Mi chancho querido

Se acaba de reeditar Chancho Cero, el cómics que escribió hace 15 años. A propósito de ello, hace el ejercicio de volver a la Escuela de Periodismo en la que estudió e inspiró ese relato, y reflexiona aquí sobre la mediocridad de esa educación que fue la génesis de su carrera como guionista, director y dibujante.




Paula 1186. Sábado 7 de noviembre de 2015.

Pedro Peirano (42) camina por el callejón que lo lleva a la que fue la Escuela de Periodismo en la universidad de chile, el pequeño universo que lo hizo retratar su propia aldea pitufa: la memorable "escuela de lobotomía" que plasmó a comienzos de 2000 en el suplemento Zona de Contacto bajo el nombre de una tira de cómics llamada Chancho Cero, recientemente reeditada en formato de libro. Viene llegando de Los Ángeles donde pasó una temporada dibujando y negociando con grandes estudios su serie Niño Santo, realizada en México y alabada por Steven Spielberg, y concede esta entrevista solo porque se trata de su "querido Chanchito", el punto de inflexión en su vida que desencadenó, en un círculo virtuoso, su posterior participación en Canal 2 en los programas como Factor Humano y Gato por Liebre; su paso por The Clinic; la fundación de Aplaplac con su amigo y socio, Álvaro Díaz, y la creación de 31 Minutos; la escritura y dirección de las películas La Vida me Mata, La Nana y Gatos viejos con Sebastián Silva; su carrera de rock star con la banda de 31 minutos; su libro El Club de los Juguetes Perdidos y el guión de NO, la película de Pablo Larraín que le valió una nominación al Oscar a la mejor película extranjera en 2013.

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Aquí estamos: en la antigua Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, el escenario de Chancho Cero.

Ahí cuento mi experiencia de entrar a una universidad y lo que significó caer en cuenta de la estafa que es la educación con profesores que escribían con faltas de ortografía, bibliotecas sin libros, máquinas de escribir sin letras, computadores malos. La mediocridad y el chanterío como materia obligatoria. Era una mugre, una ratonera inmunda.

Ése fue el ambiente en el que te formaste.

Claro. Pero también estaba la complicidad con los compañeros, esa sensación de saber que aprendes más en el patio tomando cerveza en conversaciones eternas que en la sala de clases. Había muchos compañeros que luchaban, pero nosotros éramos el pueblo, no nos importaba nada, entonces estábamos creando un callo para el resto de la vida; porque si estás en el punto máximo del chanterismo, ya nada que te pase en el futuro puede hacer tanto daño si te aprendiste a defender aquí.

Después entraste a Canal 2, que hoy se recuerda como mítico.

Mi amigo Álvaro Díaz me llamó y me preguntó si estaba sobrio como para ir a una entrevista al canal. Yo estaba en la escuela moderadamente sobrio y fui a entrevistarme con Consuelo Saavedra. El Canal 2 era también como Chancho Cero: una especie de caricatura de un canal de tele, porque era todo más chico y más pobre.

También pasaste por The Clinic en la época en que estaban Ángel Carcavilla, Rafael Gumucio, Guillermo Hidalgo, Matías Rivas, Álvaro Díaz; un grupito de temer.

El Clinic era otra suerte de Chancho Cero: un diario que se improvisaba, tenía un cementerio de sillas rotas por el guatón (Guillermo) Hidalgo, las borracheras, los chistes...

¿Aún existen lugares así?

Creo que no. Ya no existe una escuela así, ni un diario así, ni un canal como el Canal 2. Hoy está más profesionalizado Chile. Nosotros entramos ahí en los paréntesis, nadie sabía muy bien cómo se hacían las cosas. Al final cuando improvisas tanto, terminas aprendiendo.

Pero a pesar de todo te ha ha ido muy bien: escribiste los guiones de varias películas, entre ellas NO de Pablo Larraín, con la que fuiste elegantísimo a la premiación de los Oscar...

Es increíble porque nunca he esperado mucho de las cosas. Pero lo que he hecho en general, ha tenido alguna valoración.

Eso se llama mística.

La mística tiene que ver con el placer de hacer las cosas. Estoy feliz de volver a estar en lo que fue la Escuela de Periodismo, que se transformó en mi alma mater. Acá crecí y, pese a los ratones y la mugre, me transformé en lo que soy. Para bien o para mal.

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