Mi padre me abandonó siendo niña, y busqué en mi ex el amor que nunca tuve

columna de amor  - Paula



Mi llegada al mundo nunca fue esperada por mi padre. Para él, la emoción de ser papá simplemente no existía. Mi madre enfrentó sola un embarazo complicado, ya que nací prematura, casi a los siete meses. Al llegar, solo ella estaba allí para recibirme.

Creo que la vida intenta compensar las ausencias, y en mi caso, me regaló dos abuelos maternos maravillosos. Crecí al lado de ellos en Horcón. Mi madre, debido a su trabajo, nos visitaba los fines de semana. Aunque mi padre fue completamente ausente durante mi niñez, yo era feliz. El mar, los bosques y el amor de mis abuelos me llenaban de alegría. Sin embargo, siempre me quedó la duda de por qué mi padre nunca quiso establecer una conexión conmigo.

Al llegar a la adolescencia, decidí enfrentar esa interrogante. A través de un juicio, mi padre fue prácticamente obligado a pasar conmigo algunos cumpleaños y navidades. Esas visitas, en lugar de construir un vínculo, se convirtieron en una rutina que consistía en comprar el regalo que deseaba y luego despedirnos. En una de esas ocasiones, le propuse vernos una vez al mes para intentar desarrollar una relación padre e hija. Él escuchó y simplemente me ignoró. Fue entonces cuando entendí que nunca fui una hija deseada para él.

Ahora, con 33 años, siento que esa herida aún está abierta. He hablado con mis abuelos, mi madre y mi psicólogo para intentar sanar y superar el dolor que me ha dejado. Aunque hago todo lo posible por cerrar esa herida, no es fácil. La ausencia de uno de los pilares fundamentales desde mi nacimiento sigue pesando, y esa falta me ha marcado, dificultando el proceso de convertirme en una mujer fuerte y segura.

Esto se volvió aún más evidente tras terminar mi relación de cinco años con mi ex pareja. Él fue mi primer amor, el primer hombre en quien confié plenamente. Nuestra relación fue intensa: pasamos de un match en Tinder a una relación a distancia y luego a vivir juntos. Sin embargo, cuando estábamos en nuestro mejor momento, me dijo que ya no me amaba como antes. Fue un golpe inesperado; yo lo amaba profundamente. Él era mi amante, mi amigo y mi lugar seguro, donde podía refugiarme con mis miedos e inseguridades y llenar esa falta de amor. Su ausencia y abandono me dejó como una copa rota.

Con el tiempo entendí que la ausencia de mi padre, quien debería haber sido mi principal fuente de protección y apoyo desde mi infancia, me dejó con vacíos profundos. Estos vacíos, de manera inconsciente, me llevaron a aferrarme a mi pareja. Era como si mi niña interior estuviese tratando de llenar esas carencias para aplacar el miedo y la inseguridad que siempre había sentido.

Entregarme de esa manera hizo que, por segunda vez, enfrentara el abandono, esta vez por otro hombre. Aunque entiendo racionalmente las razones del fin de esta relación amorosa, algo dentro de mí se niega a soltarlo; contra mi voluntad, me aferro a la esperanza de que volverá, aunque sé que eso nunca ocurrirá.

Afortunadamente, mi madre ha sido un ejemplo admirable. Ella sufrió el abandono de mi padre y recuerdo verla llorar en secreto cuando era pequeña. Sin embargo, se levantó con fuerza, logró terminar su carrera de ingeniería, obtuvo medallas en su deporte favorito, avanzó en su trabajo y, lo más importante, me ha apoyado como madre hasta el día de hoy.

Por eso es que después de mi ruptura, yo también me propuse varias metas que he comenzado a cumplir. Primero, sanar la herida del abandono para poder tener relaciones sanas en el futuro y evitar la dependencia emocional. También he trabajado en conocerme y amarme, identificando miedos e inseguridades. Con mi psicólogo, hemos explorado mi pasado y todo lo que he logrado: soy enfermera, estudio mi segunda carrera, me encanta viajar, compré mi propio departamento y me estoy enamorando de la fotografía.

Las rupturas y crisis a menudo se perciben como experiencias negativas o se tratan de evitar, pero, desde una perspectiva más objetiva, nos ofrecen una oportunidad para salir de nuestra zona de confort y descubrir una nueva versión de nosotras mismas. Estos momentos de quiebre nos permiten procesar heridas profundas que hemos acumulado a lo largo de la vida y que nunca hemos sanado por completo. Aunque sigo lidiando con la herida del abandono de mi padre y con el cierre del ciclo con mi ex pareja, también estoy trabajando en sanar esos dolores. Espero que, eventualmente, logre la cicatrización completa. Pero a pesar de las huellas que puedan quedar, nunca olvidaré que estas experiencias me han impulsado a convertirme en la mujer valiosa y orgullosa que soy hoy.

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