Me encontré con mi marido en Tinder

Marido en Tinder

Este mes se cumplen #10AñosDeTinder. Les pedimos a nuestras lectoras que nos compartan sus experiencias en esta aplicación de citas para –a través de sus historias– dar cuenta de cómo Tinder y otras aplicaciones han cambiado nuestra forma de vincularnos. Durante este mes compartiremos algunas de sus historias. Aquí una de ellas.




“Hace diez meses encontré a mi marido en Tinder. Yo solo me había unido al sitio para ver su perfil. Él se había unido para encontrar a otra persona”.

La historia comenzó dos semanas antes del día en que, junto a mi mejor amiga, me cree la cuenta y llegué a visitar su perfil. Ella llevaba varios días intentando contarme que lo había encontrado en esa aplicación de citas, pero no se atrevía. Hasta que un día prácticamente lo vomitó, ya no podía más. Me contó que reconoció su foto, porque aparecía con otro nombre. Digo reconoció porque en la foto tampoco era tan evidente que era él. Salía distinto.

No sé muy bien cómo explicar en palabras las emociones que me generó esa noticia. Rabia, fue una de ellas. De hecho mi corazón comenzó a latir a mil por hora. Mi amiga me pidió un té con azúcar en la cafetería donde nos encontrábamos. Agarré el teléfono para llamarlo, pero mi amiga me frenó. Me preguntó qué le diría. Y yo no tuve una respuesta.

Aunque encontrarse con el marido en Tinder para muchas puede ser como una bomba que viene a destruir todo, una sorpresa o una noticia inesperada, había una parte de mí que lo entendía. Y es que hace por lo menos tres meses que no teníamos sexo, y con esto no quiero culparme a mí, tampoco a él, ni tampoco decir que el sexo es fundamental para que una relación perdure. Eso es decisión de cada pareja. A lo que voy es que, en nuestro caso, sí era el reflejo de que algo no andaba bien. De hecho, así como no teníamos sexo hace tres meses, ese día en el café con mi amiga, comencé a pensar cuándo había sido la última vez que nos reímos juntos, que nos contamos algo importante; hace rato que nuestra comunicación había dejado de ser profunda y honesta.

¿Por qué tuve que esperar esta cachetada en la cara para tomar consciencia del estado mi matrimonio? Es algo que también me pregunté mientras me tomaba el té con azúcar. Crecemos entendiendo el matrimonio como sinónimo de compromiso y entonces, aunque muchas veces la separación es el mejor camino, elegimos la convivencia. Pero sin enfrentar el problema.

Fue recién en ese momento que salieron las primeras lágrimas de mis ojos, no por la rabia de verlo ahí buscando una aventura o quizás una historia de amor que reemplazara la nuestra, sino que por la pena que sentí al ver hasta dónde fui capaz de postergar mi felicidad. Porque era evidente que a esas alturas, esa relación no nos hacía felices a ninguno de los dos.

Sin un plan muy claro, decidí crearme una cuenta en Tinder. Reconozco que no fue una decisión muy madura, pero no se me ocurrió algo mejor. Descarté la idea de mandarle un pantallazo de su perfil de Tinder por WhastApp, no quería que nuestra historia terminara así.

Nos fuimos con mi amiga a su casa y juntas creamos un perfil para mí. Nombre y foto falsa, por supuesto. Mi objetivo no era hacer match con alguien –aunque la rabia igual en algunos momentos me acercaba a la tentación–, quería reencontrarme con el marido del comienzo, con el periodo de conquista. Pensé que si lograba conversar por ahí con él –sin que supiera que era yo, por supuesto–, me reencontraría con aquello que me encandiló de él cuando recién nos conocimos. No entiendo muy bien por qué quería verlo en posición de conquista, quizás una parte de mí necesitaba volver a encantarse para que esa atracción se equilibrara con la rabia de la traición de verlo ahí buscando a otra.

También a ratos pienso que lo hice como una manera de entender qué es lo que estaba buscando en una nueva relación y que, por ende, en la nuestra ya no estaba. Y no lo hice para culparme ni reprocharme, pues aunque yo no había dado el paso de abrir Tinder, hace rato también había abierto esta puerta. Lo supe una vez que en un viaje con amigas coquetié descaradamente con un tipo. No pasó nada, porque me medí, pero sí me permití entrar en un juego de seducción que, estando casada, no era correcto.

Aunque cambié el nombre y la foto de perfil en mi estreno en Tinder, todas las otras preguntas que aparecían en la creación del perfil las respondí de manera honesta. Resultado: con mi marido teníamos un alto porcentaje de compatibilidad. Y era obvio, si nuestro problema no era la compatibilidad si no que la rutina.

En las semanas que vinieron estuve tentada de hacerle match, pero al final no me atreví. Tampoco le dije nada en la vida real. Seguí haciendo como si nada de esto hubiese pasado. Pero claro que estaban pasando cosas. De hecho hice match con otros chicos. Salí con algunos e incluso con uno de ellos tuve sexo. Pero nunca me sentí cómoda. Estaba tratando de escapar, de la peor forma, de una realidad que más temprano que tarde, tendría que enfrentar. Así que un día, sin preámbulos, le solté todo. Él estaba saliendo de la ducha, teníamos un almuerzo familiar. Lo miré y le dije ‘sé que estás en Tinder, yo también estoy’.

Obviamente no llegamos al almuerzo familiar. Esa frase abrió una conversación que duró meses. La primera conclusión fue que debíamos separarnos, pero ninguno de los dos estaba convencido. Aunque fue tormentoso, también fue lindo remecer las raíces de nuestra relación y pensar si tenía sentido estar juntos. Descubrimos que sí, porque nos seguíamos queriendo. Es cierto, nos habíamos distanciado al punto de que cada uno llegó a conocer a otras personas, pero a pesar de eso teníamos la convicción de que la separación no era el mejor camino. Quisimos volver a intentarlo, pero esta vez de manera honesta, siendo conscientes de la decisión que estábamos tomando. En mi caso, quizás verlo nuevamente disponible para otras, recordarlo en esos primeros meses de enamoramiento me reflotó el amor. No lo sé muy bien.

Encontrar el camino de vuelta al otro fue un trabajo, no ocurrió de un día para otro, al igual que reconstruir la confianza entre nosotros. Hoy estamos en un buen momento, felices de habernos dado esta oportunidad, porque fue como partir una nueva relación, o no nueva, pero sí una nueva etapa, distinta, pero con el mismo hombre con quien en Tinder, y en la vida real, tuve un alto porcentaje de compatibilidad”.

Francisca B. tiene 36 años y es diseñadora.

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