Hasta finales de enero mi vida era como la de cualquier madre soltera. Vivía sola con Emilio, mi único hijo de 16 años. Llevábamos tres años viviendo en Puerto Montt porque como soy técnico en enfermería, por mi trabajo me he tenido que cambiar de ciudad varias veces. De hecho antes de Puerto Montt estuvimos un tiempo en Punta Arenas, pero yo pedí el traslado porque quería estar más cerca de mi familia que vive en Panguipulli. Acá nos acostumbramos súper bien, incluso Emilio entró en unos grupos de FreeStyle donde se hizo muchos amigos. Y en su minuto, tuvimos algunas peleas por eso, porque se me arrancaba y a veces me mentía para pasar más tiempo con ellos.
A mi hijo le gustaba mucho la música y le encantaba estar con sus amigos. Pero comenzó la pandemia y yo lo dejé encerrado desde abril hasta diciembre. Tomando todas las medidas necesarias para que no se contagiara. Fui muy estricta con eso porque a mi me tocó comenzar a hacer test rápido y PCR, así que cada vez que llegaba a la casa me sacaba toda la ropa, lavaba todo. Emilio salía solo a comprar al almacén de la esquina y a botar la basura.
En diciembre se levantó la cuarentena en Puerto Montt y comenzamos a salir de a poco. Él empezó a ver a algunos amigos y salía a andar en bicicleta. Pero el 21 de enero se empezó a sentir mal. Yo noté algo raro porque yo salía a trabajar temprano, lo dejaba durmiendo y él me llamaba todos los días cuando despertaba. Pero ese día eran las 14:00 hrs y no recibí su llamado. Le marqué y me dijo que había despertado recién, que se sentía cansado. Yo incluso lo reté, le dije que quizás hasta qué hora se había quedado jugando con los amigos y le pedí que se levantara. Pero él me aseguró que no era eso, que se sentía raro y que le dolían mucho las piernas. Así que le dije que descansara y se tomara un Ibuprofeno.
En la tarde, cuando llegué a la casa, seguía con el malestar en las piernas, decía que sentía como una sensación de quemadura. Al día siguiente el dolor continuó y justo ese día me llamó un amigo que nos había visitado la semana anterior, para contarme que había dado positivo en el PCR. Pensé entonces que lo de Emilio era Covid, así que partí a la casa a tomarle el examen, pero dio negativo. Pasaron dos días y partió con fiebre. Le tomamos otra muestra y otra vez salió negativo. Emilio hasta ese momento seguía con apetito, pero se sentía muy hinchado. El sábado no tuvo ganas de levantarse, así que nos quedamos toda la tarde acostados viendo películas.
El domingo por la mañana desperté con un grito de Emilio. Estaba apoyado en la cama y me dijo que no podía caminar, que el dolor era muy fuerte. Tenía manchas rojas en toda la piel, mucha fiebre, y cuando hizo pipí, salió muy café. Así que partimos al hospital. Ingresamos a las 17:00 hrs. y nos atendieron a las 21:00. Le tomaron un PCR y exámenes de sangre y orina. Comenzó también con vómitos. A las 2:00 de la mañana el doctor me dijo que las noticias no eran muy buenas porque las enzimas estaban demasiado altas, así que Emilio se tendría que quedar hospitalizado. Me dijo que la idea era estabilizarlo y además detectar qué le estaba generando la alergia en la piel. Le dije que eso no era alergia porque no le picaba ni le dolía. También me preguntaron si había hecho algún ejercicio muy fuerte, porque a veces pasa que los músculos se rompen, las enzimas salen y fuera de los músculos se ponen tóxicas. Pero Emilio solo había salido a andar en bicicleta.
Nos dejaron en el box de urgencia a la espera del resultado del PCR y también que se desocupara una cama, porque no habían. Esa noche estuvo con muchos vómitos y fiebre. Al día siguiente a las 14:00 hrs. su frecuencia cardíaca subió. Su manos tiritaban. Pedí que lo vinieran a ver porque nadie aparecía. Todas las otras personas habían pasado a sala, pero nosotros seguíamos ahí y cuando le pregunté al doctor de turno, me dijo que el PCR estaba negativo, así que solo le iban a dar paracetamol para la fiebre. Les pedí que me firmaran el alta. Yo sabía que mi hijo tenía algo más, sentía que las horas pasaban y nadie hacía nada, así que decidí llevarlo a una clínica.
Ahí fue todo peor. En la clínica me dijeron que había sido un error sacarlo del hospital porque estaba a punto de conseguir una cama, que concordaban con el diagnóstico y que Emilio necesitaba hidratación continua por al menos algunos días y eso, en la clínica, iba a significar una cuenta de por lo menos seis millones, de los que tenía que dejar más de la mitad en ese momento. Volví llorando donde Emilio, le dije que no podía pagar eso. Partimos de vuelta al hospital. Ingresamos a las 20:00 hrs. y a las 5:00 de la mañana siguiente, aún nadie nos atendía. Emilio no paraba de vomitar. Salió un enfermero y nos dijo que él sabía que necesitábamos atención, pero estaban colapsados, venían llegando tres ambulancias con personas con Covid, que necesitaban ventilación urgente, así que esa era la prioridad.
Nos fuimos a la casa. Comencé a llamar a los contactos que tenía y me consiguieron un cupo en el hospital de otra ciudad cercana. Me lo llevé con un suero para que se hidratara en el camino, porque seguía con vómitos. Entramos y se descompensó. Comenzó con alucinaciones. Lo ingresaron y le tomaron exámenes. Los resultados fueron pésimos, los que no tenía por las nubes, estaban por el suelo. Todos los parámetros estaban alterados. La doctora fue muy sincera, me dijo que no sabía lo que tenía mi hijo, pero que estaba grave, así que lo iban a trasladar nuevamente a Puerto Montt, pero esta vez en una ambulancia. Me pidieron autorización para tomarle fotos a las manchas en la piel, porque reconocieron que nunca habían visto algo así.
Esta vez le tomaron el peso a la gravedad de mi hijo. Quedó hospitalizado a las 2:00 a.m. en pediatría ambulatoria y fue la última vez que lo vi. Nos despedimos y me fui. Al día siguiente la asistente social me llamó y me dijo que Emilio estaba pidiendo sus útiles de aseo. Me dijo también que me había enviado el mensaje de que me quería mucho. No pude hablar con él pero le mandé a decir que pronto llegaría a verlo y que su perro y su gato estaban bien. Emilio entró a la UTI sin diagnóstico claro, pero ya tenía un problema en el corazón. Recién en ese momento el doctor me dijo que el diagnóstico de mi hijo era Pims, una infección derivada del Covid. No entendía nada, porque todos sus PCR fueron negativos, pero ahí supe que este cuadro se puede desarrollar hasta un mes después del contagio y probablemente Emilio fue asintomático.
Llegué a mi casa, me metí a internet y no quise seguir leyendo. Sabía que existía el riesgo de una falla multisistémica, pero quise tener fe. El domingo llamé y una enfermera me dijo: “mamita, tu hijo está grave, si eres creyente reza”. Mis familiares querían viajar, pero les dije que mejor lo hicieran cuando Emilio estuviera de vuelta en la casa y así, me ayudarían a cuidarlo.
El lunes me llamaron y me dijeron que Emilio había empeorado, que el Pims lo atacó de la peor forma, a tal punto que decidieron romper los protocolos y me dejaron entrar. Pensé que lo podría tocar, pero no pude, tuve que verlo detrás de un vidrio. Solo pude tocar su mano en el pasillo cuando lo trasladaban hacia un examen. Fue terrible esa imagen, porque solo reconocí sus ojos, estaba completamente hinchado. Y entrando a la UCI hizo un paro. Recuerdo que el doctor salió llorando, me dijo que había hecho todo lo posible. Me quedé tranquila, porque más allá de si aquí hubo o no una negligencia, esto es una enfermedad nueva, nadie sabe mucho y quise quedarme con la idea de que todos hicieron lo que estaba en sus manos para salvar a mi Emilio. Lo único que pedí fue poder llevarlo a Panguipulli para que su familia completa lo pudiera despedir.
Varios días después conversando con una amiga pensamos en que esto tenía un propósito. Eso me dio ánimo y me ayudó a enfrentar mi duelo, el pensar que la vida de Emilio tenía un sentido y que con nuestra experiencia podríamos ayudar a que esto no volviera a pasar. Así que me cree una página en Facebook y comencé a compartir la información. Hace unos días me llegó el mensaje de un papá que me decía que a su hijo lo diagnosticaron con gastroenteritis, lo mandaron para la casa donde siguió con fiebre. Me contaba que por casualidad llegó a mi página y cuando comenzó a leer, se dio cuenta de que su hijo tenía muchos síntomas, así que volvió con su hijo a la urgencia y pidió que descartaran este síndrome. Y ayer me volvió a escribir agradeciendo porque su hijo efectivamente tuvo Pims, estuvo en la UCI pero llegaron a tiempo.
Por eso es importante que esto se sepa, porque yo hace poco me enteré que en el hospital de Concepción ya había habido un caso previo al de Emilio. Si yo hubiese tenido esa información antes, lo habría llevado la primera vez para allá, porque ya tenían experiencia, y quizás mi hijo se habría salvado. Esto no se puede seguir viendo como una excepción. Vivimos una pandemia y es responsabilidad de todos estar unidos para que no mueran otros Emilios. Esa es mi bandera de lucha hoy.
Lorena Navarrette es Técnico en Enfermería y vive en Puerto Montt.