Dedicarme exclusivamente a mi hijo fue algo que hice por gusto, porque siempre fue mi sueño. Desde que tengo memoria, quise tener una familia, un esposo, hijos, una casa, mascotas… una vida familiar hogareña y feliz, típica de cuento. Me embaracé mientras estaba en la universidad, con mi pololo de muchos años. Aunque la noticia fue inesperada y no planificada, ambos habíamos soñado con ser papás. La vida nos fue dando buenos momentos como familia. Me titulé, construimos nuestro hogar, con altos y bajos, como cualquier pareja, pero siempre con la idea de apoyarnos incondicionalmente.

Hoy mi hijo tiene 9 años. Es un niño feliz, sano, emocionalmente equilibrado, excelente estudiante y deportista. Mi pareja y yo estamos bien y estables. Se podría decir que tengo un hogar “con todas las de la ley”. Pero, ahora que mi hijo ya ha crecido, aunque todavía me necesita, no es lo mismo.

Regué el jardín de la familia, de la buena madre, la buena hija, la buena amiga… pero el jardín de mi interior se marchitó. Hoy me siento infeliz porque me olvidé de mí misma. De la mujer, de la profesional, de la persona independiente. Me limité a mi rol de cuidar a los demás, de servir siempre, y terminé apagándome por dentro. ¿Quién soy fuera de mi rol de madre y pareja? No lo sé, y eso me aterra. La sombra de la falta de propósito y de valía personal me oscurece el alma.

Hoy sonrío para mantener la armonía y el equilibrio familiar, pero mi tristeza y angustia interna empiezan a notarse.

En un momento intenté balancear todos mis roles, incluyendo el profesional, pero la sobrecarga entre lo laboral, lo doméstico y lo relacional terminó agotándome. Cumplía todo a medias y mi vida era un completo caos. Incluso llegué a enfermarme. Fue por eso que decidí dedicarme al cuidado de la familia, y con eso mi vida se estabilizó. Mejoró mi relación de pareja, con mi familia, y mi hijo prosperó en todos los sentidos. Me conformaba pensando que, gracias a mi decisión, teníamos una familia unida, mientras veía a tantas madres solteras enfrentando enormes dificultades. Eso me hacía sentir que había hecho lo correcto.

Hoy, no estoy segura de si realmente fue así. Lo que sí sé, con total sinceridad, es que es fundamental cuidar nuestro propio jardín interno para poder maternar. Yo me olvidé de mí misma y me perdí en las sombras. Ahora quiero reencontrarme, ser yo misma, independiente y feliz, más allá de los otros roles que desempeño. Pero no sé por dónde empezar, cómo retomar el camino, después de tantos años fuera del ámbito laboral. Siento inseguridad, incluso miedo de salir de mi zona de confort.

No puedo decir que las cosas hayan salido mal ni que mis decisiones fueran erróneas. Sin embargo, a quien pueda leerme, le recomiendo que nunca, por ninguna circunstancia, deje de autocuidarse. Los años pasan rápido, y lo que la sociedad valida como ejemplo de buena madre o esposa debe ir siempre acompañado de un espacio personal. ¿Existe una receta para armonizar nuestros múltiples roles? No lo sé, aún no la descubro. Pero espero dejar esta idea en el corazón de quien me lea: no te olvides nunca de ti misma.

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* Gabriela es matrona y madre. Si como ella tienes una historia de maternidad que contar, escríbenos a hola@paula.cl. ¡Queremos leerte!