Medicación en niños con déficit atencional: “Este medicamento transformó a mi hijo en otro niño, quizás estaba más tranquilo, pero no era él”

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“El año pasado, con mi familia decidimos encerrarnos el 16 de marzo. Me imagino que como muchos, pensando en que sería por unos pocos días. En ese tiempo los colegios tímidamente empezaban a mandar material por mail. Sin embargo, los días pasaron, las semanas también y el panorama de la pandemia fue cada vez más preocupante, hasta que llegamos al homeschooling, un camino que, en nuestro caso, sabía que sería muy complejo.

Mi hijo, un niño maravilloso que este año cursó cuarto básico, está diagnosticado de déficit atencional. Un diagnóstico con el que venimos luchando hace varios años, en realidad toda su corta edad escolar. Si bien nunca me ha gustado medicarlo, he entendido que debo hacerlo para simplificarle la vida a él. Aunque a veces me lo cuestiono, lo hago porque lo único que quiero, es que tenga una linda infancia y etapa escolar.

La pandemia nos pilló sólo con un frasco de su medicamento, lo que me tenía bastante preocupada al principio, pero como pensé que esto sería por poco tiempo, no pedí hora para renovar la receta. Sin embargo, en la medida en que los días pasaron, supe que me faltaría. Pero también lo vi como una posibilidad de que no dependiera de un medicamento para estar bien. Como íbamos a estar todos en la casa, pensé que podríamos ayudarlo y entre todos. De poco se la fui quitando.

Pero al poco tiempo me sentí agotada. Me pasaba todo el día intentando que se concentrara. Yo además estaba con teletrabajo, mi marido también, y mi otra hija igualmente con clases a distancia. A eso sumado todo lo doméstico. Un día, tuve una suerte de explosión interna, lloré de cansancio porque sentí que no daba más. Ese día, decidí volver a darle la pastilla a mi hijo. Y fue peor, porque no me gustó para nada lo que vi. Este medicamento transformó a mi hijo en otro niño, quizás estaba más tranquilo, pero no era él, sino que un niño ansioso, que se paseaba de un lado a otro esperando la próxima clase; que se mordía el labio inferior de la boca. Y dije: nunca más, ahora su pastilla seré yo.

No sé si la decisión fue la correcta. No tengo idea. Fue una decisión de guata. Me quise hacer cargo de este diagnóstico de mi hijo porque no quería verlo así, porque era lo que me correspondía. Así lo pensé. Y no lo digo con el afán de inmolarme, lo hice sólo con el fin de aprovechar este tiempo y esta oportunidad que la vida me estaba dando. Y es que mi afán no fue enseñarle materias como matemáticas, ciencias o lenguaje, mi objetivo fue darle contención y las herramientas necesarias para que lograra la tan ansiada autonomía. Que ya no dependiera más de remedios para estar bien. En el fondo, aproveché la cuarentena para estar más juntos, para conocerlo.

Es curioso cómo las mamás asumimos los diagnósticos de este tipo. Lo aceptamos, a veces nos culpamos por una “enfermedad” que molesta y que por sobre todo, le hace ruido al resto. Siempre me he convencido de que un niño que se distrae en las clases es un problema. Pero lo que hasta ahora no había visto es que hay mucho más que se puede hacer. Y es que nunca había estado tan cerca ayudándolo, prácticamente en la sala de clases. Ahora pienso que los papás y mamás que tenemos este diagnóstico de porquería –lo digo así porque es algo que los encasilla–, tenemos que hacernos cargo. Por ellos. No podemos dejarlo en manos de una pastilla, de un doctor o del colegio.

El 2020 fue un año duro, pero salimos airosos. El colegio exigió y cumplimos. Incluso mi “piojo” fue premiado por sus logros. Y de paso yo también. Y ese es el mejor premio al esfuerzo. Estoy cansada, claro que sí, pero también feliz por haber entrado en su pequeño gran mundo y que los dos hayamos preparado su mochila para lo que la vida, sea lo que sea, le tenga preparado.

Alejandra Galán, 50 años, secretaria.

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