“Cuando llegué a vivir al condominio de departamentos donde vivo actualmente con mi familia, de a poco comenzamos a conocer a los vecinos. En ese tiempo creía que acercarme a algunos de ellos podría ser una buena instancia para crear redes e incluso una linda amistad. Así me pasó con una. Es mamá de una niña de 10 años y yo de una de 6, y eso en un comienzo nos unió. Con el tiempo fuimos desarrollando una estrecha relación. Mientras nuestras hijas jugaban, nosotras pasábamos largos ratos conversando de los otros vecinos de la vida en familia. Ambas abrimos nuestro corazón y nos hicimos muy buenas amigas.
Así, de a poco y a pesar de nuestros diez años de diferencia, nos transformamos en el apoyo y contención de la otra. Cuando la veía triste trataba de animarla con lo que fuese; un regalo, una conversación o una salida a comer juntas. Y ella, a su vez, tenía muchos gestos conmigo. Cuando compraba algo se acordaba de mí y me lo traía también. Era una linda amistad.
Pero con el paso del tiempo nuestras hijas comenzaron a llevarse mal y todo cambió. Seguramente la diferencia de edad entre ellas fue la razón. La mía, que es más chica, quería estar todo el tiempo con su hija que es más grande y que estaba entrando en la etapa de la adolescencia, entonces comenzó a tener otras amistades. Ya no le dedicaba el tiempo que mi hija quería y ella, por su inmadurez, no lograba entender por qué su amiga ya no compartía tanto tiempo con ella. Al final, problemas típicos de niñas y niños. Sin embargo, una vez tuve que interferir porque el grupo de los más grandes estaba dejando intencionalmente a mi hija afuera y me acerqué para decirles que hacer sentir mal a una niña no está bien.
Ese episodio generó una discusión muy fuerte con mi amiga. Me llamó para decirme que su hija había llegado llorando a la casa porque yo la había retado. Aunque nunca fue mi intención que se sintiera así y se lo quise explicar, ella estaba muy molesta. Fue un momento muy triste, porque las cosas ya venían raras y sentí que de cierta forma con esto se ponía fin a nuestra amistad. Y fue así, desde entonces nos distanciamos. Pero como vivimos en el mismo condominio, fue inevitable que nos siguiéramos viendo y nuestras hijas también.
Lo que partió como un alejamiento natural de dos niñas que comienzan a tener intereses distintos, terminó en una suerte de lucha de dos bandos. El resto de las niñas y niños del condominio tenían que elegir si juntarse con una o con otra, y todo se puso tan tóxico que en un par de oportunidades más volví a meterme. Ya sea porque mi ex amiga y su marido me encararon directamente o porque en alguna ocasión sentí la necesidad de defender a mi hija.
Y no fueron los únicos. En alguna de las peleas entre las niñas y niños me tocó conversar con otras mamás y papás y muchas veces la respuesta que encontraba era “mi hijo no haría eso”. Y entiendo, uno siempre trata de ver lo mejor de los hijos, pero me llama la atención la poca autocrítica que tienen algunos padres, porque al final son cosas de niños y somos los adultos los que deberíamos poner paños fríos a las situaciones, y no encender más el fuego. Hace poco me enteré de que para el grupo de niñas y niños más grandes, soy la bruja del condominio. Y seguramente mi hija ha escuchado esto. Me partió el alma pensar que por querer protegerla al final la expuse a un grupo de niños que, a esa edad, pueden ser muy crueles.
Después de todo este tiempo, mi gran lección es que no hay que meterse en las peleas de niñas y niños. Suena de Perogrullo, pero yo no lo tenía tan claro. Pensé que existía una especie de sentido común entre padres, uno que nos permite escuchar lo que otros padres y madres nos dicen, todo por el bien de nuestras hijas e hijos. Pero no siempre es así.
Sé que cada uno cría desde el inmenso amor que sentimos por nuestros cachorros, sin embargo, y a pesar de que no me voy a meter más, pienso que hay que tener ojo con encerrarse en una burbuja. Es justamente a esa edad, cuando son niñas y niños, el momento para aprender que la sociedad no es perfecta y que las relaciones humanas son cada vez más difíciles”.
Marcela Sanhueza es lectora de Paula.cl