Lo primero que nos dice al abrir la puerta de su casa Bárbara Limoncelli es que es un día triste. La entrevista fue ayer, pocas horas después de que la Cámara de Diputados rechazara el proyecto que buscaba prohibir las carreras de perros. A ella le toca de cerca. Hace un año decidió adoptar a Lily, una galga que rescató junto con la Brigada Galgo en una situación atroz. “Estaba en un espacio en Lo Miranda junto con otros galgos y mestizos. Los tenían ahí para morir de hambre, encerrados sin agua ni comida. Lo que probablemente la salvó fue que también había un burro al que sí alimentaban con heno. Ellas comieron heno para tratar de vivir hasta que, por suerte, se conoció la situación y se las pudo rescatar”, cuenta.
Las carreras de perros galgos son una actividad lucrativa que se realiza hace alrededor de 20 años en la zona centro-sur de nuestro país, pero que a nivel mundial tiene una historia de varias décadas. Para que compitan, son entrenados intensamente desde cachorros; los amarran a motos y les suministran ciertas drogas con el objetivo de mejorar su rendimiento. Además, cuando uno de estos perros ya no sirve para las carreras, simplemente los abandonan o los encierran para que mueran de hambre.
En esa condición estaba Lily. “Llegó desnutrida, pesaba casi la mitad que ahora y estaba con una anemia que nos costó meses sanar. También tenía unos lunares en la piel que resultaron ser hemangiosarcomas (cáncer)”, cuenta. No sabe mucho más de la vida que llevó Lily antes de encontrarla; no está segura si la usaron para carreras, para caza o solo para reproducirse, que también es parte del negocio de carreras. “De esto último sí estoy segura porque cuando la llevé a esterilizar, el veterinario me dijo que su útero estaba destruido y como ‘una tela de cebolla’. Y eso es porque ha parido muchas veces”.
Años de rescate animal
Antes de conocer a Lily, Bárbara no estaba metida en el rescate de galgos, pero sí en el rescate de animales de la calle; de hecho, lleva cerca de 20 años como voluntaria en fundaciones, primero en Argentina y hace ocho años en Chile cuando se mudó al país junto con su familia.
Por eso es que, en un comienzo, la idea era solo ser el hogar temporal de Lily, sanarla y luego darla en adopción. “No pensé en adoptarla porque ya tenemos dos gatos y también uso mi casa como hotel de perros. Pero con los días y al ver a Lily reaccionar a nuestros cuidados, nos fuimos encariñando. Recuerdo que un día le dije: ‘te puedes quedar acá solo si no le haces nada a mis gatos’. Y nunca los tocó. No los pesca, es como si hubiese entendido el mensaje”, dice.
Otra cosa que la hizo decidirse es que Lily ya es adulta, que, según dice, es algo que no se da tanto ya que generalmente la gente busca cachorros. “Pero me parece bien poder darle una buena vida a un animal en sus últimos años, especialmente a aquellos que lo han pasado mal, que han sido maltratados, que han vivido en la calle o que han tenido que comer basura”.
Nueva vida para todos
Desde que Lily llegó a la familia de Bárbara ha pasado un año y los cambios son notorios. Además de haber doblado en peso, Lily se ve más confiada. “Los primeros días estaba paralizada, ni siquiera salía al patio para hacer pipí. Le tenía mucho miedo a los hombres. Hace un mes empezó a correr de alegría y a jugar con otros perros, cosa que no hacía antes. De a poco se va recuperando y es un ser maravilloso que trajo mucha alegría y buena energía a nuestra familia”, reconoce.
Su hija también lo siente. En medio de las fotos, declara que Lily también le trajo felicidad a ella. “Y es que lo que te dan estos perros es compañía, felicidad, porque son puro amor y puro agradecimiento. Cuando adoptas un perro es como si ellos supieran que les estás dando una segunda oportunidad en la vida y eso te lo hacen saber”, dice Bárbara.