Nos juntamos con mis amigas y nos ponemos a hablar de series. Son los primeros días de octubre y todas terminamos de ver Sex Education.
–¡Es demasiado buena! –dice una.
–Me reí muchísimo –comenta otra.
–¿Sabí qué? Me hubiese gustado ser adolescente en esta era –concluye la tercera.
Con “esta era”, se refiere a la era del streaming. La de Sex Education, Never Have I Ever, Heartstopper, 13 Reasons Why, The Summer I Turned Pretty, Red, White & Royal Blue, Pose, Atlanta, Atypical y tantas otras que han resignificado lo que es la adolescencia. Que han trabajado representaciones interseccionales, identidad de género, el valor de las distintas etnias y razas, las múltiples realidades de las neurodivergencias y las discapacidades, entre muchas otras cosas. Es decir: la era en la que cualquier persona puede sentirse identificada viendo un contenido en la tele. Como debiera haber sido siempre.
Mi amiga profundiza en ese pensamiento:
–Mi hermana ahora tiene 15 y está mucho más informada sobre varias cosas. Para ella no es rollo hablar de la primera vez.
Las demás coincidimos. Su hermana ve esas series en streaming y sabe que el sexo adolescente puede ser incómodo, mediocre, parte de la vida. Que no hay por qué incomodarse tanto con el vello público y otras realidades físicas del sexo.
–Yo pensaba que mi primera vez sería mágica… Y me sentí tan mal, dolorida y asqueada con los olores y roces, que no logré hablar bien con Jo durante varios días –dice una de ellas.
Un paréntesis: esta amiga siempre se ha autopercibido como la más romanticona de todas nosotras. La más conservadora también. Jo, el pololo con quien se acostó por primera vez a sus 19 años, es hoy su marido.
–¡Yo iba a la biblioteca a buscar libros de biología y ver cómo eran los penes y vaginas! –comenta una del grupo. Y todas nos echamos a reír.
Porque sí, fuimos adolescentes en una época en la que el internet no se había masificado. Cuando arrendábamos películas en videoclubs y creíamos que la primera vez necesariamente iba a ser perfecta y espectacular como en Virgen a los 40. En la que absolutamente nadie quería llegar a la universidad virgen y en la que suponíamos -como en American Pie o Superbad-, que la época de nuestra graduación era ideal para empezar nuestra vida sexual activa. En la que suponíamos en la que había un antes y un después después del sexo -como en Easy A-. En la que se planteaba que las mujeres no podían separar el amor del sexo -como Cecile en Juegos Sexuales.
Incluso en las series y películas más “open mind” de nuestra época, tener relaciones era peligroso. Basta recordar a Lane embarazada después de su primera vez en Gilmore Girls. O Juno, que debe decidir entre abortar o tener la guagua, luego de haberse acostado con uno de sus mejores amigos.
Pregunto a mis amigas sobre eso. Me responden:
–Para mí, el comienzo de mi vida sexual fue confuso e incómodo.
–Diferentemente de lo que esperaba no fue algo que definiera quién yo era o que transformara mi forma de pensar.
–Me carga que casi que nos obligaran a amar a alguien para poder acostarnos con esa persona. Como si lo importante para todos fuera lo romántico y no que sintiéramos placer o que estuviéramos cómodas.
Comentamos las cosas chistosas que pueden pasar. El golpearse sin querer, los sonidos que hay, los olores, verse interrumpidos por algo o alguien, el extraño momento en que hay que parar todo para que tu compañero ponga el condón, el temor a que este se te quede adentro. Todo.
Todo lo que no nos dijeron las series y películas de antes. Todo lo que se puede celebrar en el cuerpo -sus limitaciones, su impulso, su potencial, su complejidad. Todo lo que sí dicen varios de los contenidos actuales en el streaming.
Una oportunidad para la educación
Más allá de lo divertido que puede ser comentar las representaciones de la sexualidad actuales, los contenidos visuales son una oportunidad para hablar y formar identidades en los términos más amplios posibles.
Alicia Otaegui, académica de Pedagogía de la Universidad Diego Portales, destaca todos los contenidos relacionados al reconocimiento de las diversidades y la naturalización de las diferencias que se entregan desde una perspectiva de género, enfoque de derechos e inclusión. Estos, dice, pueden “potenciar espacios sin violencias ni discriminación y promover actitudes responsables para los diversos colectivos”.
La experta comenta que diferentes estudios han mostrado que las tecnologías de la información no se restringen únicamente a su uso. “Ya no son solo un elemento instrumental sino que son otras formas de habitar el mundo, de interactuar, relacionarnos con otras y otros que conforman nuestros espacio, nuestro contexto. De hecho, la interacción particularmente para niños, niñas y adolescentes, en la actualidad es simultánea, se ubican las pantallas en tiempo real y no tiene una presencia física”, comenta.
Esta transformación digital, en particular, dice, ha impactado la manera en que las adolescentes han construido su propia identidad tanto personal como colectiva. “Particularmente, los contenidos que se transmiten desde internet u otras fuentes digitales les han permitido a las niñas, niños y adolescentes desarrollar un sentido de pertenencia y crear una comunidad virtual donde han podido compartir sus experiencias, resolver inquietudes y entender que existen más personas que han pasado por los mismos aprendizajes, es decir; les ha permitido conocer un espacio libre para poder hablar acerca de sí mismos y sí mismas, contar acerca de sus vidas, lo que piensan, lo que sienten, temas que les preocupan, entre otros”, sostiene.
En este sentido, menciona la experta, el streaming y el entorno digital le permiten a las personas, particularmente a los adolescentes, entregar una respuesta a una serie de interrogantes y dilemas en temáticas que son menos trabajadas en los espacios de enseñanza, como los escolares y los familiares.
–¿El streaming puede ser entonces un recurso de enseñanza? –le pregunto.
“Sí, por supuesto. Es un gran recurso para complementar y apoyar los procesos educativos puesto que son una herramienta para trabajar de manera significativa con las distintas infancias y adolescencias, nos permite llegar a grupos marginados como son niñas, niños y adolescentes en zonas rurales, de la comunidad LGTBIQ+, personas en situación de discapacidad, neurodivergentes y muchos otros”, contesta.
Hoy, esos grupos están mucho más representados que hace algunos años. Un estudio de 2014 con 40 series y contenidos adolescentes, por ejemplo, mostró que solo en 3,8% de ellas había personajes homosexuales, por ejemplo. De ese grupo, solo una personaje era lesbiana.
“El streaming nos abre fronteras de pensamiento que potencian un razonamiento específico y una convivencia democrática”, plantea Alicia Otaegui. Los contenidos, añade, son una herramienta para que el profesorado aborde el desarrollo de la sexualidad y la construcción de la identidad personal normalizando las diferencias, trabajando la construcción de mitos, prejuicios desde un marco de respeto e inclusión de las diversidades.
La producción local
No solo los contenidos del streaming internacional merecen ser destacados. Yenny Cáceres, periodista especializada en cine y ganadora del Premio Escrituras de la Memoria (2020) por “Los años chilenos de Raúl Ruiz”, comenta que muchas películas chilenas están abordando de manera interesante la adolescencia.
“Pienso en Mala junta (Claudia Huaiquimilla), Tarde para morir joven (Dominga Sotomayor) y Rara (Pepa San Martín), las tres disponibles en Ondamedia y de directoras mujeres, y que abordan temas de discriminación, el despertar sexual, el divorcio de los padres”, afirma.
Repito la pregunta hecha a Alicia: “¿El streaming puede ser entonces un recurso de enseñanza?”.
“Claro que sí. Por eso también es importante que los adolescentes accedan a otros contenidos más acordes a su realidad, a la realidad chilena”, responde Yenny Cáceres. “Yo también me crié viendo series y películas gringas, pero cuando ves eso ‘hablado en chileno’ el impacto es otro. A mí me pasó con Palomita Blanca de Ruiz, por ejemplo”, añade.
En su opinión, en una generación que no lee tanto, en la generación del TikTok, el streaming es parte importante de su educación sentimental. Además, menciona, no se debe olvidar que esta generación vivió el encierro de la pandemia con secuelas que recién están aflorando: “Hay casos de jóvenes que les costó salir de casa y volver a sociabilizar, por lo que este tipo de contenidos es una forma más de vincularse con otros pares”.
Un dato importante: Mala junta, que se mete en un mundo marginal, en el conflicto mapuche, en la crisis del Sename, fue una de las películas más vistas en Ondamedia durante la pandemia. “¡Y te aseguro que gran parte de ese público eran jóvenes! Cuando hice clases en la universidad, era la película chilena que mis alumnos más conocían”, comenta la experta.
“Son películas que sirven para conectarte, para sentir que no estás solo en el mundo, con todas tus dudas y conflictos. Es una compañía que muchas veces buscamos en la literatura. Es un refugio”, concluye.
Le escribo a mi grupo de amigas. Les comento que estoy redactando un texto sobre ser adolescente en la era del streaming. Les pregunto si volverían a esa época de sus vidas…
–¡Yo sí! Pero con la experiencia que tengo ahora –se ríe una.
–Pucha, honestamente no. Pero de que están buenos los contenidos, lo están –reconoce otra.
Quizás las contradicciones de la adolescencia -lo que fue, cómo la recordamos, cómo la vivimos- estén con nosotras por siempre. Por lo menos ahora podemos entenderlas mejor a través de nuestras experiencias. Y del streaming nacional e internacional.