Decidir si quedarse en una relación en donde ya no hay amor no es fácil. Menos cuando la discusión interna te paraliza. ¿Será un evento traumático para mis hijos? ¿No voy a encontrar nunca más el amor? ¿Cómo es la vida estando sola? Eran algunas de las preguntas que María (40) se hizo por tres años mientras decidía si podía seguir con un hombre que ya no amaba. Anhelando volver a amarse a sí misma, encontró la fortaleza para separarse. Y hoy, tranquila, resuelta y libre, nos cuenta su historia.

“En total, fueron 17 años juntos. Tenemos 2 niños maravillosos. A lo largo del matrimonio él siempre fue igual: más bien frío, distante y poco cariñoso. Esas son cosas que soy capaz de ver hoy y me pregunto por qué me quedé ahí.

Un día del verano en que estaba empezando la pandemia, por un impulso de esos que no tienen explicación, tomé su celular y vi un mensaje con alguien que, por lo que conversaba, daba cuenta de que era una prostituta. En ese momento sentí que me desmayaba, me temblaban las piernas, sentía que iba a vomitar, pero tuve que calmarme porque estaban los niños y nos preparábamos para cenar. Esa misma noche tuvimos una conversación breve y en silencio para que mis hijos no escucharan, le dije que no lo iba a perdonar pero que no me iba a separar. No le iba a dar ese dolor a los niños.

Este hecho marcó un antes y un después en mí. Comencé a cuestionarme todo sobre mi misma y mi relación. Empecé paulatinamente a abrir los ojos. Me di cuenta de que había sido inocente justificando sus actitudes. Me explotó el cerebro, porque él era la persona que yo más admiraba y en la que más confiaba. Era un ejemplo de rectitud y se mostraba como una persona intachable. Tanto así, que como familia, éramos un ejemplo para el resto.

Es un excelente partner, papá y creo que aún me ama, pero nunca tuvimos una relación de pololos, de desearnos ni de jugar. Me di cuenta de que con otras mujeres si era así. Veía mensajes por redes sociales donde piropeaba a mujeres o en la calle miraba a otras. No descaradamente ni como depravado, pero si las miraba, algo que conmigo nunca hizo. Y ahora lo veo claramente. Nosotros nunca cultivamos la relación de pareja, jamás salíamos solos, no había romanticismo ni pasión. Ambos siempre estuvimos en un status quo, que en ese momento al parecer a mí también me acomodaba.

Desde ese momento noté, entre muchas otras cosas que he ido analizando, que mi autoestima siempre había estado baja porque él nunca me había mirado como mujer, ni con deseo. Pero insisto, nunca fue de otra manera, no es que haya cambiado. Se me hizo muy claro que ya no era sostenible seguir con esta relación cuando le pedí que fuera o hiciera cosas que nunca hizo. Entendí que no podía cambiarlo ni pretender que fuera alguien que no era. Esto empezó a repercutir en cómo lo trataba. Yo estaba mucho más irascible, me molestaba todo de él, lo trataba mal, tenía mucha rabia. Observaba a otras parejas cercanas, a otras mujeres más grandes y las veía infelices. Me aterró la idea de que ese mismo escenario se repitiera con nosotros. No quería eso para mí, no quería que se me fuera la juventud que me quedaba permaneciendo en una relación que ya no daba para más y en un lugar que no me sentía mujer ni deseada.

Me demoré 3 años en tomar la decisión. Pasé por todas las etapas: pena, rabia y vergüenza. Viví sola el proceso, ni siquiera con una amiga o familiar o sicóloga. Sola. Lloré sola y me lavanté el ánimo sola. No sabía a quién contarle porque todas mis amistades, también eran las suyas. Nuestros colegas eran en común, y a mi familia no podía contarle porque mi mamá no iba a ser un apoyo, sino más bien iba a tener que lidiar con su dolor y no me daba para eso.

Cuando estás tomando este tipo de decisión, lo primero que uno piensa es en los hijos, en que cómo les vas a dar ese dolor, cómo les vas a quitar una familia. Te detienen los planes, la familia que habíamos formado, el círculo de amistades. También la parte económica influye, cuando estás dentro de esa situación no ves salida, le pones peros a todo, te cuestionas cómo lo van a hacer para tener 2 casas, que cómo lo haremos con la logística, con la rutina. Pero cuando lo haces, te das cuenta de que sí se puede. En la medida en que lo vas hablando, ya sea con un terapeuta o amigas, te vas desenrollando y dando cuenta que al final todo está en tu cabeza, que no son problemas reales, sino más bien miedos e incluso prejuicios.

Desde el lado personal sí sentía mucho miedo. Mi mayor temor era dormir sola, porque nunca lo había hecho. Pasé de la casa de mis padres a vivir con él. Antes de decidir definitivamente separarme, empecé psicoterapia para entender por qué le tenía miedo a dormir sola o a la soledad. Afortunadamente este espacio me ha permitido empezar un proceso reflexivo de autoconocimiento y reconocimiento, o sea, de entender quién soy realmente, quién fui y quién quiero ser. Y empecé a contarlo. Muy pocas personas saben la verdad de por qué me separé, o sea, mejor dicho, el detonante, porque yo les cuento la historia sin contar el detonante que fue descubrir que un par de veces contrató una prostituta. En vez de eso, la historia que cuento es que se acabó el amor, que descubrí que quiero otras cosas, que él no me dio ni me dará lo que yo necesito. Pero va más allá de eso, hoy me doy cuenta de que me separé por amor, pero amor hacia mí.

Aunque soy bonita, llamo la atención, tengo hartas cualidades atractivas, nunca me he sentido así. Y es que la primera persona que tal vez debería haberme hecho sentir así no lo hizo, y hoy veo el daño que eso me provocó. Me di cuenta de que era muy insegura y de que tenía baja autoestima. Sin embargo, hoy me siento hermosa, como que rejuvenecí, me dicen que se me nota, que estoy más brillante. Me siento segura. Todavía estoy trabajando en algunas cosas pero ya no tengo miedos. Mi mayor miedo en la vida era a estar y dormir sola y ya lo superé, por lo tanto hoy nada me da miedo.

Me estoy atreviendo a hacer cosas que antes no hacía por prejuicios absurdos, como por el qué dirán. Yo sé que mi yo de antes habría dicho con vergüenza que se separó, como un fracaso, pero hoy no, lo digo con orgullo y me siento bacán. Hay mujeres que me miran y dicen: qué valiente. Y así me siento. Poderosa, orgullosa y valiente. Mi autoestima mejoró un montón.