“Mucho hablamos de amor y desamor. No todos y todas soñamos con un amor romántico de cuento, pero mentiríamos si dijéramos que no aspiramos a ser amados de alguna manera. Yo he aprendido que el verdadero amor va mucho más allá de lo que entendemos por amor romántico.
A mis treinta y tantos, y como la mayoría de las personas, viví una gran historia de desamor. A pesar de eso, nunca me plantee cerrarme a la posibilidad de que la vida me sorprendiera, y hoy estoy segura de que fue la mejor decisión. De esa relación nació mi hijo Pablo, que llegó para salvarme la vida y el alma, ya que fue por él y pensando en su bienestar, que decidí tomar las riendas y hacer el camino sola con ese niño de ojos enormes.
Cuatro años después conocí a Esteban, mi actual marido. Su ritmo de vida de hombre soltero, sin hijos y ocho años menor que yo, hacían presagiar que no sería nada serio. Sin embargo, la relación empezó a avanzar. Dos años después decidimos vivir juntos, él, mi hijo, yo y mis perros.
Si vamos a hablar de amor, es necesario decir que desde que mis suegros conocieron a Pablo, cuando tenía cuatro años, lo acogieron como si hubiera nacido en esa familia: siempre fue el nieto mayor y motivo de chochera por todo lo que hacía. Nunca se perdieron un acto del colegio y hasta el día de hoy lo siguen malcriando.
Al poco tiempo de esa convivencia, un fin de semana, Pablo me preguntó si le podía pedir a Esteban que fuera su papá. Ellos siempre tuvieron una linda relación, y aunque él no tenía contacto con su padre biológico desde que tenía un año, nunca intenté poner a Esteban en ese rol, pero supongo que para Pablo era complejo, sobre todo en el colegio y espacios de sociabilización, no poder hablar de un ‘papá’.
Las palabras construyen realidad, ese es un hecho del que doy fe absoluta. Y es que desde ese día la actitud de Esteban y Pablo tuvo un giro importante, dando forma a una relación fuerte, distinta, sólida, como si desde siempre hubieran sido padre e hijo, lo que se reforzó cuando en 2013 nació Luciano, nuestro segundo hijo.
Más de una vez nos planteamos la posibilidad de legalizar este proceso, incluso la terapeuta de mi hijo nos sugirió hacerlo cuando Pablo tenía nueve años, dijo que para él era importante sentirse completamente dentro de este círculo familiar y tener el mismo apellido que su hermano. Pero nosotros tuvimos miedo de la adolescencia y de los potenciales ‘tú no eres mi papá’. Poco sabíamos de amor real, porque eso jamás estuvo ni cerca de ocurrir.
Siempre les he dicho a mis hijos que el amor no se gasta, que es infinito y alcanza para todos. Nunca estuvo en mis planes casarme, ni siquiera cuando era niña o adolescente, y muchas de mis amigas y compañeras de colegio dibujaban sus vestidos de novia. Yo no quería, nunca me gustó que me obligaran a cumplir con esas normas socialmente impuestas, sin embargo, siempre aplaudí los matrimonios de otros, porque creo que hay algo maravilloso en esa capacidad de prometer un “para siempre” independiente de lo que dure. Y sin duda hay mucho amor en esa valentía.
Pablo tiene actualmente 16 años. En 2019 nos enfrentamos por primera vez a tener que pedir una autorización legal para que pudiera salir del país de vacaciones, y si bien su padre biológico –con quien no habíamos tenido contacto en cerca de 13 años– no puso problemas para hacer el trámite, esto activó en él una gran ansiedad. Tanto, que durante ese viaje le pidió a Esteban que por favor lo adoptara, que él no quería pasar por eso otra vez.
En Chile, para poder regularizar de hecho la situación de un niño o niña, es decir, lograr que la pareja de un padre o madre adopte legalmente al hijo biológico de uno de ellos, la ley exige estar casados al menos dos años.
Fue ahí que entendí lo que es el amor real. Llegamos de ese viaje y el lunes siguiente fui a pedir hora al registro civil. Yo, la que me negué a casarme siempre. Me dieron una hora que habían suspendido para el viernes de esa semana y nos casamos en nuestra casa, acompañados solamente de nuestros familiares directos.
El 4 de octubre recién pasado, después de un año de evaluaciones médicas, psicológicas y con asistentes sociales, tuvimos la audiencia definitiva en la que una Jueza de Familia sentenció que desde ahí y en adelante Pablo es hijo de Esteban, y comparte el mismo apellido que su hermano y quien ha sido siempre su padre.
¿Qué aprendí ahora del amor? Que va infinitamente más allá de lo romántico, que en nuestro caso está en la decisión de ese hombre, con quién al principio no tenía muchas expectativas, de prometer un para siempre, no conmigo, sino con mi hijo, con nuestro hijo mayor, tomando una responsabilidad que no prescribe y que trasciende a que él y yo estemos juntos, haciendo que esta familia sea eterna e infinita”.
Alejandra Ponce es periodista y tiene 49 años.
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