Médica feminista Mabel Bianco sobre la legalización del aborto en Argentina: “Las leyes son motores de cambios culturales importantes”
Cuando en 1989 la médica argentina y coordinadora de la campaña internacional Las mujeres no esperamos. Acabamos con la violencia y el VIH. Ya! fundó la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), su intención era la de dar a conocer un estudio que por esos años había realizado el Ministerio de Salud que relacionaba el aborto a las muertes maternas, pero que nunca alcanzó a divulgarse.
Para ese estudio se había realizado un catastro de todas las mujeres entre los 15 y 49 años que murieron en Buenos Aires en el año 1985, y se logró establecer que pese a lo que decían sus certificados de defunción –algunos declaraban muerte por fallas cardíacas–, eran muchas las que habían fallecido por abortos inseguros. Implicó una búsqueda de sus médicos tratantes y sus familiares, pero tras esos cruces, se pudo finalmente establecer que por cada aborto que quedaba registrado, habían dos que no se declaraban.
Rescatar este estudio implicó para Bianco poner sobre la mesa un tema que no estaba siendo abordado con la urgencia que requería; la maternidad segura. Y por eso, una de las primeras acciones que llevó a cabo fue un encuentro con la Sociedad de Ginecología de la Ciudad de Buenos Aires para poder hablar sobre el aborto. “El estudio fue un pretexto para que hablar de la disminución de la mortalidad materna, porque no se justifica con la cantidad de profesionales y calidad de servicios que tenemos. Nos llevó 32 años de lucha pero se consiguió”, dice.
Y es que en diciembre del año pasado, el Senado argentino aprobó, con 38 votos a favor y 29 en contra, el proyecto de ley para legalizar el aborto en las primeras 14 semanas de embarazo. Según Bianco, lo que cambió desde el 2018 –cuando se rechazó el proyecto de ley–, es que ahora los senadores perciben que el aborto no va a dejar de ocurrir y lo que hay que hacer es garantizar que sea seguro para todas. Se entendió, también, que no es un tema que afecta únicamente a la mujer, sino que a la sociedad entera. “El padre, el novio, el amigo de una chica abusada, también tiene que padecerlo. Ahora los senadores parecen estar de acuerdo con que si bien nunca lo van a poder comprender del todo, tienen que asegurar que las mujeres no vuelvan a pasar por ese nivel de riesgo”, explica.
Este mes el Congreso de Chile inició la discusión para despenalizar el aborto. ¿Cómo nos afecta que en el país vecino se haya legalizado?
Creo que de todas formas incide. Los medios sociales han logrado que lo que antes se comunicaba de manera lenta, se transmita ahora tan rápidamente que en la medida que a las jóvenes les llegue el mensaje de cómo ha cambiado el imaginario que penalizaba el aborto, van a empezar a tener conductas diferentes y a hacer reclamos. Una de los argumentos más importantes respecto al aborto es entender que con penalización o sin penalización, han existido y existirán siempre. Porque la biología no es matemática e incluso los métodos anticonceptivos pueden fallar. El tema radica entonces en garantizar que sean seguros para todas, no solo para las que tengan los medios y los contactos para acceder a un aborto en clínica privada. Se trata de los riesgos a los que están expuestas y que finalmente se entendió que afectan a todos. No es únicamente la mujer, también está su entorno cercano que lo padece con ella.
Una cosa es la despenalización en términos legales, pero también está la despenalización a nivel social. En general sigue existiendo una imagen criminalizadora del aborto.
Nosotros tampoco lo tenemos resuelto. Pero sí hemos logrado hacer entender –al menos a la gente que no se pone tapones en los oídos– que nuestra legislación no penaliza de igual manera el asesinato -u homicidio- y el aborto. Y eso es por algo. Porque en realidad, el acto de nacer se reconoce como salir del vientre materno y respirar, aunque sea una sola vez. Solo puedes inscribir y darle certificado de nacimiento y después de muerte a una persona que nació, es decir que salió del vientre materno y respiró, y luego murió.
Esto es lo que nos enseñan en la escuela de medicina, y es la diferenciación que hace que la penalización no pueda ser la misma. En un aborto no se está matando a una persona que tiene reconocimiento como ciudadano, por eso la discusión no puede ser de si hay vida o no. Cualquier célula tiene vida, lo que no tiene es identidad de persona. De cualquier forma, por el bagaje cultural y religioso que tenemos, el aborto sigue siendo penalizado a nivel social. Por eso muchas mujeres no se animan a decir que están a favor o que han abortado. Y por eso también legislar es tan importante, porque la ley actúa como un facilitador de cambio cultural. Una vez que la ley dice que no está penalizado, cambia el imaginario colectivo. Las leyes muchas veces son motores de cambios culturales importantes.
Falta mucho, y estos grupos religiosos –que no son solo la Iglesia Católica sino que también los nuevos evangélicos– generan más confusión, pero es un primer paso.
Hablando de la importancia de legislar, en octubre del año pasado se rechazó en el Congreso chileno una Ley de Educación Sexual Integral que proponía modificar la obligatoriedad a partir de primero medio y su enfoque exclusivamente biológico y de salud reproductiva. ¿Por qué es tan importante que se aborden estos temas?
Una de las principales características que tiene la ESI es que está mucho más orientada a la formación y al trabajo que se puede hacer de manera progresiva con las chicas y chicos, según sus edades, respecto a los roles de género tradicionalmente asociados a las mujeres y a los hombres. En nuestros países las mujeres estamos asignadas al rol de madres y un mandato social que surge de ahí plantea que para ser plenamente mujeres, tenemos que ser madres. Esto lo vemos ratificado por algunas conductas de profesionales en los servicios de salud. Muchas veces, cuando una niña llega y pide ayuda y orientación con respecto a los métodos anticonceptivos, la miran, no le dan atención y le dicen “vuelve con un mayor”. La chica vuelve, pero vuelve embarazada. Y recién ahí le abren las puertas.
De hecho, cuando hacemos talleres en las escuelas de sectores más populares, las niñas nos dicen que hasta que no están embarazadas, no se las considera como sujetos que necesitan ser atendidas. Este es uno de los tantos problemas que encuentra su raíz en los estereotipos de género, que dictaminan que la maternidad es lo que da la patente de mujer plena o mujer sujeta de derechos. Y es es precisamente esto lo que la ESI vendría a derribar, junto a otros estereotipos como que los hombres no lloran porque eso es signo de debilidad o que no tienen que hacer las tareas domésticas porque eso solo lo hacen las mujeres. O que la masculinidad o capacidad viril del hombre está asociada a la cantidad de mujeres que deja embarazadas. Muchos hombres, y no solo de sectores populares, todavía no quieren que sus mujeres tomen anticonceptivos por eso. Suena absurdo, pero lo vemos, existe y es más frecuente de lo que pensamos en nuestros países.
¿Cómo lo hacemos para tener una educación no sexista común para todos?
Eso no es efectivo, porque la educación sexual tiene que tener un currículo, lo mismo que para enseñar matemática o castellano. No podemos dejar que cada docente o escuela la imparta según su propio criterio, porque todos tienen que salir sabiendo hacer cuentas elementales y sabiendo algunas normas básicas del idioma. No puede quedar librado a lo que piense cada uno. Eso significaría que en algún colegio no le enseñarían a los niños que el uso del preservativo es lo único que evita la infección del VIH, por ejemplo. En ese caso, la educación sexual no tendría un fundamento científico, y sí la tiene. Tanto en lo social como en lo más biológico como la prevención del embarazo y enfermedades de transmisión sexual.
¿Por qué ha quedado en evidencia, especialmente con la pandemia, la importancia de la salud pública?
Yo defiendo el sistema público de salud siempre, también respecto al aborto. La gran hipocresía de este país –que espero ahora se acabe– es que la mujer que tenía recursos, no solamente plata sino que redes y contactos, llegaba a hacerse un aborto a un lugar privado, pagara o no. Y no nos enterábamos, no se moría y aparecía en su diagnóstico que había tenido apendicitis. Mientras que las mujeres que no tienen esos medios, iban al hospital y les decían que no se lo podían realizar.
Lo interesante ahora es que con el aumento en el abuso sexual en la infancia, las madres empezaron a darse cuenta de que si hacían la interrupción del embarazo fuera de un hospital público, el diagnóstico del ADN de los restos del abusador, para llevarlo a la justicia, no tenía validez porque la justicia pide que se haga en un hospital público. Eso hizo que muchas madres de hijas abusadas -mujeres que tenían recursos económicos y sociales- se dieran cuenta de la importancia de que el aborto fuera legal, para poder de alguna forma hacer un ADN que tuviera validez y que les permitiera llevar a la justicia al posible violador. Quedó claro que la necesidad de tener un aborto legal y seguro es transversal, incluso en gente que tiene la posibilidad de hacerlo de manera privada y sin riesgo.
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