Cuando los hijos e hijas comienzan su etapa escolar hay muchas expectativas puestas en este camino que comienzan. Generalmente imaginamos cómo se desarrollarán socialmente, cuántos amigos tendrán, cómo será su desempeño académico y su conducta, sin embargo, la realidad de su paso por el colegio no siempre será como alguna vez la imaginamos. Puede que tengan dificultades en el aprendizaje, que sean muy tímidos, que no tengan habilidades para los deportes o que tengan pocos amigos. Pero ¿qué pasa si nuestro hijo o hija es quién entorpece una sana convivencia al interior de su colegio?
Muchas veces el mayor temor que tenemos como padres y madres es que nuestros hijos e hijas sean excluidos, pasen por tensiones amistosas o los molesten, pero ¿hemos temido alguna vez que sean ellos los hostigadores? ¿Nos hemos puesto en esa situación antes de que ingresen al colegio? Creo que no. Y lo creo porque como papás y mamás queremos que nuestros hijos sean felices y tengan amigos/as en el colegio algunas veces dejando de lado la importancia que tiene que sean niños inclusivos y que acojan a sus compañeros; la importancia de la empatía, el respeto y la solidaridad.
Hay dos situaciones que como cuidadores tenemos que tener a la vista para enseñarles a nuestros hijos e hijas a no convertirse en acosadores, testigos o simplemente personas indiferentes al dolor del otro. Sabemos que el bullying en palabras simples es hostigar, amenazar, molestar y agredir a otro compañero/a de manera sistemática, situaciones grotescas y generalmente explícitas en las que la víctima por temor, culpa o vergüenza, las calla. Pueden también existir agresiones verbales, físicas o psicológicas que no caen en esta categoría porque no es una conducta sistemática hacia una persona, siendo en muchas ocasiones difícil de pesquisar y comprobar. Finalmente tenemos la exclusión e indiferencia a compañeras por ser distintos, “raros”, con otros intereses, terminando apartados de su entorno social no por opción, ya que “no son como los otros/as” lo cual es bastante contradictorio en estas nuevas generaciones que se jactan de tolerantes. Estas tres formas de comportamiento son tremendamente impactantes para quienes son víctimas de ellas, causan problemas de autoestima, identidad, sensación de soledad y desmotivación escolar, pudiendo derivar en trastornos psicológicos.
Debemos entender que a lo largo del desarrollo del ciclo vital, hay etapas con un mayor narcisismo y necesidad de reafirmar la propia identidad en relación a los pares, que es la pubertad y adolescencia. Durante estos años se pueden observar situaciones de agresión y exclusión entre compañeras y compañeros que, si bien se comprenden desde su inmadurez, no se pueden justificar y dejar pasar. Tenemos la obligación de hacerlas visibles, somos nosotros los adultos, sus cuidadores, quienes debemos velar por proteger a niños y niñas que son víctimas.
En varias ocasiones me encuentro con padres y madres que no quieren informar a sus colegios lo que está sucediendo por temor a que su hijo e hija queden expuestos, lo excluyan o molesten más, pero no podemos darles ese discurso. Debemos modelar que deben buscar su autocuidado y que tienen derecho a protegerse porque sino, cuando adultos pensarán que los abusos son normales en las relaciones y que deben soportarlos. Ninguna discusión, pelea o tensión en las relaciones sociales se repara fácilmente, sin embargo debemos visibilizarlas y aprovechar de enseñar habilidades y competencias sociales.
Como padres y madres de niños/as que tienen conductas agresivas, molestosas, disruptivas, poco tolerantes, no podemos proteger o cegarnos frente a la conducta de nuestros hijos e hijas con justificaciones como “es impulsivo/a”, “está pasando por un mal momento”, “pero a él o ella también se lo han hecho”, “¿es para tanto?”, “no sabía que estaba haciendo, no era su intención”, “porque tiene que ser su amiga/o”. Sabemos que los niños están en crecimiento y formación, no deben ser perfectos, deben cometer errores y fallar, pero para que sea un aprendizaje debemos reflexionar con ellos, no excusarlos ni sobreprotegerlos.
Los papás y mamás de niños/as que tienden a comportamientos más conflictivos y agresivos tienen que estar atentos y realizar un seguimiento; estar disponibles para solicitar ayuda a especialistas y dispuestos a cooperar para que esas conductas se debiliten. Y no pueden relativizar frente el sentir del otro, se debe tener una actitud de escucha activa y querer comprender cómo la conducta del propio hijo afecta a su compañero.
Finalmente es claro que deben elegir sus propios amigos y amigas, pero es parte de una sociedad solidaria y empática acoger y generar medidas para que todos los compañeros/as se sientan seguros e incluidos en el colegio. Tenemos nosotros, sus padres y madres, la obligación de enseñarles estos códigos, así como ser claros que la agresividad y amenaza no son conductas aceptadas para resolver un conflicto, ya que dañan enormemente. Debemos mostrarles que todos y todas las personas tienen sus historias y propias batallas, por eso el poder empatizar y tener gestos de amabilidad pueden ser fuentes de alegría.
Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel