“Hace unos días, hablando con un grupo de amigos y amigas, salió el tema de los quiebres amistosos. Nos empezamos a contar las experiencias que habíamos tenido al respecto y nos dimos cuenta de que es algo habitual y de lo que se habla poco. Todas y todos habíamos tenido alguna buena amiga o amigo que se había perdido en el camino. No es raro que la gente cambie y las trayectorias se bifurquen a medida que pasan los años; en eso hubo consenso. Lo extraño era cuando las amistades se acababan de manera unilateral, sin una gran discusión o distanciamiento de por medio, y/o de manera inusitada. Una experiencia que todos y todas recordábamos como un proceso particularmente confuso y frustrante. En mi caso, sucedió con una amiga del colegio a la que, para efectos de esta publicación, llamaré Sofía.

La Sofi era de esas niñas que lo hacía todo bien: tenía buenas notas en todos los ramos, le caía bien a los profesores y era una líder innata. Además de eso era chistosa, amable, generosa y bonita, combinación que generaba una admiración particular tanto en niños como adultos. No siempre fuimos amigas porque estuvimos en cursos diferentes hasta sexto o séptimo básico. En octavo o primero medio me empecé a juntar con ella y otras niñas ‘mateas’ y mantuvimos un grupo más o menos estable hasta que salimos de cuarto medio. Ya en el pregrado se nos hizo más difícil juntarnos porque todas estudiábamos cosas distintitas, en distintas universidades e incluso regiones. El tiempo había hecho lo suyo y las cercanías y afinidades se habían reorganizado.

Terminando la universidad, yo tenía mucho más en común con la Sofi que con la que solía ser mi mejor amiga del colegio. La salida al mercado laboral nos había golpeado a ambas con particular fuerza y compartíamos la triste certeza de que no importaba lo bien que nos hubiera ido en el particular subvencionado de La Florida ni que hubiéramos logrado estudiar en universidades prestigiosas; no teníamos redes y el título profesional no garantizaban ningún tipo de estabilidad. Esa desesperanza nos hizo coincidir en una crisis existencial y en una búsqueda espiritual que nos llevó a acompañarnos diariamente a través de conversaciones que, ahora veo, no eran más que intentos desesperados por sostenernos mutuamente en medio de la depresión. Así estuvimos al menos un par de años en los que la Sofi se fue alejando de todas las amistades que teníamos en común y yo me transformé en la única que podía actualizar al resto sobre su vida. Eso, al menos, hasta que decidió alejarse también de mí.

Además de todas sus cualidades tangibles, la Sofi tenía una serie de capacidades esotéricas que la llevaban a estar siempre involucrada en situaciones paranormales. No era algo que necesariamente disfrutara ni de lo que hiciera alarde, solo algo que había aprendido a aceptar como parte de su vida. Una de esas cualidades era que supuestamente podía desdoblarse mientras dormía y vagar como alma consciente por el mundo onírico y real. Una noche de esos días en que no sabía que estaba pasando entre nosotras, soñé que ella me decía que ya no necesitaba mi amistad. Probablemente fue mi inconsciente tratando de darle sentido a su repentina indiferencia, pero de todas formas le escribí para contarle. Ella me respondió diciendo que efectivamente era así. Me sentí como un objeto desechable en ese momento, pero no cuestioné su decisión porque la admiraba profundamente y confiaba en que tenía una sabiduría superior a la mía.

Pasaron meses, años y algunas cosas comenzaron a hacerme ruido. Por ejemplo, el hecho de que se hubiera creado un perfil nuevo en redes sociales y que yo me comenzara a enterar de su vida por terceros que nunca habían sido tan cercanos a ella, pero a los que ahora frecuentaba. Me empecé a preguntar entonces si había algo mal en mí o si es que yo había sido una mala amiga. Recordé las veces en que había sentido envidia de la Sofi, de cómo se convertía en el centro de atención del lugar al que fuéramos, y de la rabia que me provocaba verla coqueteando con los niños que me gustaban. Me reproché eso muchas veces porque con la distancia pude ver que era, a todas luces, una actitud injusta e infantil. Pero lo que más me dolió fue llegar a la conclusión de que la Sofi estaba pasando por algo que, aunque yo quisiera, no podía entender; una pena que me sobrepasaba y que tenía que ver con expectativas de otros/otras que ella había internalizado, y que ahora rechazaba con la fuerza con la que un cuerpo reacciona a un órgano incompatible después de un transplante.

Hace unos días terminé de ver la serie de HBO My brilliant friend basada en la novela de Elena Ferrante sobre la historia de dos amigas, Lila y Lenu; y de cómo se encuentran, se acompañan y se distancian en distintas etapas de la vida. Obviamente no pude evitar pensar en la Sofi, en cómo ella calza con todo el potencial del personaje de Lila mientras yo me dedico más a pensarla e intentar narrarla, en un intento modesto de Lenu -personaje que en la serie es una escritora internacionalmente reconocida-. La historia es hermosa en distintos niveles y por distintos motivos, pero me gustaría destacar aquí la ternura y la crudeza con la que se retrata esa amistad; como un vaivén permanente entre un cariño tremendo, un apoyo incondicional y admiración mutua; y las constantes frustraciones y pequeñas venganzas que cada una ejerce por lo que siente que la otra le quitó o le negó.

Hace casi diez años que no veo ni hablo con la Sofi. Lo último que supe de ella es que había decidido no dedicarse a lo que estudió, que se había ido a trabajar a una granja o algo así a Nueva Zelanda, y que ya no le hablaba a su mamá. No sé cuánto de eso es realmente cierto, pero en mis sueños seguimos riéndonos y llorando juntas de vez en cuando. No sé si me visita con sus poderes místicos o si es solo mi inconsciente tratando de darle sentido al sentimiento de abandono que su desaparición me dejó.

Con el tiempo, el resentimiento inicial ha dado paso a una suave nostalgia en donde la pienso con cariño, y deseo que, esté donde esté, se sienta tranquila y feliz. Supongo que parte de la vida consiste en aceptar eso; que la mayoría de las preguntas que nos hacemos no tienen respuestas, y que quizás nunca voy a saber o a entender del todo quién era realmente ella, por qué fue tan importante en mi vida, y por qué decidió irse sin dar mayores explicaciones.

Lo que sí agradezco es que existan historias como las escritas por Elena Ferrante, e incluso canciones como Girl, so confusing de Charlie XCX, por dar solo dos ejemplos de la cultura popular reciente. Estas historias hablan justamente de lo contradictoria que puede llegar a ser la amistad entre mujeres; de la intensidad con la que conectamos y nos alejamos y de cómo, a través del ensayo y error, aprendemos a reemplazar la cultura patriarcal de la comparación y la envidia, con una que prioriza la admiración y el cariño mutuo. O, en su defecto, la honestidad radical sobre todo aquello que nos tensiona y nos ha hecho mirarnos con desconfianza durante tanto tiempo.

* Loreto es lectora de Paula, si como ella tienes una historia que compartir, escríbenos a hola@paula.cl