Me reencontré con el amor de la adolescencia
A mis 11 años me fui a vivir a Lo Prado con mi mamá, cuando recién se había separado. Pablo era mi vecino y, apenas lo vi, me encantó. Él pasaba todo el día jugando en la calle y cuando sentía el ruido de su reja, miraba por la ventana para ver en qué estaba. Era un amor muy de niños, muy genuino. Tengo recuerdos muy románticos de esa época, como las cartitas que nos mandábamos. Tiempo después, cuando yo estaba en octavo básico, me puse a pololear con un amigo de él. Obviamente no me gustaba, pero era muy simpático y, como era chica, no lo pensé tanto. Justo ese verano, él se fue de vacaciones y le pidió a Pablo que me cuidara. No bastaron un par de días para que nos volviéramos a gustar. Me acuerdo que puso un cojincito en la parte de delante de la bicicleta para poder llevarme e ir juntos a tomar helado, a la plaza, a pasear. Así pasamos el verano y a fines de marzo nos pusimos a pololear.
Al principio no nos veíamos mucho porque yo era muy estudiosa, estaba en Liceo Carmela Carvajal que es muy exigente, y no salía tanto. No era una relación tan de grandes, ya que claramente no lo éramos, y estuvimos como por un año viéndonos solo los fines de semana. Eso hasta que mi mamá decidió irse a vivir al barrio República, y nuestra relación se puso más seria. Sentimos que ya no era como un pololeo de vecinos, y eso nos hizo comprometernos más. Tengo los recuerdos más lindos de esa época. De haber estado con una persona que fue muy partner y de una complicidad increíble. Los dos éramos súper distintos de manera de pensar, él más tradicional y conservador, y yo todo lo contrario, pero siempre supimos llevar eso muy bien. A sus 17 años lo llamaron para hacer el servicio militar y no logró sacárselo. Lo mandaron a Arica. Fue súper fuerte, sin embargo, lo encontré súper romántico porque tuvimos que vencer la distancia. Me lo lloré todo. Nos escribimos miles de cartas, y a través de ese medio coordinábamos las fechas para hablar por teléfono público. Así estuvimos un año y medio, y sobrevivimos.
Durante ese periodo, falleció su papá por un ataque al corazón y a su mamá le dio leucemia. Cuando él volvió, tuvo que enfrentar una realidad muy distinta y eso lo hizo madurar bruscamente. Le tocó pasarlo mal. A sus 19 años, quedó a cargo de su familia. Así sentí que los dos empezamos a estar en diferentes momentos de la vida. Yo había entrado recién a estudiar Historia en la Universidad Católica y estaba en otra. Quería vivir mi juventud, formar parte del centro de estudiantes, conocer gente. Pese a que estaba muy enamorada, sabía que iba a ser muy difícil estar juntos, y no quería echar a perder la relación y que se desgastara, así que decidí terminar. Pensé que si estábamos destinados, la vida nos iba a juntar nuevamente. Él no lo entendió y me pidió que por favor no nos viéramos más, que si íbamos a separarnos que fuese tajante. Y así fue. Nuestra relación de siete años, había terminado.
En mi último año de carrera, empecé a trabajar en un call center y conocí a José Luis. Fue súper extraño, porque él era la antítesis de Pablo. Le encantaba el carrete, hacer panoramas, siempre estaba en algo. Era justo lo que yo necesitaba en ese momento. Hice muchas cosas que quería vivir y que nunca tuve la oportunidad. Fui a conciertos, viajé a Machu Pichu, salí un montón. Me casé con él a mis 24, y las cosas fueron cambiando. Yo ya había superado esa etapa de salir, y sentí que él se había quedado pegado. Tuvimos a nuestro hijo Facundo en 2010, y pensé que iba a cambiar, pero siguió todo igual. Cuando ya estábamos muy mal, y José Luis vivía con su mamá, falleció. Fue una etapa súper dura, lo pasé pésimo y me sentí muy sola. Estuve un año en terapia y empecé a salir adelante de a poco. Creo que si esto no hubiese pasado, igual hubiésemos terminado.
Tiempo después, mientas iba saliendo del colegio donde doy clases, me encontré con Pablo. Él iba a jugar fútbol con sus amigos. Me puse muy nerviosa porque no nos veíamos hace casi 15 años. Y debo reconocer que nunca dejé de pensar en él. Intercambiamos nuestros números y quedamos en juntarnos. Fuimos a un café en la Plaza Brasil y conversamos seis horas, para mí fueron como 15 minutos. Sentí que no había pasado el tiempo, que éramos los mismos niños que se conocieron en el barrio. Nos pusimos al día con la vida del otro. Él tuvo una pareja seria con quien tuvo un hijo, pero nunca se casaron. Fue un día mágico, y desde ese momento nunca más nos separamos. Ahora llevamos un año casados y tenemos un hijo maravilloso.
Creo que lo de nosotros se logró dar porque la vida nos volvió a juntar cuando nuestros relojes estaban sincronizados. Los dos vivimos lo que necesitábamos experimentar separados, y si no hubiese sido así, pienso que no estaríamos juntos. Pese a que nuestra esencia sea la misma, somos otras personas. Fue volver a conocerlo como mujer y él a mí como hombre. Ahora me siento mucho más fuerte por las cosas que me pasaron mientras estuvimos separados. La vida me hizo sacar personalidad y eso él lo nota. Aunque pasé gran parte de mi vida arrepentida por haber terminado, ahora me doy cuenta que haría todo de la misma manera. Creo que todas esas cosas me llevaron a ser la persona que soy hoy, y que me permitió ahora a estar junto a la que más me he amado.
Hilenia Inostroza tiene 36 años y es profesora de historia.
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