“El segundo día después del parto de mi hija, me largué a llorar y no paré nunca más. El embarazo y el parto habían sido espectaculares, pero algo ahí se desajustó.
Me decían que esperara los primeros 40 días por lo de los baby blues, pero yo sabía que lo mío era distinto. No me largaba a llorar por tonteras. Yo no quería estar con mi bebé. No quería ser madre. Esperé para no parecer exagerada, pero llegó el día 41 y nada mejoró.
Al principio era muy complicado por mi marido y por mi bebé, que escuchaba lo que yo decía, pero había algo que me decía que no era normal. Yo sentía un vértigo. No me quería ir del hospital, y como vivo en Estados Unidos, cuando llegué a mi casa estaban mis papás y mis suegros. Yo les entregué a mi hija y les dije “no la quiero ver, no quiero ser mamá”. Las psiquiatras me decían que era común que esto pasara en el segundo día.
Acá en Estados Unidos el tema de la depresión posparto está muy presente, pero en nuestros países no. Es un tema que en general no se habla. Me acuerdo que cuando les conté a mi grupo de amigas, todas me decían que no sabían cómo ayudarme, que a nadie le había pasado. Es raro en un grupo de 20 mujeres que a nadie le haya pasado.
Es algo que no se puede racionalizar porque la depresión es un desbalance químico. Al principio no me quería medicar, pero no me sentía yo. Me considero una mujer fuerte para un montón de cosas, y cuando me quedé embarazada sabía en lo que me estaba metiendo. Tenía 36 años y un montón de sobrinos, amo los niños. Me quedé embarazada con mi marido, tenía muchas ganas de tener hijos.
A veces creo que lo que me puede haber gatillado esto es que durante mi embarazo tuve problemas bien complicados en el trabajo. Siempre hay algo que te lo desencadena, y la situación laboral en la que me encontraba me afectó. Igual creo que todas lo tenemos ahí latente, pero de repente algo lo gatilla. Quizás yo tuve un shot más grande, pero para mi todas tenemos un desajuste. Para mi la pregunta no es si tuviste o no tuviste, sino que te avalen tus sentimientos.
Tenía la sensación todo el tiempo de que no quería ser mamá. Yo quería trabajar y hacer otras cosas. Por ejemplo, le preguntaba a mis amigas qué podía hacer entre toma y toma. No quería descansar, y me compré miles de cosas para poner el teléfono, computador, etcétera. Mi cabeza estaba mezclada. Puede ser que como lo del trabajo me tenía mal, estar de posparto me dio más tiempo para pensarlo. Recuerdo el vacío que sentía de no tener trabajo, y tener una hija 24/7 conmigo. No quería que fuera para toda la vida. Sentía que me había equivocado. Había sido un error y ya no podía ir atrás. Me sentía atada y no podía disfrutar de los momentos. Es mucha responsabilidad tener un hijo para toda la vida.
Cuando salí del hospital me acuerdo que me pasaron un papel donde preguntaban si había querido matar a mi bebé. Obviamente nunca quise, pero a veces pensaba que si iba a la cuna y ya no respiraba, quizás no me importaría tanto.
Por suerte lo hablé desde el primer día. No sé si en mi vida siempre fui muy de exteriorizar, pero esta vez sentía que no era yo. Nunca antes había recurrido a una pastilla, y si no lo hice de inmediato fue porque a algunos les daba miedo que me volviera dependiente.
Hice un curso posparto y esa mujer me salvó. Era la única persona que me calmaba. Siempre me decía “todo pasa”. Había algo en su forma de hablar que me decía paso a paso, día a día. Ella también me puso en contacto con personas que habían pasado por experiencias similares. Una me dijo de inmediato “no lo dudes, medícate ya. No pierdas el tiempo de estar con tu hija. Estas perdiendo cosas valiosas y no eres tú, es químico”.
Cuando conversé con una persona que había pasado por lo mismo, fue la primera vez que sentí que hablaba en el mismo idioma con alguien. Lo que menos quieres cuando tienes depresión posparto son momentos que te hagan pensar, o terapias que te lleven a tu infancia para encontrar la raíz del problema. Yo lo único que quería era que me sacaran esa sensación de no querer estar con mi hija o querer hacerle daño.
Me recomendaron mucho dejar de darle pecho, y ahora pienso que por suerte nunca dejé de hacerlo. Sentía que era lo único que me mantenía conectada a ella. Si bien me costaba un montón, porque era darme cuenta de que era madre, también pensaba que si ella no tenía la culpa de que yo estuviera así, por qué le iba a hacer eso. Era lo que me mantenía siendo madre, sino cualquiera podría haber tomado mi rol, y cuando estuviera bien, pensaría que no estuve presente en todo el primer periodo de mi hija.
Para la pareja es muy difícil, aunque siento que nos dio una conexión super especial. Siempre fui muy verbal con él. Le contaba lo que sentía, así tal cual, y le preguntaba si le daba miedo que le contara ese tipo de cosas. Debe ser muy fuerte que la madre de tu hija te cuente esas cosas. Nunca me lo dijo, pero estoy segura que tuvo miedo de que me quedara así de por vida, no queriendo aceptar mi rol de madre. Hablarlo me hizo muy bien, y mi marido fue notable. Desde el primer día supo cómo ser padre. Era madre y padre al mismo tiempo. Se levantaba en la noche a darle la mamadera y me dejaba carteles tipo “le di x cantidad”, así yo podía dormir bien. Me supo acompañar muy bien. Tuve suerte, porque es muy difícil.
A mi hija yo le pedía perdón porque sabía que debía estar siendo otro tipo de madre. No era culpa lo que sentía, pero le pedía perdón porque no lo podía evitar. No estaba siendo cruel a propósito.
Siento que repetí la historia de mi madre. Ella siempre nos habló de que quería ser médica y nunca pudo serlo porque tuvo cinco hijos. Se quedó embarazada de mí cuando mi hermano tenía un mes. Estoy segura que ella también debe haber tenido depresión posparto y probablemente no tuvo tiempo ni de pensar si estaba depresiva. Creo que eso me afectó mucho. Verla a ella, que siempre fue un espíritu libre, y ver que, aunque tuvo una mala experiencia, aún así tuvo otros cuatro hijos. En parte por eso no voy a tener otro hijo, porque siento que dañaría a mi pareja y no sería una buena madre para mi hija ni para el que venga. Me da pena que mi hija se quede sola, pero al mismo tiempo sé que no estoy hecha para tener muchos hijos, y eso que pensaba en tener cuatro.
La depresión posparto me duró un año. En Estados Unidos lo aceptan como algo natural. La primera vez que fui al pediatra y me vio llorando, me dijo que no lo dejara pasar. Tenía que tratarlo. Me dijo que en ese momento yo era mucho más importante que mi hija, y me dio una fórmula. Ella era asesora de lactancia. Fue ella misma quien me derivó a la obstetra, que luego me mandó a la psiquiatra que me trató. Acá siempre sentí que lo trataban como una prioridad.
Es increíble que la salud mental no está habilitada en nuestra sociedad. Si alguien tiene problemas a cualquier cosa, toma pastillas, pero si tiene problemas a la cabeza, no se trata igual. Y ¿por qué? En definitiva, es lo mismo”.
Lucía tiene 38 años.