“Mi error al conversar con mis amigas”. Así tituló la influencer Andi McRostie (@gringaperochilena) una publicación en la que da cuenta de un problema que reconoce tener, pero que representa algo que le sucede a muchas y muchos. Se trata de la falta de capacidad de escucha y que ella explica así: “Me di cuenta que, a veces, cuando una amiga comparte que está pasando por algo difícil, como por ejemplo que su jefa le está asignando demasiada pega, yo respondo con algo como ‘oh, yo también estoy colapsada’. Y de repente, sin querer, dirigí la conversación hacia mí y lo cansada que estoy por el trabajo”, dice. “Al apresurarme al contar mi historia, cierro la posibilidad de poder escuchar y ser un real aporte porque al final, estoy haciendo que la conversación gire alrededor mío”.

Ese mea culpa que realiza McRostie en su Instagram no lo hacen todas las personas. En general, cuando una amiga no nos escucha, pocas veces ella se da cuenta de que la conversación gira solo entorno a sus problemas, inquietudes y necesidades. Así lo afirma la psicóloga de la Clínica Santa María, Francisca Otero: “Hay personas que pueden tener rasgos narcisos más acentuados y les cuesta ver qué es lo que necesita el otro o qué le pasa. Tienen una dificultad ahí. Para ellos, es más fácil mirarse a sí mismos, satisfacer sus necesidades, responder a sus demandas y no a la capacidad de escuchar. Puede ser algo inconsciente, porque si nadie les ha dicho, menos lo pueden notar”, manifiesta.

Sin embargo, el no saber escuchar a los amigos puede tener una explicación que va más allá de las características personales. La periodista y autora de You’re Not Listening: What You’re Missing and Why It Matters (No estás escuchando: lo que te estás perdiendo y por qué es importante), Kate Murphy, explica a un artículo de The New York Times que existe algo que se llama ‘sesgo de cercanía-comunicación’ que, con el tiempo, puede tensar las relaciones. Se trata de una especie de venda que nos dificulta la capacidad de escucha, en la medida que nos sentimos cercanos a alguien. “Una vez que conoces a las personas lo suficientemente bien como para sentirte cercano, existe una tendencia inconsciente a desconectarte porque crees que ya sabes lo que van a decir. Es como cuando viajas por una ruta determinada varias veces y ya no notas las señales ni el paisaje. Pero la gente siempre está cambiando. La suma de interacciones y actividades diarias nos moldea continuamente, por lo que ninguno de nosotros es el mismo que el mes pasado, la semana pasada o incluso ayer. El sesgo de cercanía-comunicación no solo nos impide escuchar a los que amamos, sino que también puede evitar que permitamos que nuestros seres queridos nos escuchen”.

A eso, se suma otro factor y es que como colectividad, afirma Francisca Otero, tenemos poca tolerancia a oír las angustias de los demás. “Vivimos en una sociedad que tiende a escucharse poco. A veces, nos parece intolerable el sostener el dolor del otro, entonces frente a alguien que está sufriendo, nuestra respuesta es tratar de aliviar ese dolor, en vez de acompañar de manera presente y contenedora a esa persona”, dice la especialista.

Por eso ocurre que, en medio de las conversaciones, las personas tienden a buscar soluciones a los problemas que se cuentan, en vez de validar y prestar atención a las sensaciones displacenteras que esas situaciones pueden generar. “Muchas veces lo que buscan las personas en las conversaciones con amigas o amigos, es desahogarse y sentirse escuchados y acompañados por otra persona, no quieren necesariamente que les solucionen un problema. A veces, con la mejor de las intenciones, quien escucha, trata de dar esa solución, en vez de entregar una contención. Y eso puede generar un efecto contrario, o sea que la persona no se sienta escuchada, sino criticada o juzgada. Ahí es mejor decir ‘te entiendo, qué difícil debe ser lo que me estás contando, estoy aquí para apoyarte’. Incluso, hay veces que no se sabe cómo se siente estar en el lugar del otro y se puede decir ‘qué difícil, no me imagino lo complejo que es pasar por esto’. Eso muestra empatía con la persona y se entrega una señal de que la queremos acompañar”, explica la psicóloga y académica de la Universidad Católica, Paula Errázuriz.

En los casos más extremos, esta incapacidad de empatizar y escuchar puede terminar generando vínculos tóxicos. En parte, al no existir una reciprocidad, pero también al sentirse poco valorado dentro de la relación. Pero, ¿por qué hay personas que llegan a este punto? Francisca Otero señala que, en muchas ocasiones, ocurre porque no se manifiesta verbalmente la incomodidad con la persona que no sabe escuchar, para evitar posibles conflictos. “Se da más en la adolescencia, aunque también en la adultez. Si pertenezco a un grupo social y la amiga que no escucha, es simpática para el resto, puedo quedarme ahí porque, a pesar de no sentirme cómoda, ese vínculo me permite seguir en ese círculo. Ahí hay que preguntarse ¿por qué me quiero quedar? ¿por qué sostengo este tipo de relaciones donde no me siento bien? ¿en qué posición me ponen?”, dice y agrega: “A veces tendemos a quedarnos callados, pero hay que decir lo que necesitamos o lo que nos incomoda porque, finalmente, esa es una oportunidad para la relación, para la amiga y para ella misma”.

Más allá, el practicar una escucha activa puede ser relevante para que las conversaciones no se tornen en monólogos tediosos. Y es que el neuropsicólogo, José Antonio Portellano, explica al diario El País que “los beneficios que aporta la escucha activa son variados. En primer lugar, cuando sentimos que nos escuchan y nos comprenden estamos facilitando la libre expresión de nuestros sentimientos. En segundo término, es un modo de transmitir al interlocutor que demostramos interés por él. Además, cuando una persona se siente comprendida, se producen modificaciones beneficiosas en el estado emocional, con repercusión sobre el cerebro y la salud mental”.

Pero, ¿cómo hacerlo de manera asertiva? Portellano recomienda que, para partir, es importante no hacer comentarios innecesarios para que el interlocutor tenga la posibilidad de desahogarse. En ese sentido, sugiere no interrumpir ni hacer juicios sobre lo que se dice, además de mantener una postura empática, donde no nos centremos en nuestro sentimientos u opiniones.

Por su parte, la psicóloga Paula Errázuriz afirma que, más allá de guardar silencio mientras la otra persona habla -que es lo básico-, lo que se puede hacer para fomentar la escucha activa es mostrar interés mediante el lenguaje no verbal. “Uno puede asentir moviendo la cabeza, diciendo cuéntame más o también puede servir parafrasear, lo que implica tomar lo que escucho y decirlo con mis palabras para ver si estoy entendiendo lo que el otro me dice. Además, también es recomendable ir haciendo preguntas sobre lo que me están contando para mostrar un mayor interés”, resume.