Me reconcilié con el 2020
Para muchos, el 2020 pasará a la historia como el peor año de sus vidas. Hubo muertes en cantidades casi nunca antes registradas, quedaron aun más expuestas las injusticias y desigualdades sociales y gran parte de la población pasó meses bajo un encierro obligatorio. Familias enteras se separaron y se vieron enfrentadas a las secuelas de un distanciamiento social prolongado. Pero en la máxima adversidad, pueden también haber indicios de esperanza. Hay aprendizajes y hay reflexión. Y eso puede, en algunos casos, desencadenar un proceso de reconciliación. Con uno mismo, con los demás y con el supuesto peor año de la historia. Acá, tres historias de personas que tocaron fondo y casi dieron el año por perdido, pero que terminaron reconciliándose con el 2020.
Aprender de lo malo
“Suelo salir las tardes a mi terraza a fumar un cigarro y hoy, mientras estaba ahí, se me vinieron muchos recuerdos a la mente. Recordé a mi abuela cuando decía que no hay mal que dure 100 años. Siempre decía que después de pasarlo mal, está en uno soltar esa experiencia y comenzar a aclarar. No lo supe hasta que me tocó.
Qué tirano y poco empático fue este 2020 con nuestras vidas. Recuerdo claramente el día en que tomé mis cosas de la oficina, las puse en un bolso y me vine a la casa. Pensé que esto duraría 15 días máximo y que no era para tanto. Después de unas semanas todo volvería a la ‘normalidad’, me levantaría temprano, llevaría a mi hijo al colegio, manejaría hasta la oficina, me tocarían los tacos de ida y de vuelta y volvería a ir al cine. Qué equivocada estaba. En una semana cambió mi vida y la de todos. Me sentí ahogada, dejé de ver noticias y no quería saber nada de nada. La incertidumbre me afectó como pocas cosas me han afectado. Me hizo tomar decisiones personales cuestionables, pasé penas y decepciones importantes. Y mucho dolor. Hubo tantas pérdidas además. Madres y padres de amigos. Enterarse que alguien del círculo cercano tenía Covid y no saber qué iba a pasar.
Pero luego de eso me puse a pensar que también pude estar con mi adolescente y ver cómo se ha ido desarrollando, cómo ha ido creciendo y lo inteligente que es. Lo vi disertar, lo vi en clases, disfruté con él y lo conocí desde otro punto de vista. Qué grande está. También retomé el hábito de estudio, me metí a un diplomado, aprendí a quererme, a equivocarme, a pedir ayuda y a saludar con una mirada. Y cuando ya salimos del confinamiento, supe lo importante que era abrazar a los seres queridos y decir ‘te quiero’. A días del nuevo año, puedo decir que me reconcilié con el 2020″.
Daniela Paz Muñoz (46).
Aprender de la muerte
“La pandemia se llevó a mi abuelo y a mi abuela con muy pocos días de diferencia. Ese periodo fue quizás el más triste que me ha tocado vivir en la vida. No solamente por la pérdida en sí, que ha sido la primera que me tocó vivir, sino que también porque me di cuenta que se trataba de una pérdida compartida. Perdí a mis abuelos y pude ver cómo eso afectó a mi mamá, que hasta el día de hoy está devastada, pero tengo amigos que perdieron a sus hermanos, padres, amigos, gente que perdió sus trabajos, sus lugares, sus rutinas y sus espacios de comodidad. Lo poco que les hacía sentido, o lo que los mantenía en un estado de aparente felicidad.
La pérdida, en cierto sentido, fue colectiva. Por supuesto a algunos les afectó más que a otros, porque estas situaciones nos vuelven a evidenciar lo desigual que es la cancha. Pero todos sufrimos. Todos tenemos una pequeña cicatriz en el corazón.
A ratos, mientras escuchaba a los profesores dictar las clases por Zoom, o mientras veía las noticias de la noche, pensaba que realmente no había nada que pudiera superar el 2020. Me acostaba angustiada, extrañando a mis abuelos, a mis amigos, y apenada por mi mamá. Pensaba en la gente que vive al día, que no podía vender en la calle por las restricciones sanitarias, en las mamás solteras, en las mujeres encerradas con sus abusadores. Fue un momento muy oscuro y no me avergüenzo de decirlo, porque creo que todos pasamos por algo similar.
Pero ahora, mirando en retrospectiva, me doy cuenta que el año pasado fue también el año en el que me he sentido más cercana a mi mamá. En cierto sentido, la pena nos unió, y pude ver al fin lo fuerte que es y lo mucho que hizo por mí y por mis hermanos, por darnos la vida que tenemos.
Dos meses después de la muerte de mis abuelos decidimos hacer un ritual para honrarlos, y mi mamá sacó de un cajón una caja con fotos y cuadernos antiguos. Hicimos un repaso de nuestra historia y pasamos toda la noche abrazadas, recordando momentos pasados. Años en los que no estábamos encerrados y aun estaban la abuela y el abuelo. Le agradezco al 2020 ese momento”.
Cristina Garay (26).
Aprender de un término
“Me separé de mi ex marido justo antes de que empezara la cuarentena obligatoria en Santiago. Si alguien me hubiese preguntado antes, en mi cabeza habían millones de posibles desenlaces. Pero enfrentarme a un encierro en casa con los niños y con teletrabajo, no era uno de ellos. Fue muy duro.
Igual pongo en perspectiva y sé que quizás no tan duro como lo ha sido para otras madres en condiciones menos privilegiadas. Yo mantuve mi trabajo y cuento con una red de apoyo. Sabemos que muchas, no. Pero aun así, en mi vivencia, fue de lo más duro que me ha tocado vivir.
Hubo días en los que grité y me agarré de los pelos. Mientras mi hija de cuatro lloraba y el de seis pintaba la pared con algún crayón, me encerraba en el baño y pegaba un grito al cielo. Ellos se callaban y cuando finalmente salía, como si no hubiese pasado nada, me quedaban mirando atónitos, casi extrañados. Quizás se preguntaban: “¿Qué le pasa a esta loca?”
Ese grito era liberador. Una suerte de purga que me hacía botar toda la angustia, el miedo y el estrés, para luego continuar con el día. Y se volvió parte de mi rutina. Con el tiempo los niños aprendieron a asumirlo y al poco rato ya ni se inmutaban. Deben haber dicho “ahí va la mamá de nuevo a gritar”.
También hubo días en los que pensé en llamar a mi ex y decirle que me había equivocado, que quería volver y que me había dado cuenta que no podía sin él. Pero sí pude y sí puedo. Y de adentro mío saqué una fortaleza que no sabía que tenía. Soy mucho más aguerrida y valiente de lo que imaginé, y eso lo aprendí en este tiempo.
Tuve que tocar fondo y vaciar espacios de mi vida para darme cuenta de las herramientas que tengo y lo mucho que puedo lograr, sola y junto a mi gran red de apoyo de puras mujeres bacanes, entre ellas mi mamá, mis amigas y las profesoras del colegio de mis niños. Eso me da mucha esperanza, porque me hace pensar que si pude hasta ahora, puedo mucho más”.
Elvira Quiroz (39).
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