“Mi abuela vive en Porto Alegre, Brasil. La Navidad del 2008 decidimos viajar con mi papá y mi pololo a visitarla para pasar la fiesta con ella, pero después, decidimos irnos a Río de Janeiro de manera improvisada, para poder celebrar el Año Nuevo en grande.
Llegamos el 29 de diciembre, la ciudad estaba colapsada al punto de que no había ningún alojamiento disponible y la gente ya se estaba empezando a instalar en la calle para dormir. Después de mucho recorrer, consideramos quedarnos en una banquita de la plaza a alojar, pero por suerte, llegamos a un hotel donde nos propusieron una solución.
En el hotel nos dijeron que le sobraban unas camas en la bodega, así que nos habilitaron su salón de conferencias para que nos pudiésemos quedar ahí. Pusieron tres camas en esta sala gigante destinada para congresos y reuniones importantes, habilitaron el baño general y la convirtieron en nuestra pieza. Lo bueno es que el hotel estaba bien ubicado, cerca de Ipanema, una de las playas donde iba a estar la celebración.
Llegó el 31 de diciembre, nos vestimos completamente de blanco —como es la tradición en esta ciudad— y partimos a la fiesta en la playa. Para llegar a Ipanema había que pasar por uno de los túneles que se abren en medio de los cerros de Río, que se ven como masas gigantes de tierra que interrumpen con su belleza natural todo lo que hay alrededor y reclaman su lugar selvático en medio de la urbe, donde son las casitas y los edificios las que se tienen que adaptar. Así, los túneles están hechos para que los autos puedan atravesar de una comuna a otra: hay que imaginarse como si cerraran el Túnel San Cristóbal en Santiago, para que miles de cuerpos vestidos de blanco se encaminen a un carrete.
Adentro del túnel la gente comenzaba a cantar una canción carioca, al unísono. El eco del coro rebotaba como si viniese de una iglesia del tamaño de un estadio de fútbol, pero en la mitad de la carretera. De verdad era como entrar al cielo.
Y al salir de ahí, estaba la playa. Mágicamente y a pesar de que eran miles de personas, todos tenían un lugar para poner sus toldos sin toparse o sentirse apretados. El ver que la ciudad entera estaba preparada para recibir hordas de gente con ganas de fiestear y que funcionaba perfecto, daba una paz tremenda. Solo había que disfrutar. Las copas de vidrio, los refrigeradores pequeños, sillas de playa y mesas plegables armaron la celebración durante horas eternas. Todo a la espera de que llegaran los fuegos artificiales.
Y llegó año nuevo. Los fuegos explotaban, la gente se abalanzaba una sobre otra para dar abrazos triunfales de alegría. Todos bailaban, todos reían. Nosotros, inmersos en este hermoso caos, estábamos felices. Mientras bailábamos y mirábamos el mar, un hombre se acercó a mi por la espalda y me tocó el hombro. Nos dimos vuelta y vimos a un señor de 60 años de un pelo blanco brillante y dos mujeres: una, su señora de 50 años, también de pelo blanco brillante; y la otra, una amiga más joven y rubia.
Nos acercamos para escuchar mejor lo que estaban tratando de decirnos en portugués: ‘Nosotros tenemos la tradición de invitar a nuestra casa a una familia extranjera después de los fuegos artificiales, para que se sientan en familia. El departamento está aquí a dos cuadras de la playa. ¿Vamos? Después ustedes pueden volver a la fiesta’.
Fue uno de esos momentos en que una dice: ‘Esta puede ser la mejor noche de mi vida, o al día siguiente voy a aparecer en las noticias’. En la euforia, dijimos que sí inmediatamente, igual, yo estaba con mi papá y mi pololo, nada malo podía pasar.
Llegamos a un departamento mediano cerquita de la playa, cómodo, muy hogareño. Estaba lleno de comida por todas partes: platos y platos de carnes, pollos, guisos, feijoada, postres, tragos, de todo. Nos sentamos todos en la mesa a compartir, éramos seis personas luchando por darse a entender en un portuñol improvisado. Me parecía hermoso.
Maite, la mujer que estaba casada con el hombre, nos contó como un dato divertido que ella venía de un lugar al sur de Brasil conocido porque de ahí provienen muchas de las modelos. Eso dio paso a que nos explicara que de ese lugar han salido varias Miss Universo y que su teoría es que tenía que ver con que es una zona que fue colonizada por los alemanes. Ese pequeño dato casual dio paso a que conversáramos y aprendiéramos mucho sobre la historia de Brasil por el resto de la noche.
Aprendí que a la vida hay que darle la oportunidad y lanzarse, aunque de susto.
En algún punto tuvimos que preguntar: ‘¿Por qué nosotros?’. Ellos nos explicaron que en Brasil es muy importante pasar la Navidad y el Año Nuevo en familia y que sentían que los extranjeros que visitaban Río, se iban con una experiencia incompleta si no vivían lo que era una comida familiar brasileña. Por eso habían decidido hacer la tradición cada año.
Cuando terminamos de comer, la familia nos dijo que a esa hora había una fiesta buenísima en la playa, y que si queríamos ir, que lo hiciéramos. ‘Aquí nadie se ofende, todo bien’. Nosotros sin saber si estábamos siendo lo suficientemente educados y agradecidos, decidimos tomar la opción de vivir la vida, compartir nuestros Facebook y partir a la fiesta, sin miedo. Estuvimos hasta las siete de la mañana bailando y volvimos caminando al hotel. No dábamos más de cansancio y logramos llegar hasta una banca en el camino donde nos dormimos.
Al año siguiente los tres nos mandaron una foto con tres carteles que decían nuestros nombres. Se acordaban de nosotros. Fue hermoso. Desde ese momento aprendí que a la vida hay que darle la oportunidad y lanzarse, aunque de susto.
Ahora, mirándolo en perspectiva, seguimos dándole vuelta a las razones por las cuáles nos escogieron a nosotros entre todos los extranjeros que estaban en la playa esa noche. La teoría a la que hemos llegado es que a la tercera mujer, que no era pareja de nadie, le había gustado mi papá.
De hecho, en algún momento de la noche en la cena, entre la comida y los tragos, ella le había empezado a coquetear. Mi papá se incomodó un poco y recordándolo ahora, fue por eso que decidimos que era mejor dejarlo hasta ahí y seguir nuestra travesía en la fiesta en la playa. Recuerdo que fue tan gracioso y lo pasamos tan bien, que de verdad puedo decir que esa fue una de las mejores noches de la vida”.