“Escribo este breve relato para decantar todo lo que nos pasó. Tengo 3 hijas, una de 12, otra de 8 y la más pequeña de solo 2 meses. Ella, la más chiquitita, mi recién nacida, se contagió el sincicial y eso devino en una bronquiolitis muy complicada. Una noche en que tenía los pulmones muy apretados tuvimos que ir al hospital de urgencia.
Nunca se me pasó por la mente que la iban a dejar hospitalizada. Estaba mal, saturando poquito, le costaba mucho respirar. La dejaron con oxígeno y como estamos en época de enfermedades respiratorias, tuvimos que esperar varias horas hasta que la subieran a la habitación. El hospital donde la llevé afortunadamente tiene la política de que las madre o cuidadores de los menores pueden quedarse con ellos y dormir allí. Con mi guagua pasamos 4 noches bajo sus cuidados.
Es la segunda vez en mi vida que me toca hospitalizar a una hija. Y es muy fuerte, porque pierdes toda autoridad sobre ellos. Hay un acto en las madres de confianza, de fe y de entrega hacia el sistema de salud que una tiene que hacer. Ese es un miedo muy paralizante. Además, ves niños que están en condiciones de riesgo vital y es muy fuerte. Ahí adentro la muerte te persigue, está el riesgo de la infección intrahospitalaria, estás todo el tiempo en estado de alerta, en una constante emergencia.
Afortunadamente -y a diferencia de mi experiencia anterior-, desde el primer momento todos los funcionarios de la salud la trataron con amor. Y eso lo quiero destacar porque especialmente las y los técnicos, enfermeras y kinesiólogas tuvieron un nivel de dulzura como si estuviesen tratando a la hija de un familiar. Aún así es extraño y dificil vivir en un hospital, es como un mundo paralelo. Yo no estaba enferma, era mi hija, entonces mi única labor era entregarle a ella el bienestar emocional para que el equipo médico pudiera hacer su trabajo.
El hospital aloja a muchos padres y madres porque tienen un área de pacientes crónicos como oncología y cardio, entonces son muchas las familias que hacen su vida adentro. Hay una sala de padres, que es una mini cafetería atendida por dos mujeres que te escuchan y reciben con una sonrisa siempre. Ahí se puede compartir con otros padres y madres que pasan por lo mismo. Recalco “ahí”, porque estando en las habitaciones no puedes interactuar con otros cuidadores de menores por el riesgo a un contagio. Cuando estás en la habitación común tu espacio es solo un berger y la cama de tu hija o hijo. Alrededor de ti entran y salen funcionarios de salud, día y noche, se entregan turnos presentándote como un caso Ella es Juanita entro x día por cualquier cosa, se le hizo a, b y c y actualmente está con estos medicamentos. Algo así. Con mi hija siempre había comentarios como “Y ella es la guaguita más risueña, nuestra pacientita estrella (y mi hija sonreía sin sus dientes y todos baboseaban).
Mi esposo se quedó en casa haciendo que todo funcionara con nuestros otras hijas. Colegio, comidas, dormirse temprano, incluso debieron celebrar el cumpleaños de la mayor. Me sentía sola en el hospital, pegada al celular subiendo historias ridículas a mi instagram para evadirme del lugar, mirando a mi hija respirar apenas, ignorando el oxigeno, las máquinas, el llanto de otras guaguas, porque no podía quebrarme, no quería que el miedo me ganara. No hice pública la situación porque no quería ese bombardeo de preocupación y estar dando reportes diarios una y otra vez. Me aislé del mundo y usé las redes sociales como una gran mentira de que todo estaba bien en mi vida, cuando las lágrimas me caían solas por cualquier motivo.
Es tanta la impotencia de tener un hijo o hija hospitalizado. No saben el miedo constante que se tiene. Cuando nos dieron el alta me sentía muy desconfiada, sentía que aún le faltaba recuperación, sentía que había una presión por las camas porque estamos en un momento crítico. Llegué a mi casa aún asustada y me demoré por lo menos una semana en bajar la guardia y decantar todo lo vivido. Justo cuando volvimos a la casa comenzó el morbo mediático de los bebés muertos por día. Nunca veo noticias, pero es imposible ignorar lo que está pasando. Como familia no somos de los que se alarman con los virus y enfermedades, pero esta vez fue imposible no asustarse. Veía a esas madres devastadas en la tele, yo tenía a mi guagua conmigo y sentía tan fuerte eso. Mi hija se salvó. Quizás fueron muchas las razones, pero no me da para pensarlas. Solo atesoro cada momento desde que regresamos del hospital a nuestra vida.
Carmen Luz tiene 42 años y es corredora de propiedades.