Menopausia a los 20

Una de cada 100 mujeres sufre de falla ovárica precoz y sus ovarios dejan de funcionar cuando ellas tienen 20 o 30 años y ni siquiera se han planteado la posibilidad de tener un hijo aún. Los síntomas y las consecuencias son las mismas que las de la menopausia: bochornos, falta de deseo sexual, riesgos de desarrollar enfermedades cardiovasculares y osteoporosis. Acá, la mirada médica y cómo tres chilenas le han hecho frente.




Paula 1161. Sábado 22 de noviembre de 2014.

Cecilia Quintanilla (33) había salido recién del colegio y planeaba irse a vivir con su pololo cuando supo, en la consulta de su ginecólogo, que sus ovarios estaban fallando. Siempre había tenido periodos menstruales irregulares pero, en el último año, sencillamente sus reglas desaparecieron y no estaba embarazada. Por eso consultó a su doctor. Pero nunca imaginó que, tras describirle que tenía bochornos, dolor en las rodillas y andaba muy de mal genio, él le dijera que probablemente se trataba de una falla ovárica precoz y que, si eso se confirmaba, era alta la probabilidad de que quedara infértil. A Cecilia se le llenaron los ojos de lágrimas. Estaba lejos de pensar en tener un hijo entonces, pero la posibilidad de no poder embarazarse nunca, le pareció terrible. Solo tenía 18 años. Y se largó a llorar.

La falla ovárica precoz –también llamada insuficiencia ovárica prematura y que en Chile sufre el 1% de las mujeres– es el cese de la actividad del ovario antes del tiempo esperado. El ovario es el órgano reproductor femenino, secretor de las células sexuales: los óvulos. Se estima que una mujer nace con cerca de dos millones y medio de óvulos inmaduros o folículos que se encuentran en el ovario y estos empiezan a morir desde el momento del nacimiento. Cuando llega la pubertad y la menstruación, hay alrededor de 400 mil folículos y, en cada ciclo menstrual se pierden cerca de mil y uno solo tiene la posibilidad de madurar y de convertirse en óvulo (que se libera en la trompa de Falopio dando inicio a la ovulación). Por eso lo habitual es que la reserva ovárica dure hasta los 50 años aproximadamente, cuando las reglas se terminan y llega la menopausia. Pero en el caso de la falla ovárica precoz, la reserva se acaba mucho antes.

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Cecilia (en la foto) tenía 18 años cuando sus ovarios comenzaron a fallar: dejó de llegarle la regla y sentía bochornos. Cuando supo el diagnóstico, lo que más le dolió fue que perdería su fertilidad. Hoy tiene 33 años y logró embarazarse con óvulos de una donante.

"En un principio estaba muy afectada; tenía muchos cambios anímicos. Mi pololo en ese entonces (que hoy es su marido) tuvo mucha paciencia conmigo, porque estaba muy bipolar. Tenía todos los síntomas de la menopausia, pero era tan raro, ¡porque yo era muy joven! Recuerdo que me sentía mal cuando mis amigas decían que les dolían los ovarios o me pedían pastillas para los dolores menstruales y ¡qué iba a tener si tuve tan pocas reglas!", dice Cecilia Quintanilla.

Hasta hace poco se hablaba de falla ovárica precoz como sinónimo de menopausia prematura, pero hoy los médicos las diferencian. La menopausia prematura se presenta entre los 40 y 45 años. En cambio, la falla ovárica puede venir a partir de los 20 años e, incluso, antes. Comparten, eso sí, los síntomas: bochornos, labilidad emocional, insomnio y cambios en el apetito sexual. Cambios evidentes, pero no suficientes ante los ojos de los especialistas.

A juicio de Marcelo Bianchi, jefe de la Unidad de Climaterio de Clínica Las Condes, es importante hacer una buena pesquisa en las pacientes jóvenes antes de dar el diagnóstico, pues muchas veces se producen cuadros en que no hay ovulación y que se pueden interpretar como falla ovárica. Una joven que cumple un año sin regla, como le sucedió a Cecilia Quintanilla, debe hacerse un examen de sangre que confirme la ausencia de estrógenos y valores elevados de la hormona foliculoestimulante FSH; exámenes que deben repetirse un mes después: si el resultado persiste, recién se considera que la paciente está con una falla ovárica. Una vez que existe certeza del diagnóstico, se buscan las causas. Hay varias posibles. De acuerdo con la opinión de Ricardo Pommer, director de la Unidad de Medicina Reproductiva de Clínica Monteblanco, pueden sufrir de falla ovárica personas con tiroiditis o lupus, pero también aquellas que, víctimas de cáncer, han tenido que someterse a quimioterapia. Otro porcentaje está asociado a alteraciones cromosómicas y, en este caso, la insuficiencia ovárica es irreversible. Pero se ha visto casos reversibles o con intermitencia en la función cuando la falla ovárica es provocada por una enfermedad autoinmune, como el lupus. Cecilia no sabe con certeza la causa de su falla ovárica pero, a juzgar por el recuerdo de una tía cercana que nunca menstruaba, intuye que lo suyo es genético.

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"A mí la falla ovárica me jodió la vida. Fue un ataque a mi feminidad", dice Ana María González. Su falla ovárica ocurrió cuando tenía 27 años y le produjo un desorden hormonal que afectó su tiroides y la hizo subir mucho de peso.

Aunque tengan 20 o 30 años, las mujeres que presentan falla ovárica precoz sufren el mismo impacto en su salud que una mujer de 50 años a la que le llega la menopausia. Al dejar de funcionar, el ovario deja de producir progesterona y estrógeno, hormonas que intervienen en numerosas funciones del cuerpo: desde la tensión de la piel hasta la densidad ósea. "Tener falla ovárica precoz puede adelantar la aparición de enfermedades, como la osteoporosis, los infartos al miocardio, alteraciones cognitivas y enfermedades neurodegenerativas", explica la ginecóloga Paulina Villaseca, del Departamento de Endocrinología de la Universidad Católica.

La doctora explica que los estrógenos –hormonas que son secretadas por el ovario– se encargan de mantener sano al sistema circulatorio, contrarrestando la aparición de factores de riesgo cardiovascular que ocurren con la menopausia; además, actúan en la remodelación ósea, manteniendo una "trama" ósea firme y no porosa. "Sin embargo, cuando deja de haber estrógenos, ya sea por una falla ovárica prematura o la llegada de la menopausia, hay un impacto en todos los sistemas donde actuaba esta hormona", agrega.

La doctora explica que es posible mantener un estado saludable y una buena calidad de vida practicando ejercicio, teniendo una dieta sana, manejando el estrés y usando estrógenos (estradiol), salvo que exista contraindicación médica. "Existe consenso en las sociedades científicas de aplicarlo en pacientes jóvenes hasta llegar a la edad normal de la menopausia", dice.

Desde que tuvo su diagnóstico, Cecilia sigue la terapia de sustitución hormonal, con lo que tiene niveles hormonales equivalentes a las mujeres de su misma edad. "Regulé todo con los medicamentos y la enfermedad dejó de ser tema. Salvo por la infertilidad, porque yo no quise renunciar a ser madre", dice Cecilia, que luego de averiguar sobre tratamientos de fertilización asistida, recurrió a la ovodonación (es decir, usar el óvulo de otra mujer) y hoy está embarazada de tres meses.

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AMORTIGUAR EL IMPACTO

Quienes tienen falla ovárica precoz, en general, deben recibir ayuda sicológica. A juicio de Daniela Solari, sicóloga miembro de la Sociedad Chilena de Medicina Reproductiva, el diagnóstico de esta enfermedad causa un gran impacto.

"Saber que se tiene falla ovárica precoz genera una crisis vital. Por un lado, sientes que tu cuerpo no está respondiendo y, por otro lado, te das cuenta que lo que dabas por sentado en cuanto a la salud reproductiva, dejará de ser así. El diagnóstico es un shock, porque no es algo que esperes y, además, involucra aspectos como la maternidad y la sensación de feminidad", explica.

Poola Villalba recibió el diagnóstico a los 34 años. "Muchas cosas me preocuparon: entre ellas, comenzar a verme mayor o que esto afectara mi sexualidad. La terapia de reemplazo hormonal me ayudó en eso".

Las solteras, dice, se preguntan quién las va a querer en esas condiciones, en tanto que las casadas, con hijos, sufren algo menos de estrés al saber de su infertilidad, pero tienen igual la sensación de que no están funcionando bien. Viene inevitablemente un duelo. "Esta es una pérdida que no estaba presupuestada porque las mujeres crecemos pensando que vamos a tener hijos algún día y que estos van a seguir tu linaje genético".

Ana María González (34) tenía 27 años cuando empezó a tener los primeros síntomas. Ya estaba casada y estudiaba y trabajaba como técnico en párvulos. Adoraba a los niños. Y soñaba con ser mamá. "No me llegaba la regla todos los meses, estaba con muchos mareos y, claro, paranoica pensaba: '¡estoy embarazada!'. Un día me desperté y caí en la cuenta que llevaba tres años sin cuidarme y que, pese a ello, no me embarazaba. Así partió la sospecha de que algo no andaba bien", recuerda.

Pesaba 56 kilos al momento de gatillarse su falla ovárica y, cuando sus reglas cesaron, empezó a subir de peso hasta llegar a triplicar el número de sus kilos. La falta de hormonas le provocó problemas con su tiroides que, luego, pudo controlar con medicamentos. Pero, sin duda, el tema más difícil fue la infertilidad.

"A mí la falla ovárica me jodió la vida, literalmente. Me estancó como persona en todos los aspectos. Para mí fue la crucifixión misma como mujer, porque fue un ataque a mi feminidad, me ha hecho sentir menoscabada", admite Ana María.

Ha tenido cinco intentos fallidos de embarazo: los dos primeros fueron embarazos naturales (cuando le quedaban óvulos y antes del diagnóstico) pero no llegaron a término. Los siguientes fueron embarazos que logró con inseminación intrauterina, pero tampoco llegaron a término.

Después de la pérdida de su último embarazo, a los cinco meses de gestación, decidió ir al sicólogo, quien le ayudó a entender que esta enfermedad es un proceso que se vive en pareja. La frustración se potencia, dice, con la angustia de saber que hay que reunir una considerable cantidad de dinero cada vez que se someten a un tratamiento de fertilización. "Con mi marido hemos pagado nueve millones de pesos. Hemos vendido hasta el living y el comedor y mis papás vendieron un terreno para ayudarnos en el intento de ser padres", confiesa.

Poola Villalba (42) tenía 34 años cuando comenzó a tener bochornos y consultó al médico. Entonces trabajaba en una UCI pediátrica y estaba saliendo con el que hoy es su marido cuando supo que tenía falla ovárica precoz. Meses antes, había tenido tiroiditis de Hashimoto, una enfermedad autoinmune que probablemente ocasionó que sus ovarios dejaran de funcionar. "Cuando vi los resultados del laboratorio, recuerdo muy bien la palidez que sentí. Empecé a tener mucho rollo emocional porque me encantan los niños, entonces, el hecho de verlos y saber que nunca podría tener hijos, fue fuerte", recuerda.

Trató de salir adelante sin ayuda, pero transcurrido el primer año optó por ir al sicólogo, quien la contuvo y la ayudó a asumir esta nueva realidad: dejó de lado su mentalidad conservadora, se fue a vivir con su novio y se permitió grados más altos de flexibilidad. No olvida, eso sí, episodios iniciales insólitos, como cuando un doctor le dijo: "sí poh, chiquilla, te llegó el viejazo". Tampoco cuando se quedaba mirando a mujeres de su edad, con algo de envidia, al notar cómo se les evidenciaba el estrógeno en la piel. "Esta enfermedad es como sacarle las capas a una cebolla: encierra varios problemas a la vez, como la feminidad, la maternidad y el sentirse mujer en todo el sentido de la palabra", reflexiona Poola.

Le preocupaba que a causa de la falla ovárica comenzara a verse mayor. O que esto afectara su sexualidad. Y sus preocupaciones tenían fundamento. Según el doctor Marcelo Bianchi, la falla ovárica puede producir una atrofia o envejecimiento del aparato genital femenino; sin embargo, con el apoyo sicológico y con la terapia de sustitución hormonal adecuada, es posible volver a tener niveles hormonales equivalentes a las mujeres jóvenes. "No alcancé a sentir ninguno de estos síntomas, pues empecé a tomar a tiempo la terapia hormonal", dice Poola.

En la actualidad, Poola se controla una vez al año con una endocrinóloga y una ginecóloga para revisar posibles alteraciones en el metabolismo del calcio y un nódulo en la tiroides. Se cuida, además, haciendo ejercicio, tomando calcio y aplicándose en la piel un gel de estrógeno que la ayuda a vivir como si no tuviese falla ovárica. A nivel personal, aunque no ha tenido hijos, asegura que ha desarrollado su lado maternal en la relación que tiene con las dos hijas de su marido y su sobrino. "No me gusta llamar enfermedad a la falla ovárica. Fue más bien un cambio en mi vida. Es cierto que ha sido difícil. Pero prefiero ver el vaso medio lleno. Al final en la vida hay que intentar ser feliz", dice. •

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Embarazarse con falla ovárica precoz

Lejos, el mayor impacto que sufre una mujer con falla ovárica es la pérdida de su fertilidad. Sin embargo, existen algunos caminos médicos que pueden ayudarla en ese ámbito:

1. Vitrificación o congelación de óvulos: según la doctora Adela Camus, miembro titular del equipo de medicina reproductiva de Clínica Las Condes y encargada del programa de preservación de fertilidad, este tratamiento es usado por pacientes con antecedentes genéticos de falla ovárica que no se arriesgan a quedar sin óvulos antes de ser madres, como también por mujeres que alcanzan a congelar sus óvulos antes de una quimioterapia.

2. Criopreservación de tejido ovárico: según la doctora Adela Camus, esta técnica experimental está destinada a niñas prepúberes donde no es posible estimular y vitrificar óvulos maduros. También es usada por mujeres que no alcanzan a congelar sus ovocitos antes de una quimioterapia (la que puede provocar falla ovárica). Extraen una porción del ovario, lo congelan cuando a la mujer le dan el alta por el cáncer, lo reimplantan esperando que recupere su función hormonal y, muchas veces, su función ovulatoria.

3. Ovodonación: es la alternativa para conseguir un embarazo en mujeres con falla ovárica que no han congelado óvulos. El doctor Ricardo Pommer explica que esta técnica consiste en fecundar ovocitos de una donante con los espermios del marido de la mujer con falla ovárica. De esta unión sale un embrión fertilizado que es implantado en el útero de la paciente.

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