Los cinco perros de mi casa tienen, definitivamente, más poder que nosotros. En invierno se apoderan de la estufa; en verano, de la sombra, y si hace demasiado calor se tiran a la piscina y se hacen pipí en el agua. No los retamos, porque si lo hacemos, se amurran y nos sentimos culpables. Terriblemente culpables. No les decimos nada, porque no podemos soportar sus colas caídas y sus ojos vidriosos, como preguntándonos "¿por qué me hacen esto?". Es verdad. Estamos un poco locos y los perros han ido enloqueciendo con nosotros.

El peor de todos es Fredo. El pequeño, dulce e intrépido Fredo, un west highland terrier que tiene un año y medio de vida y hace lo que se le da la gana: duerme en la cama de mi mamá, nos rasguña y muerde cuando no le prestamos atención, hostiga a los dos felinos de la familia y se hace pipí en cada esquina de la casa. Tiene problemas conductuales severos y por eso he decidido darle tratamiento sicológico. ¿Podrá mejorarse?

Eso es lo primero que le pregunto a la etóloga María José Ubilla, cuya especialidad es etología clínica y bienestar animal. Los etólogos son una especie de sicólogos que estudian el comportamiento de los animales. En todo el mundo hay sociedades de etología, una disciplina que nació a mediados del siglo pasado gracias a los estudios de Nikolaas Tinbergen, Karl von Frisch y Konrad Lorenz, ganadores del Premio Nobel de Medicina en 1973 por sus descubrimientos en los patrones del comportamiento animal.

Cada día los etólogos son más requeridos en Chile. Desde 2005 hasta ahora doce veterinarios han optado por seguir esta especialidad e incluso existe una Sociedad de Etología Clínica Veterinaria de Chile. La propia María José Ubilla ha aumentado de 2 a 15 sus consultas semanales, por las que cobra 22.000 pesos. Esto, según ella, se debe al estrecho vínculo que hoy existe entre ser humano y mascota. –La gente es tan cercana a sus mascotas que tiende a humanizarlas a un nivel que les generan severos problemas de personalidad– me dice, mientras mira a Fredo con cara de consternación durante una consulta a domicilio.

Fredo se está portando peor que nunca. No sólo no responde a mis órdenes, sino que, además, se afana en molestar al beagle, al siberiano y al otro west highland que tenemos. Salta encima de ellos, les ladra, les muerde la cola y los lame hasta el cansancio. María José me entrega su veredicto de inmediato:

–Él definitivamente quiere liderar la manada. Ser el primero de la jerarquía.

–¿Pero cómo? ¿Si es el más chico de edad y de porte, no debería subordinarse?– le pregunto sin entender los alcances de la problemática sicológica de Fredo.

–No necesariamente. Él no tiene conciencia de lo pequeño que es, y es capaz de enfrentar a cualquier contrincante, sin importarle su tamaño.

–¿O sea que su problema radica en que mide menos que un poodle y se cree dóberman?

–Sí, más o menos. Pero puede llegar a ser peligroso, porque un día sus contrincantes podrían responder a sus agresiones…

Seguimos con la consulta y le pregunto por el otro gran problema de Fredo –que se anda haciendo pipí en todas las esquinas de la casa– y ella me explica que eso también responde a su afán de gobernar en la jerarquía canina.

–Marcar territorio es su manera de comunicarles a los otros perros que él, y sólo él, es quien manda. –¿Por qué quiere mandar?

–Porque sabe que sólo subordinando al resto puede llegar a ser el principal centro de atracción de ustedes.

–O sea que, en el fondo, Fredo sólo está luchando por ganarse nuestro amor.

–Sí, de alguna forma. Sólo míralo.

Lo miro, me salta encima, me langüetea y no puedo resistirme a su encanto: le hablo como si fuera mi guagua y lo aprieto como si fuera un paté. La etóloga me ve y me dice que no puedo continuar mimándolo así, o voy a terminar agravando su problemática. Asiento con la cabeza, pero luego hago algo peor. Le convido un pedazo de torta con mi tenedor y ya la etóloga no da crédito a mi demencia. Me queda mirando impresionada y exclama:

–¡Voy a mencionar este caso en un congreso veterinario! No puede ser que mimes tanto a tu perro. Apuesto a que sufre ansiedad por separación– me dice. Yo, sin saber mucho lo que significa, intuyo que no debe ser nada bueno.

–¿Qué es ansiedad por separación? –Significa que el perro se vuelve loco cuando sus dueños salen de la casa.

–Ah, sí, bueno, al Fredo le pasa un poco eso. Salimos y se pone a llorar, se hace caca y vomita. ¿Eso significa que es un poco sicótico?– le pregunto, mientras la miro con tal expresión de tormento que ella se ríe.

–No, significa que está demasiado apegado a ustedes. Por mientras, Fredo continúa haciendo sus fechorías. Como buen proyecto de líder dominante, intenta montar a los otros perros machos, y yo le grito que es un cochino sin respeto. La etóloga me pide que lo ignore.

–Sólo quiere llamar tu atención. No establezcas contacto visual, táctil ni vocal con él. Accedo con el dolor de mi alma. La etóloga le suministra a Fredo un compuesto de flores de Bach para calmarle la ansiedad, los celos y la agresividad. A él le encantan, porque las gotas contienen granadina. Antes de irse, la etóloga recomienda un profundo tratamiento sicológico para modificar la conducta de mi perro regalón.

Tratamiento intensivo

Los tres problemas principales que la doctora le diagnosticó a Fredo fueron los siguientes: "Eliminación inapropiada de orina", "Conflictos de orden jerárquico con humanos y perros" y "Ansiedad por separación". Y para combatir cada uno de ellos, me entregó instrucciones precisas. Para el primero me recomendó que echara spray repelente de uso veterinario en los rincones de la casa que Fredo marcaba y que lo observara permanentemente para gritarle "¡No!" cuando levantara la patita. Y que lo premiara con un trozo de salchicha si escogía un arbolito del patio.

Intenté hacerlo, pero no pude. Si bien cumplí con lo del repelente, no pude gritarle "¡No!" cuando lo pillé en sus fechorías. Es tan chico, dulce y blanco, ¿cómo voy a mortificarlo de esa manera?

Con su segundo problema, sus "Conflictos de orden jerárquico", me pasó lo mismo. La etóloga me recomendó que debía aclararle que somos los humanos los que mandamos. No podía darle comida con mi tenedor y no lo debía saludar antes que a las personas. Tampoco pude.

Y por último, con el tema de la "Ansiedad por separación" fui más indisciplinada todavía. La doctora me recomendó que no le prestara tanta atención y lo dejara tranquilo cuando estuviera haciendo actividades independientes de mí, para que después no me echara tanto de menos cuando me fuera. No lo logré.

Seguí perturbando su mundo: si él estaba en el mismo espacio físico que yo, lo subía a mi falda. O hablaba de él, u obligaba a las visitas a que le hicieran cariño. Aunque esto siempre lo hago y la gente me queda mirando como si yo estuviera bajo los efectos del alcohol.

El lapidario perfil holístico

Me faltó fuerza de voluntad para seguir el tratamiento. Fredo continuó siendo el mismo travieso de siempre y me sentí tan culpable por su mala crianza que decidí consultar a otros especialistas para ver si lograba resultados. Y es así como fui a la consulta de Maricarmen Barba, una veterinaria holística que trata problemas físicos y emocionales de animales valiéndose de la medicina china. Cobra una tarifa variable según el tipo de tratamiento.

Desde que lo subo al auto, Fredo percibe que recibirá malas noticias. Lo sé, porque durante todo el trayecto hacia la consulta de Maricarmen tiembla y gime como si lo estuvieran separando de su mamá. Llegamos y se hace pipí en todas partes, como si oliera la presencia de otros perros y quisiera imponer su mandato. De hecho, Maricarmen, después de hacerme las preguntas de rigor, me pregunta:

–¿Vive en armonía con los otros animales de la casa? ¿Come a sus horas? ¿Se hace pipí dentro de la casa?– perfila el carácter de mi perro.

Luego, asegura:

–Fredo es del tipo madera, porque es territorial y dominante. Está gobernado por la testosterona y, por lo mismo, se hace pipí y anda ultra estresado.

–¿Y qué puedo hacer al respecto?– le pregunto como esperando una solución que le entregue cierta armonía.

–Bueno, a perros así de estresados es mejor castrarlos, si no, se enferman.

–¡Castrarlo!– le grito conmocionada, pero ella insiste. Fredo, en tanto, comienza a comportarse como si entendiera lo que decimos y no le gustara. Baja sus orejitas, esconde su rabo y se sumerge bajo la camilla.

La doctora continúa su diagnóstico iconoclasta:

–Si no lo castras, la testosterona le seguirá subiendo y antes de los tres años va a presentar serios problemas de salud. Le puede dar cáncer a los testículos o un cuadro severo de problemas a los huesos. –¿Y si lo tratáramos a nivel emocional podríamos evitar esas calamidades?– le pregunto como esperanzada de que me diga algo más positivo.

–Ya es muy tarde… Mira, si al Fredo lo hubieses tratado antes a nivel sicosocial hoy no sería así, pero ahora sus malas conductas están demasiado arraigadas. Sólo queda castrarlo. Así se convertiría en un paciente sumiso y, como consecuencia, solucionaríamos sus problemas emocionales.

–¿A propósito, qué tal se lleva con los otros perros?– aprovecha de lanzarme la pregunta. Le explico que más o menos, pero que igual juega harto con Sony, que es el otro west highland de la casa.

–¿Cómo es Sony?

–Muchísimo más sumiso. Incluso un poquitín miedoso y mamón.

–Ah, entonces el Sony es del tipo agua. Mira, aquí la cosa se pone más compleja. Definitivamente, los dos no pueden vivir juntos: a los del tipo agua, que son miedosos y débiles, no les convienen los del tipo madera, porque los hostigan demasiado. Vas a tener que separarlos.

–¡Pero cómo!

–Lo siento, vas a tener que regalar a Fredo. Fredo termina de perturbarse. Aparece de su escondite temblando como una hoja de otoño. La doctora fija sus ojos en él e insiste en que lo regale, mientras trato de explicarle que los perros son felices juntos.

–Es imposible que Sony esté en armonía con Fredo. Si Sony accede a jugar con él, es sólo porque es ultra masoquista. Los del tipo agua son así, como esas mujeres que justifican a sus maridos cuando les pegan. Quedo en un estado de shock tal que ni siquiera le respondo.

Vuelvo con Fredo a la casa y encuentro a mi mamá completamente desolada, con una crisis de ansiedad por separación después de haber pasado dos horas sin Fredo. Luego de eso me queda clara una cosa: lo único que no puedo hacer es regalarlo.

La última esperanza

Dadas las circunstancias, decido consultar a una última especialista: Astrid Concha, etóloga y neuróloga de animales. La consulta cuesta 25.000 pesos. Astrid llega a mi casa y de inmediato nos ponemos a analizar los miedos de Fredo. Le cuento que casi no le teme a nada, aunque siente terror frente a la aspiradora.

–¿Será porque tiene algún trauma de infancia?– le pregunto como tratando de escudriñarlo desde un punto de vista sicoanalítico.

–No, es más bien por el ruido. Ese tipo de sonido siempre altera a los perros– me explica.

Y justo en ese momento Fredo realiza la única gracia que sabe hacer: camina en dos patas como perro de circo. Lo premio con un pedazo de pan de pascua. Y la etóloga dictamina que ningún tratamiento ha funcionado porque Fredo es un manipulador y nosotros dejamos que nos manipule.

–Los pacientes aprenden con qué conducta obtienen lo que quieren y por eso la repiten y les resulta. Salta a la vista que este perro no se subordina a nada.

–¿Tendré que castrarlo para que se subordine?– le pregunto, mientras cruzo los dedos para que me diga que no. Felizmente me dice que no, siempre y cuando me ponga las pilas con el tratamiento de modificación de conducta, es decir, tendré que hacer todo lo que antes no hice.

La terapia irá acompañada de una dosis moderada de amitriptilina, un medicamento que lo va a calmar y le va a subir el ánimo.

–El fármaco actúa a nivel emocional. Lo ayudará a dejar el marcaje y calmará su síndrome de angustia por separación.

–¿O sea que va a andar drogado por la vida?

–No, lo ayudará a resolver su problemática interna– me dice. Y me deja aliviada. Después de la consulta decido bañar a Fredo y sacarlo a pasear para celebrar el futuro esplendoroso que nos espera juntos. Él salta y mueve la cola como si le hubiesen entregado el mejor de los regalos: su virilidad eterna.