Me encanta ser mamá, pero por estos días me siento cansada. Cansada de las noches sin dormir y de compatibilizar el desarrollo personal con la crianza. Cansada de querer hablar de mi cansancio para aliviarme, pero no encontrar consuelo entre mis amigas que son mamás o que no tienen hijos.

¿El problema? Todas tienen consejos. Tantos consejos. Así lo he vivido desde que nació mi hijo. Al comienzo estaba entusiasmada de entrar al mundo de las madres. Quería compartirlo todo. Pero poco tiempo pasó antes de descubrir que las mamás no sabemos mucho escuchar ni compartir, sino que sabemos más aconsejar. Y que a veces ese consejo se tiñe de crítica. Ni hablar de las amigas sin hijos. En cuanto una empieza a hablar de su cansancio o molestia te miran como diciendo ¡de la que me salvé!

La verdad es que antes de tener hijos no era tan empática respecto al tema niños. Era una de esas personas que se enfurecía cuando escuchaba una guagua llorando o gritando en el avión porque sentía que me arruinaban el viaje. Quizá es por eso mismo que las amigas sin hijos no son las primeras en mi lista de desahogo maternal. Para confesiones siempre pienso en mis amigas que son mamás. Por eso el otro día me junté con una a conversar, con la esperanza de por fin hablar sin filtro de lo que me pasaba. Me siento cansada, le confesé. No sé si es la lactancia, el maternar o el simple hecho de ser mujer y tener que hacer malabarismos todo el día. Ella me respondió inmediatamente que era la lactancia y que creía que mi hijo es muy grande para que le siga dando pechuga. Siguió dándome un sinfín de instrucciones y consejos, mientras yo me sentía arrepentida de haber abierto el tema. ¡Cómo me hubiese gustado que simplemente me escuchara! Incluso un silencio me hubiera regalado más alivio que su crítica. ¿Por qué no intentamos, la próxima vez que alguien nos confiese algo, simplemente escuchar?

A veces me acuerdo de esa guagua llorando en el avión. Y pienso en la mamá angustiada. Y es que ahora sé el tremendo estrés que significa pasar por eso. Lo he vivido. Sostener a tu guagua inconsolable mientras alguien suspira malhumorado o te murmullan silencio es una situación realmente incómoda. Qué ganas me dan de retroceder el tiempo y poder ofrecerle a esa mamá un vaso de agua, ayudarla a distraer a su guagua o simplemente regalarle una mirada empática. Porque la mayoría de las veces eso es lo que necesitamos; una mirada comprensiva, una palabra amorosa. Un 'lo estás haciendo bien'.

Seamos sinceras, es tan difícil maternar. No hay una fórmula, no hay una sola respuesta, más bien muchas preguntas. Pienso en lo bueno que sería terminar con los juicios disfrazados de consejos y recomendaciones. En lo mucho mejor que podría ser aceptar que lo que le funciona a una no necesariamente le funciona a la otra. Escucharnos más. Acompañarnos más. Pienso que a veces es sólo un detalle lo que cambia el día, como lo es dejar que alguien se desahogue ininterrumpidamente o regalarle una sonrisa de complicidad a una mamá en apuros.

Camila (33) tiene un hijo y es actriz y coach ontológica.