todo lo que nos queríamos. No podíamos entender que, pese a todo los obstáculos, nuestras almas no quisieran separarse. Así nos mantuvimos por un buen tiempo, y él volvió a viajar a Viña para vernos. Para mí era como estar en un sueño. Sentía como que nunca hubiésemos pasado tiempo a distancia, que todo seguía igual. Tratábamos de recuperar todos los abrazos perdidos. Estar juntos nos volvía a ese campamento, a ese primer amor.
Es difícil definir lo que fue el resto del tiempo. Yo me casé con otro hombre y tuve tres hijos. Pero por algún motivo nunca perdimos el contacto. Bastaba una llamada para congelar el resto de las cosas. Soñaba con que íbamos a estar juntos de nuevo, lo hablamos mil veces. Era un amor muy intenso.
Años después me separé, y creí que era el momento, que nuestras vidas por fin se iban a alinear. Nos juntamos en la Avenida Perú, como cuando éramos chicos, y escuchamos nuestras canciones favoritas. Nos volvimos a jurar amor eterno. A pesar de todo eso, no funcionó. Las cosas habían cambiado y ya no éramos los dos niños que se habían conocido 20 años atrás. Me di cuenta que había pasado toda mi vida aferrada a una persona que ya no existía. Vivíamos del recuerdo y cuando hablábamos del presente, no había nada en lo que pudiésemos conectar. No nos gustamos en la actualidad. Se acabó el encanto y me di cuenta de todo lo que arriesgué por alguien que, al final, era incompatible conmigo. Aunque cortamos nuestra relación, yo todavía cumplo mi promesa y le escribo "para mantener viva la ilusión de encontrarnos". Aunque esta vez, sé que ya no va a suceder.
Verónica Calfuqueo tiene 39 años y es terapeuta de Reiki.