“Eres muy sensible, tienes que ser más fuerte”. “La vida es así, en la vida hay que ser más vivos”. Esas son algunas de las frases que Constanza Toledo (41) tuvo que escuchar por mucho tiempo cuando le comentaba a la gente sobre su estado de ánimo inestable. Solía tener cuadros depresivos que se presentaban en distintos momentos de su vida, sin necesariamente estar asociados a eventos delicados.
Constanza acudió por primera vez a un psiquiatra cuando tenía 23 años. “Estaba en la universidad y tenía muchas crisis de angustia, así que mi mamá decidió llevarme. Me dijeron que tenía depresión y que debía tomar fármacos para regular los químicos de mi cerebro. Me lo dijeron así, bien fríamente”, recuerda ella, quien después de casi veinte años por fin fue diagnosticada por trastorno depresivo. “Los medicamentos que empecé a tomar regularon mi autoestima también. Porque estaba muy flaca y eso no me gustaba, me acomplejaba mucho. Uno de los remedios me hizo subir un poco de peso y eso me dio muchísima seguridad en mi cuerpo”, añade.
Antes de obtener su diagnóstico, Constanza pasó años de psiquiatra en psiquiatra que le recetaban antidepresivos y ansiolíticos por períodos cortos de tiempo para tratar sus depresiones y luego, una vez cumplido el tratamiento, debía dejarlos. Pero pasaban semanas o meses en los que recaía y debía empezar todo de nuevo.
No fue hasta que en una visita al ginecólogo, éste le sugirió dejar el clotiazepam porque, en sus palabras, “estaba tomando muchos remedios”. Así que cuando se le acabó la caja, dejó de tomarlo. Dos semanas después terminó en urgencias por una crisis de angustia que no pudo manejar.
“Mi marido no sabía qué hacer. Yo sentía una angustia terrible, veía todo negro. Era un callejón sin salida. Lloré todo el día, así que por eso decidió llevarme a urgencias. Ahí el médico me explicó que el fármaco que había dejado debía hacerlo de forma paulatina. Después de ese episodio busqué una psicóloga y ella me recomendó a mi actual psiquiatra con la que estoy muy contenta. Sé que ella está disponible si la necesito un domingo en la noche, por ejemplo. Tengo esa suerte”, relata Constanza, quien se convirtió en madre hace poco. “Tener depresión es un lujo que no cualquier persona se puede dar, porque no puede pagar la salud o simplemente no puede quedarse en su casa sin ser capaz de levantarse. Soy muy bendecida de descubierto que tengo esto y que puedo tratarlo de la manera correcta”.
Actualmente toma cinco medicamentos para su salud mental. “Yo sé que es probable que esta patología de salud mental la tenga siempre. He intentado bajar las dosis de los medicamentos, pero siempre pasa algo que me hace volver a la dosis original. Tengo asumido que voy a tener que tomar medicamentos por siempre. Con mi psiquiatra he aprendido técnicas para calmarme durante una crisis y no acudir directamente al medicamento SOS”, remata.
La ansiedad no es un adjetivo
Luego de una ruptura amorosa de una relación larga, Carolina González (36) acudió por primera vez a la psicóloga en 2012. Se mantuvo en terapia hasta el año pasado, cuando la profesional la dio de alta. Pero en el intertanto Carolina fue derivada por su psicóloga a una psiquiatra para tratar síntomas que la aquejaban desde el principio, como la dificultad para dormir, mal juicio de decisiones y sobre pensar las cosas. Ahí fue cuando fue diagnosticada con trastorno ansioso. “Fue un alivio saber mi diagnóstico, ojalá haberlo sabido antes. Todas las cosas tenían un nombre, no era yo inventándome cosas”, asegura.
“Un día estaba trabajando en mi escritorio y lo siguiente que recuerdo es que estaba en una cama de una clínica. Me había descompensado porque la dosis de ese medicamento era muy alta.
“Le resumí mi historia a la psiquiatra. Partimos con escitalopram y creo que me hizo bien. Recuerdo que en ese tiempo me tuve que cambiar de casa, un proceso muy estresante para cualquiera, pero yo lo pude sortear bien. Lo que sí notaba con ese medicamento es que me sentía muy apagada, no sentía nada. Mi psiquiatra se fue de pre y posnatal, así que la siguiente me indicó Buxón (anfebutamona clorhidrato) y quetiapina en la noche”, recuerda.
Si bien estos medicamentos la mantuvieron estable por un tiempo, durante un momento delicado en su trabajo volvieron sus síntomas ansiosos: el sobre pensar las cosas, los comportamientos erráticos, el nerviosismo extremo. Se lo comentó a su psiquiatra de ese momento y si bien ella primero recomendó una licencia, Carolina pidió que le subiera la dosis de Buxón porque sentía que no podía sortear las dificultades que estaba viviendo en ese momento. “Un día estaba trabajando en mi escritorio y lo siguiente que recuerdo es que estaba en una cama de una clínica. Me había descompensado porque la dosis de ese medicamento era muy alta. Me mantuvieron en observación esa noche y luego me dieron dos semanas de licencia, algo de lo que había rehuido porque pensaba que me podría generar más problemas. Durante esas semanas me sentí súper adormecida”, relata
Luego de revisar junto a su psiquiatra sus fármacos, quedaron en que tomaría la dosis original de Buxón, quetiapina por las noches y clotiazepam en caso de emergencia. Se mantuvo estable durante un tiempo hasta que en una sesión con su psicóloga se desbordó en llanto por un cúmulo de cosas, así que le indicó que visitara a un psiquiatra lo antes posible para evaluar una licencia: “Esa hora coincidió con el mismo día que operaron a mi pareja de una cirugía menor. En este caso, mi nuevo psiquiatra me dio treinta días de licencia de inmediato. Yo le dije que tenía miedo de que pasara lo mismo de hacía unos años con la descompensación, así que me recomendó tomar sertralina. A los dos días de tomarla me sentí muchísimo mejor, pero me bajó la libido. Me sentía mejor, pero también sentía que eso afectaba mi relación de pareja”.
En la actualidad Carolina se mantiene con tres remedios permanentes y controles seguidos con su psiquiatra. En ocasiones reluce una conversación con su mejor amiga. Cuando fue diagnosticada en 2012 y se lo comentó, “ella reaccionó viéndome como una persona débil. Después, con los años, ella también tuvo que acudir a médicos de la salud mental por diferentes razones y lo entendió. Me pidió disculpas y todavía lo hace de vez en cuando”.
De un polo a otro
Karen Hernández es presidenta de la fundación SomosTAB, una organización que se dedica a informar, brindar apoyo y psicoeducación sobre el trastorno afectivo bipolar. Encontró esta organización porque su hijo fue diagnosticado con trastorno bipolar hace casi cuatro años y medio, y desde el primer momento quiso entender bien cómo funciona esta enfermedad.
Así también se convirtió en especialista en psicoeducación, un pilar fundamental para cualquier patología asociada a la salud mental. “La psicoeducación es aprender qué es la enfermedad, cómo se lleva, cuáles son las consecuencias y cómo te puedes mantener bien. Es entender que necesitas un medicamento de por vida para el ánimo, pero también ser consciente de que existen las recaídas y que es posible anticiparse a ellas. La psicoeducación es un conjunto de herramientas que la persona diagnosticada y su círculo cercano deben aprender para avanzar mejor. No se trata solo de leer artículos o entrar a grupos de apoyo, sino entrenar prácticamente una nueva forma de vida que parte por aceptar el diagnóstico, salir del autoestigma y tener buenas redes de apoyo”, explica Karen.
Ximena Toro (36) fue diagnosticada con trastorno afectivo bipolar en 2021, en medio de la pandemia. A raíz de un episodio familiar cayó en un episodio depresivo, por lo que decidió acudir a su médico general de confianza, quien la derivó al psiquiatra.
“La concepción de bipolaridad que tenía en ese momento era súper negativa. Al principio me costó aceptar la posibilidad de ser bipolar. Fue como un balde de agua fría. Pero me tomé los medicamentos con toda la voluntad de estar mejor. Estaba cansada de pasar por las situaciones emocionales que estaba viviendo”, recuerda.
Ximena hace una bitácora de episodios bipolares antes de ser diagnosticada y recuerda algunos episodios depresivos al salir del colegio e incluso algunas psicosis: “Mis períodos depresivos eran súper largos. Y en un momento, de un día para otro, comencé a estar muy eufórica, quería salir hablar con gente. Me fui al otro extremo, la manía, donde frecuento generalmente. Las depresiones que he vivido han sido por situaciones dolorosas”.
Al ser diagnosticada primero le indicaron un antidepresivo y lorazepam por las noches. El antidepresivo le produjo un viraje y la llevó a un estado mixto. “Hice un viraje a la depresión. Se suponía que debía sentirme bien, pero no fue así. La piscoeducación me ha ayudado a anticipar ciertos signos de alerta y preguntar al médico para qué me está recetando ciertos medicamentos”, relata Ximena, quien buscó apoyo en la fundación SomosTAB.
Hoy Ximena tiene 36 semanas de embarazo. Cuando se enteró de la noticia se le abrió un mundo de alegrías, pero también uno de dudas sobre cómo manejar su enfermedad estando en gestación. “Volví a contactarme con la fundación y me ayudaron a derribar varios mitos. Sí puedo tomar medicación, pero en baja cantidad (todo esto conversado con su médico tratante). Me brindaron información sobre los estudios de lactancia, entre otras cosas, y eso me permitió bajar la ansiedad inmediatamente. Puedo ser mamá. Ahora viene todo un proceso de lactancia donde tengo que tomar decisiones porque necesito dormir para mantener controlada mi enfermedad. Armamos un grupo de mamás que tenemos TAB y nos apoyamos bastante”, dice Ximena.
“Si bien las enfermedades de salud mental son por el resto de la vida, son patologías llevaderas y se puede hacer todo lo posible para tener una vida funcional”.
Thomas Hofman es psicólogo clínico y coordinador del área de psicoeducación de fundación SomosTAB. Él también es paciente de trastorno afectivo bipolar, razón por la que decidió dedicarse a esa rama de la psicología.
Para el profesional es importante “entender que, fuera del tema de los fármacos, el paciente debe entender que las enfermedades de salud mental las van a tener por el resto de la vida. Uno le dice al paciente que estas patologías son llevaderas y se puede hacer todo lo posible para tener una vida funcional”.
Hofman advierte que para el manejo de crisis de cualquiera de estas patologías es recomendable que la población en general esté educada sobre cómo actuar, sobre todo los cercanos de los pacientes: “Uno le enseña al paciente cómo reaccionar ante una crisis, pero si educáramos a la población en general, sería posible asistir a alguien durante una crisis de pánico, por ejemplo, indicándole que te mire a los ojos, que siga tu respiración y así la persona pueda salir de la crisis”.