La mayoría de las veces la historia parte con una llamada del colegio: "Señora, necesitamos que venga a una reunión porque su hijo está en problemas de acoso escolar". Es el protocolo que siguen en casi todos los establecimientos educacionales, y fue justamente lo que le ocurrió a Francisca (42) hace aproximadamente un año. En medio de una reunión de trabajo, su teléfono comenzó a vibrar. "Como vi que era del colegio me asusté, porque pensé que podía estar pasando algo. Salí de la sala y contesté la llamada", cuenta. Lo primero que pensó, cuando le dijeron esa frase, fue que su hijo era la víctima. Pero no. Su hijo era el victimario.
"Mi primer sentimiento fue de culpa. Qué estoy haciendo mal fue la pregunta que me rondó en la cabeza desde que corté la llamada hasta que llegué a mi casa. De ahí en adelante fue todo muy extraño. No me atrevía a hablarle del tema a mi hijo. Hasta me costaba mirarlo, como si se tratara de un extraño. Tampoco quería compartirlo con nadie, me daba vergüenza asumir que mi hijo -ese que para mí era un niño encantador y sociable- le estaba haciendo daño a otros".
La psicóloga y terapeuta familiar Liliana González cuenta que, por lo general, la primera reacción de los padres es la incredulidad. "Muchos incluso se ponen a la defensiva y no quieren aceptar la realidad. Esto tiene que ver con que los niños suelen comportarse de manera distinta en la casa que en el colegio, y en ese sentido podríamos decir que cualquier niño es capaz de intimidar a otro si no estamos atentos a lo que le está pasando". De hecho, según cifras recopiladas por la Agencia de Calidad de la Educación en la prueba Simce de 2017, en Chile 4 de cada 10 escolares son discriminados en sus colegios.
"En general entendemos el bullying como un síntoma de alguna situación que los niños están vivenciando, que pueden ser dificultades al interior del hogar o fuera de éste. Muchas veces pasa que los niños que han sido acosados repiten la misma conducta con quienes para ellos resultan ser más débiles", explica la directora del Centro de Atención Psicológica de la UAHC, Carolina Bienzobas. Y agrega: "Los niños no siempre saben cómo manifestar si algo les molesta o les provoca rabia y tristeza. Tienen menos control del impulso que los adultos y encuentran en el bullying una vía de escape".
En ese sentido, Liliana González dice que el rol de los padres es importantísimo desde dos puntos de vista: primero, que estén presentes no solo dentro de la casa, sino que también conozcan y mantengan comunicación con el entorno escolar de sus hijos; y en segundo lugar, que sean un buen ejemplo para ellos. "Muchas actitudes de discriminación se aprenden en las casas. A veces los padres dañamos inconscientemente, porque cuando los hijos son chicos tenemos más autoridad. Si, aunque sea en broma, los adultos nos burlamos de una persona por algún tema físico, los niños entienden que también lo pueden hacer", dice.
¿Cómo lo resolvemos?
Cuando empezaron a tratar el tema del hijo de Francisca en el colegio, ella reconoce haberse sentido discriminada. "Es curioso porque una vez que asumí que mi hijo hacía bullying y lo hablamos con las profesoras y con los otros apoderados involucrados, sentí que se había dado vuelta la tortilla y que ahora la víctima de acoso era yo. Pero de parte de los otros padres", cuenta. Incluso, recuerda que una vez se enteró de que un grupo de mamás habían hablado de su hijo en una de las reuniones. "Una amiga que estuvo presente ese día me contó que lo llamaron matón y que varias opinaban que lo mejor era que lo cambiáramos de colegio. Fue de las cosas más tristes que me ha tocado vivir", confiesa.
La psicóloga Carolina Bienzobas dice que "lo peor que podemos hacer en estos casos es estigmatizar al niño e intentar aislarlo, pensando que eso sería como sacar la fruta podrida para que no pudra al resto cuando en realidad lo correcto es ver por qué esa fruta se está pudriendo". Los niños son capaces de desaprender los comportamientos de intimidación y somos los adultos los principales responsables de que esto ocurra. "Lo primero es abordarlo desde el colegio con profesores u orientadores que hagan el rol de intermediarios, porque el papá o la mamá del que hace bullying se siente enjuiciado y discriminado, y el que recibe se siente víctima y vulnerable", agrega.
Con los niños, explica la experta, se debe trabajar de manera cognitiva, con preguntas que les ayuden a comprender su comportamiento. "Pero tiene que ir acompañado de un trabajo a nivel emocional. Ayudarlos a que reconozcan sus emociones.
Para eso, una buena idea es centrarse en las consecuencias con preguntas como ¿qué crees que que le pasa a un niño que lo molestan? ¿Qué te pasaría a ti? Eso les permite reconocer las emociones placenteras de las displacenteras y de esta manera poder empatizar con el otro. Como le ocurrió al hijo de Francisca. "Al final decidimos cambiarlo de curso para partir de cero. Hicimos un trabajo intenso tanto a nivel familiar como con especialistas apuntando a que él fuera capaz de decirnos qué era lo que no lo hacía feliz, por qué sentía tanta rabia. Una mañana, camino al colegio, sentado en su asiento de atrás me dijo: 'Mamá, nunca más quiero volver a pelear con un amigo, porque después me da mucha pena'. Ahí sentí, con mucha emoción, que la prueba estaba superada".