“Suelo decir que Xavi no sabe que es perro. En parte es cierto y en parte es mi culpa, porque lo humanicé (y malcrié) desde que llegó a nuestra familia, en un momento muy especial”, cuenta la periodista Constanza Toledo (42).
Aunque ella y su marido siempre fueron “perrunos”, les costó decidir tener una mascota debido a la responsabilidad que implicaba. Sin embargo, tras vivir un año en Barcelona y conocer a varias personas con perros, se dieron cuenta de que la responsabilidad de una tenencia adecuada venía acompañada de recompensas: amor, compañía, lealtad y disfrute.
“Cuando volvimos a Chile, empecé a trabajar en un colegio Montessori en Colina. Fue allí donde apareció Xavi. Me comentaron que habían encontrado un perrito abandonado en la parcela de al lado y que un estudiante se lo había llevado para bañarlo. Por coincidencia, conocía a su mamá, así que hablé con ella. Me contó que no podían adoptarlo, así que al día siguiente fui a conocerlo. Y morí de amor”, recuerda.
Varios que vieron al perrito le dijeron que estaba en mal estado y que probablemente no sobreviviría, pero Constanza decidió no hacerles caso. “Llamé a mi marido y, aunque dudaba un poco, me dijo que lo llevara a casa, pero que tuviera en cuenta que su operación reciente en la rodilla le impediría ayudarme las primeras semanas. Así que asumí el reto”, cuenta. Al final, no tuvo que hacerlo sola; el largo reposo postoperatorio de su marido los mantuvo juntos 24/7 durante más de un mes, lo que los volvió incondicionales.
“Nunca olvidaré lo que me dijo la veterinaria la primera vez que lo llevé: ‘Sabes que de aquí en adelante él te verá como una mamá, ¿cierto?’. Sus palabras resonaron fuerte en mí, porque Xavi llegó unos días después de que nos dijeron que no podríamos ser padres de manera natural. Así que comenzamos dos campañas: cuidar de este cachorro de dos meses —que hoy se jacta de ser el galán del barrio— y el tratamiento de fecundación in vitro para tener un hijo o hija”, relata.
Cuando se tenía que poner las inyecciones de hormonas, el Xavi se sentaba al lado de Constanza y la miraba con cara de circunstancia, siempre en silencio, acompañándola. “Volvíamos de la clínica, con buenas o malas noticias, y él nos recibía con saltos y aullidos, lo que nos reconfortaba cuando las cosas no habían salido bien y nos daba energía para seguir adelante. De alguna forma, él calmó mi ansiedad por ser mamá, lo que facilitó el proceso”, dice.
Hasta que, un día, llegó la buena noticia: “Y ahora somos felices los cuatro”, bromea Constanza. Poco después nació Lourdes, la hermana humana de Xavi. “Hoy nos reímos recordando algunas cosas, como cuando la madrugada de las contracciones, lo primero en lo que pensamos fue en dejar al Xavi en casa de mi hermana para que lo cuidara mientras pasábamos los días del postparto. Íbamos en el auto con él sentado atrás, sin entender por qué lo habíamos despertado a las 4:00 de la mañana. ¡Hasta el doctor llegó antes que nosotros a la clínica! Pero nunca le dijimos el motivo del retraso”, cuenta entre risas.
Cuando volvieron de la clínica con Lourdes, de solo tres días, Xavi la recibió con un lengüetazo inolvidable. “Lo dejamos olfatearla y acercarse con cuidado para que la conociera poco a poco. Hubo celos, y aún los hay de ambas partes, porque ambos son muy regalones. Pero nada supera el amor incondicional que hemos visto entre nuestra hija Lourdes, de 3 años, y Xavi, nuestro hijo perruno de 7″, concluye.