Es viernes. El reloj marca las 21 horas y estoy en casa de una amiga. Somos diez personas viendo un partido de Chile. Desde la terraza entra, maliciosamente, el embriagador aroma de la carne asada a la parrilla. Carne que, por cierto, no probaré. Intento burlar el apetito con unos palillos de zanahoria que llevé y provocaron risas. Mis ojos miran el televisor, pero mi mente está fija sobre la parrilla. Es el día 1 de mi dieta crudívora y temo que seguirla no será nada de fácil. Baja dopamina, baja serotonina, exceso de grasa en el páncreas, exceso de grasa en el hígado, alergia otorrinolaringológica y sistema inmunitario débil. Y solo tengo 26 años.
Cómo será a los 40. La realidad indesmentible me es revelada tras realizarme un escáner electrointersticial (EIS), examen que mide el líquido intracelular del organismo, aquel donde fluyen los nutrientes y los residuos que las células reciben y desechan. Unas placas de metal bajo mis manos y mis pies, y otras más pequeñas en el lóbulo frontal de mi cabeza, escanean mi cuerpo en un lapso de cuatro minutos (ver recuadro).
"El resto del cuerpo se ve dentro de los rangos bastante normales", me dice Pedro Silva, médico de la Universidad de Chile, máster en Nutrición y director del Centro de Medicina Integrativa Physis, donde me realicé el examen, ante mi cara de asombro y pánico. El déficit de los neurotransmisores, me dice, puede haber ocurrido por un mal manejo del estrés e indica una tendencia a la depresión. Tengo 2,15 microamperes de dopamina y 2,40 de serotonina, cuando lo normal es fluctuar dentro de los 4,28 y los 11,47.
La cantidad adecuada de materia grasa necesaria para no interferir ni obstaculizar el metabolismo de los órganos vitales debe estar entre el 19,4 y 28,8%. Yo estoy en el límite superior con un bochornoso 28,8%, por lo que tengo que acercarme a la media. Si aumentara la alergia, según consigna el examen, causada por la caseína –proteína de la leche de vaca–, podría desarrollar a largo plazo sinusitis, rinitis u otitis. Y, finalmente, mi decaído sistema inmunitario es una invitación a las infecciones.
Este diagnóstico me hizo inmediatamente recordar los constantes ataques de orzuelos que he sufrido en los últimos dos años, originados por una bacteria que se aloja en los ojos. Silva me proporciona una dieta adaptada especialmente para mi caso, según los resultados que arrojó el escáner, de modo de desintoxicar mi cuerpo, revitalizar mis órganos, corregir los valores inadecuados de los neurotransmisores y alcanzar el equilibrio que cualquier organismo necesita para gozar de una buena salud.
La dieta
Empiezo, entonces, una dieta crudívora, basada solo en la ingesta de frutas y verduras crudas, cereales, semillas, germinados y frutos secos, distribuidos en cinco comidas al día. Una dieta "sin fuego", como la llamaba y practicaba Pitágoras miles de años atrás. Este régimen de alimentación fundamenta que los productos de origen vegetal tienen enzimas activas que facilitan la digestión en el organismo. Estas son muy sensibles y se destruyen principalmente con una cocción mayor a 40 °C y otros factores como el envasado, el refinamiento y la pasteurización. Por lo tanto, los alimentos deberían ser consumidos en su estado natural y lo más frescos posible.
Adiós carnes, adiós harinas. Hasta la vista, azúcares y lácteos. Por dos meses me someto a este experimento alimenticio, periodo necesario para ver cambios en mi organismo tras eliminar esos tóxicos que sabían exquisitos ami paladar y absorber los nutrientes de cosas que jamás había escuchado, como la espirulina, un concentrado de algas rico en yodo que permite disolver conmayor facilidad los depósitos grasos en el cuerpo, o el germen de trigo, cereal con una alta concentración de vitamina E, ideal para arreglar los tejidos –como la piel–, que de ahora en adelante debo espolvorear sobre las ensaladas.
Partí con la lista al supermercado en busca de los vegetales, a una tostaduría para abastecerme de semillas y frutos secos, y a una farmacia de productos naturales para adquirir las cápsulas de espirulina. La mesa de mi cocina, como nunca, lucía los variados colores de las frutas de la estación sobre bandejas, mientras el refrigerador quedó casi vacío tras sacar de él los alimentos vedados. Ni el horno ni el microondas los usé. Si antes iba al supermercado una vez cada dos semanas, ahora paraba cada tres días en una feria a comprar frutas y verduras frescas.
Calculé que antes destinaba en promedio 138.400 pesos mensuales en comida, y con el régimen crudívoro gasté 118.200 pesos en un mes. Comienzo las mañanas tomando en ayunas un licuado de tres cucharaditas de chía y una de linaza –las cuales se dejan remojando la noche anterior en una taza de agua tapada–, con alguna fruta como pomelo, frutillas o kiwi. Estas semillas, ricas en omega-3, ayudarían a elevar los niveles de dopamina y serotonina en el cerebro. "Son los ingredientes básicos para que el organismo, a través de una cascada de reacciones, transforme esas proteínas (las del omega-3) en aminoácidos esenciales, precursores de los neurotransmisores", me cuenta Lister Rossel, siquiatra de la Clínica Las Condes. Rossel afirma que la falta de dopamina apunta a un apagamiento motor, somnolencia y letargo, mientras que las tasas bajas de serotonina son frecuentes en cuadros de angustia.
El desayuno se completa con una cantidad ilimitada de frutas, pero con un máximo de dos variedades distintas a la vez. Silva me explica que en la mañana es mejor ingerir frutas agridulces y cítricas –como naranjas y piñas–, altas en vitamina C, ya que a esa hora el metabolismo del cuerpo realiza la síntesis proteica. En cambio, de once, las frutas dulces –como plátanos y chirimoyas– son ideales, ya que el metabolismo está orientado a reservar la energía para seguir funcionando en lo que queda del día. Las frutas neutrales –como las manzanas– van bien en ambos horarios.
Al almuerzo me preparo una ensalada surtida con 5 variedades de vegetales de todo tipo, nuevamente en cantidad ilimitada. Le agrego una cucharadita de semillas de sésamo –alta en calcio–, una de germen de trigo, y la aliño con aceite de oliva. Para la cena también como una ensalada, pero esta vez un solo plato y más pequeño. A media mañana y media tarde trago una cápsula de espirulina. Durante el día ingiero un puñado de frutos secos como almendras, nueces y maní sin sal, y tomo bastantes infusiones –sin endulzar– como té verde, té rooibos, té de rosa mosqueta y, antes de acostarme, una agüita de melissa y de salvia que ayudan a inducir el sueño. "Las infusiones aportan vitaminas y minerales. Las plantas contienen una gran cantidad de sustancias vitales, no solo nutricionales, sino también medicinales", dice Silva.
Por eso, ante un vaso de agua sin gas o una agüita de hierbas, aconseja inclinarse por la segunda. El té verde, por ejemplo, es una gran fuente de antioxidantes, mientras el de rosa mosqueta es muy rico en hierro y vitamina C.
Síntomas de abstitencia
En la primera semana bajé medio kilo. El día 8 de mi dieta tuve unos leves dolores de cabeza e incluso me salieron espinillas. Dos días después sentí mis amígdalas inflamadas. "Eso es absolutamente normal. Está en el contexto de lo que nosotros llamamos la crisis de depuración y desintoxicación. Es un periodo breve que dura unos días, cuando más una semana, y luego los malestares desaparecen", afirma Silva.
Esto ocurre ya que al principio del régimen el organismo se focaliza en depurar y botar los elementos tóxicos, por lo que la duración de esta crisis dependerá de cuánto se deba limpiar. Luego el organismo cambia de estrategia y empieza a asimilar los nuevos nutrientes, baja la intensidad de la depuración y sus molestos efectos.
Algunos días estuve mal genio e irritable. "Es la falta de azúcar en mi sangre", pienso, recordando que antes podía fácilmente arrasar con una barra de chocolate. El doctor me lo confirma: "Si la carga de azúcar que el cuerpo estaba acostumbrado a recibir se acaba, el sistema nervioso reacciona tratando de buscar otras fuentes de energía. Eso se expresa exteriormente con una mayor irritabilidad. Una reacción similar ocurre con otras adicciones, como el alcoholismo".
A la semana y media noté un color distinto en mi rostro. Pasé de un aspecto pálido a unas mejillas rosa; una especie de efecto blush. Mi digestión mejoró notablemente. Me sentía más ligera y no tenía malestar alguno en mi estómago, a diferencia de las hinchazones que a veces padecía. También me sentí a con mucha más energía que la habitual yme era más fácil conciliar el sueño y dormir profundamente. Confieso que hubo momentos en que fantaseaba con que llegara el día 61 para devorar una torta.
Pero también hubo días en que, debido a los cambios que notaba en mi organismo, no me tentaba tanto y, por el contrario, me animaba a seguir. Jamás pasé hambre. Y ante el incontrolable y furioso reclamo de mi cuerpo por azúcar, descubrí ciertas tácticas para despistarlo, como recurrir a una copa de vino blanco o tinto –una al día sí lo tenía permitido– y comer algunas pasas. No pocas veces me sentí como bicho raro. Mis hermanos miraban asqueados mi licuado matutino. En los almuerzos familiares me convertí en el blanco de bromas o me advertían que quedaría verde por consumir tanta lechuga y espinaca. Me di cuenta de que casi todas las reuniones sociales giran en torno a la comida. Por eso, debía cenar en la casa antes de salir a una fiesta o a algún cumpleaños.
En las juntas con amigas le pedía previamente a la dueña de casa que hiciera un picoteo con aceitunas, pepinos y zanahorias, o sino llevaba almendras en mi cartera. De hecho, siempre andaba preparada con una bolsita de frutos secos por si acaso. Al ordenar ensaladas en los restoranes debía resaltar a los garzones que sacaran de mi plato los quesos, los crutones y los aliños especiales. Un par de veces, incluso, me tocó pedir que prepararan ensaladas ami gusto, ya que no podía comer ninguna de las alternativas que figuraban en la carta.
El scáner electrointestinal (EIS)
Fue inventado en la entonces URSS. Actualmente, el equipo es utilizado tanto en hospitales estadounidenses y europeos, como en los trajes de los astronautas rusos para medir su estado de salud. El examen cuesta $ 50.000 y se encuentra en Centro de Medicina Integrativa Physis (Manquehue Sur 1099, Las Condes, fono 367 0366, www.physis.cl) y en Dawn Cooper Health Center (Abadía 39, Las Condes, fono 246 3295, www.dawncooper.cl). Las isapres en general no la reembolsan, salvo planes especiales que incluyan exámenes y tratamientos no convencionales. Se necesita ayunar y, en el caso de las mujeres, no estar con el periodo menstrual, ya que produce alteraciones fisiológicas significativas.
Opiniones encontradas
Silva explica que la dieta crudívora ayuda a prevenir enfermedades y es una de las principales herramientas que se utilizan en la medicina natural, área de la salud donde lleva más de 35 años trabajando. Más radical aún, afirma que este es el régimen ideal para el ser humano y que debería ser practicado de forma permanente o, bien, periódica, especialmente luego de fechas en que se come más de la cuenta y se ingieren alimentos pesados, como la Navidad y el Año Nuevo.
Para que este plan depurador funcione, el médico recomienda hacerlo por un mínimo de 15 días. Una opinión distinta tiene Karen Salvo, nutrióloga de la Clínica Alemana: "No creo en las dietas de desintoxicación. Lo que el cuerpo necesita es que permanentemente lo nutramos de una manera adecuada". Salvo destaca que la dieta crudívora incorpora alimentos muy sanos como las semillas y los frutos secos, pero no aconseja excluir otros tipos igualmente importantes.
"Hay alimentos que necesitamos cocinarlos para poder consumirlos, como las carnes, ricas en hierro y proteínas, y los carbohidratos que son la principal fuente de energía de nuestro cuerpo, como el arroz, la papa y las pastas. Mi postura es que ningún extremo es necesario", dice. Silva sostiene que la dieta crudívora es balanceada, que no hay un déficit de nutrientes, que se subestima el valor proteico y mineral de los vegetales, y que las frutas, al ser consumidas en forma abundante, aportan la cantidad necesaria de carbohidratos al día. Sin embargo, la nutrióloga afirma que esos son diferentes tipos de carbohidratos, por lo que recomienda que ambos estén incluidos dentro de un sistema alimenticio ideal.
Mea culpa
Ya cerca del término de mi dieta, repaso los altos y bajos de esta experiencia. Hubo días de los que me sentí orgullosa, como cuando rechacé en numerosas ocasiones un postre o pedazo de chocolate; fuerza de voluntad inédita en mí. Pero también hubo días en que fallé y cedí al impulso voraz y rebelde de probar lo prohibido, como esas papas mayo que bajoneé de madrugada en un asado en la playa y esos vasos de piscola –para qué especificar cuántos fueron– que bebí para celebrar el cumpleaños de una amiga. Cumplidos los dos meses de sometimiento, volví a la clínica y me realicé un nuevo escáner.
Esperé ansiosa los 5 días que se tarda en recibir los resultados, para ver si todo el esfuerzo que hice valió la pena. Este es mi diagnóstico final: Los niveles de dopamina aumentaron a 2,20 microamperes y los de serotonina a 2,63. Continúan por debajo del índice deseado, pero Silva dice que en 6 meses debería alcanzar la normalidad si sigo consumiendo chía y linaza, ya que los neurotransmisores son moléculas que se recomponen lentamente. La grasa que rodeaba al páncreas y al hígado bajó a 25,3%, por lo que esos órganos ahora pueden funcionar sin problema.
Mi composición corporal –agua intracelular, agua extracelular, masa magra y masa grasa corporal– está en correcto equilibrio, luego de haber bajado 7 kilos. Según la nutrióloga, esta pérdida de peso es saludable y tolerable para el cuerpo, ya que generalmente se recomienda una baja de entre 2 y 4 kilos al mes, para evitar desequilibrios vitamínicos y minerales. La alergia en la zona de la laringe disminuyó, pero todavía persiste, por lo que debería seguir por un semestre excluyendo los lácteos de mi dieta diaria para que el malestar desaparezca por completo. Mi sistema inmunitario está más fuerte y lo puedo comprobar físicamente, ya que no he sufrido nuevos orzuelos en este periodo. Además, he notado mis manos suaves e hidratadas, a diferencia de lo ásperas que pasaban durante el año. Ya no estoy a dieta. Es un día común y corriente. Sin embargo, sobre mi plato hay un surtido de verduras frescas. Le echo semillas. Me salto el postre.
Terminé el régimen crudívoro, pero en cierta manera mi cuerpo añora ese tipo de alimentación. Sí he vuelto a las harinas y a los azúcares, incluso he tomado helado, pero en cantidad moderada. Siento que tomé conciencia de mi cuerpo, que conocí qué le hace bien y qué le hace mal, yme gusta sentirme de esta forma. También aprendí a diferenciar el hambre de la ansiedad. Continúo comiendo chía y linaza en ayunas, y dejé los lácteos por completo. Me inclino por los pescados, antes que cualquier otro tipo de carne. Los embutidos ahora me dan asco. Las frituras no me llaman la atención como antes. Ya no llevo barritas de cereal de colación, sino bolsitas con un mix de frutos secos al natural. En un bar pido una copa de vino en vez de un cóctel con algún destilado. Creo que en este periodo mi cuerpo y mi mente se educaron y hoy giran hacia una alimentación y estilo de vida más saludable. Estoy feliz de haber pasado por esta experiencia y pretendo, cada cierto tiempo, desintoxicar mi organismo de esta forma.
La dieta
EN AYUNAS:
Licuado de chía, linaza y fruta agridulce.
DESAYUNO:
Frutas agridulces (1-2 variedades)
Té rooibos
DURANTE LA MAÑANA:
Té verde
1 cápsula de espirulina
ALMUERZO:
Ensalada surtida (4-5 variedades)
Semillas de sésamo
Germen de trigo
Té kínder
ONCE:
Frutas dulces (1 variedad)
Té de rosa mosqueta
ANTES DE CENA:
Té rooibos o té verde
1 cápsula de espirulina
CENA:
Igual al almuerzo, pero en menor cantidad
NOCHE:
Té de salvia o melissa