Mi camino hacia la sobriedad
Hace poco más de cuatro años, las Fiestas Patrias para Manuela Iturrieta (30) eran sinónimo de excesos y arrepentimiento. Ser la que más tomaba y quedar “borrada” fue por mucho tiempo lo común. Hasta que se dio cuenta que esa no era la persona que quería ser. Hoy lleva cuatro años de sobriedad y comparte sus recetas de mocktails (tragos sin alcohol) con su comunidad online “Zona Libre de Alcohol”.
Cuando decidí dejar de tomar estaba pasando por una etapa en la que, cada vez que salía a carretear, se me pasaba la mano. Aunque me proponía tomar sólo una piscola, nunca era sólo una, terminaba siempre “apagando tele” y despertaba al otro día sin acordarme de nada. Sabía que había pasado horas en piloto automático, exponiéndome a situaciones riesgosas y no sólo físicamente, sino que también socialmente. Me mandaba cagadas, era el hazme reír de todo el mundo. Al otro día sentía mucha culpa y vergüenza, no me acordaba de nada, era una sensación de mierda de la que estaba cansada de vivir y a pesar de eso, no podía pasar y se repetía todos los fines de semana, sin falta.
Fueron muchas las situaciones peligrosas a las que me expuse; como despertar con hombres que no conocía al lado sin acordarme si me había acostado con ellos o no, si había dado mi consentimiento, si quería, sin saber si nos habíamos cuidado. Una vez fui a una discoteca y volví a mi casa sin mi cartera ni nada de lo que había adentro. Al otro día llamé para preguntar si la habían visto y me contaron que me habían encontrado durmiendo curada al lado un parlante, y me habían enviado a mi casa en un taxi. Esto fue en Bellavista, un lugar donde se sabe que drogan a las personas para robarles o abusar de ellas. Me daba mucha culpa pensar que yo estaba ahí, “regalada”, durmiendo al lado de un parlante, totalmente vulnerable.
Las fechas importantes, como el 18 de septiembre, eran una locura; días muy detonados, con muchos excesos y arrepentimiento. Una vez me tuve que devolver antes de lo planeado de una playa a la que fui por cuatro días. Me vine sola, un día antes, porque no aguanté la caña y la angustia. Ahí me di cuenta que ya no podía más, que tenía un problema, y que dejar el alcohol no era algo que podría lograr sola.
Fui a una psicóloga para que me ayudara. Ingenuamente pensé que me iba a entregar una especie de fórmula secreta para lograr bajar mi consumo. Pero no. Me dijo que tenía que dejar de tomar alcohol por tres meses, algo que me espantó, porque hasta ahí yo todavía no me consideraba una persona alcohólica. Me explicó que lo tenía que hacer para bajar el nivel etílico. Al principio me dio susto no ser capaz de hacerlo, pero recordé que había logrado dejar de fumar un tiempo y que también había dejado de comer carne. ¿Cómo no iba a poder dejar de tomar por tres meses?
Las primeras semanas fueron las más difíciles. Justo tenía planificado un viaje a Brasil. Recuerdo que me incomodaba mucho que otras personas tomaran en frente mío porque sentía que era muy injusto que yo no pudiera tomar porque tenía un problema con el copete. Mientras caminaba escuchaba que ofrecían caipiriña y me daba más rabia aún. Esa era la emoción que sentía.
Después recuerdo la primera vez que fui sobria a una disco. Fue muy loco porque, como siempre había estado ahí borracha, no supe cómo moverme en ese espacio, ni siquiera supe cómo bailar. A decir verdad el baile fue como una terapia, porque comencé a descubrir que me encanta hacerlo, que bailando me “prendo” mucho, y que no necesito copete para hacerlo, porque bailando lo paso bien.
El enfrentarme a nuevas situaciones estando sobria, también implicó un desafío. Como cuando llegaba a juntas en casas de amigos en las que había personas que no conocía y tenía que entablar una conversación con ellos. Me daba ansiedad no saber qué decir o hacer. Antes, un solo copete me bajaba esa ansiedad, pero ahora tenía que enfrentarme a estos miedos. Y si bien, fue difícil, hoy veo que esa exposición me permitió conocerme mucho más; me di cuenta de que puedo ser una mujer extrovertida y divertida, y pasarlo bien sin alcohol, que era como una especie de máscara en la que me estaba escondiendo.
Y ahí vino otro desafío, que fue enfrentarme a la cultura que existe en torno al trago. Cuando dejé el alcohol, muchas veces me sentí juzgada. Y es que en nuestra sociedad cuando uno no toma, tiene que dar justificaciones a todo el mundo por no hacerlo. Todavía sigo escuchando reacciones a mi sobriedad del tipo “no confío en los que no toman”, “para qué vienes si no vas a carretear” o “el que no toma es fome”. Incluso aún hay situaciones en las que me da vergüenza contar que no tomo alcohol porque no quiero tener que dar explicaciones.
Así, de a poco, fui transformando mi vida en una libre de alcohol. Y fue tan potente para mí este cambio, que pensé que era necesario que algo naciera de esta experiencia. Y creé Barra Zero, que es una botillería de tragos sin alcohol. Tengo una barra de mocktails con la que voy a matrimonios y eventos. Me encantaría que esto ayude a normalizar el no tomar alcohol; que el que quiere tomar tome, no como una presión social. Y por supuesto que existan opciones para quienes no quieren consumir, porque eso es lo otro que ocurre, vas a una fiesta y si no quieres tomar, las opciones son super reducidas.
Hoy vivo una vida completamente libre de alcohol. Como dejé de tener esas cañas del terror, tengo mucho más tiempo para aprovechar: puedo salir y al otro día hacer deporte o ir a una montaña. También dejé atrás el temor de sentirme excluida por no tomar. Y es que al final, la gente que te quiere es mucho más apañadora que nadie porque entiende y te va a apañar siempre”.
*Manuela Iturrieta tiene 30 años y muestra sus recetas en @ZonaLibredeAlcohol
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