Cuando yo era chica, a finales de los ochenta y en los noventa, la industria de la moda nos hizo pensar que los patrones de belleza se regían por dos estereotipos claros: Barbie y Ken. Eran ideales imposibles de lograr, pero eran los que reinaban en la publicidad y, por consecuencia, en el imaginario colectivo de la época. Yo, por mi lado, nunca calcé con esos moldes. Era alta –mido un metro 72 centímetros desde que tengo 15 años–, crespa y morena. Y digámoslo, lo taquilla, en ese entonces al menos, era ser rubia y ojalá lisa. Por eso, y porque era matea, me gustaba leer y llamaba la atención por mi físico, sufrí de bullying durante mucho tiempo. En esa época no existía siquiera el término, más bien se hablaba de que los compañeritos 'molestaban' o 'eran pesados', pero la verdad es que fueron episodios violentos que me marcaron. Sin embargo, mis papás me contenían y entregaban mucho amor, por lo que siempre pude contar con ellos y me reafirmaron siempre mis cualidades. Una vez, de hecho, después de que me agarraran en el baño entre todas –siempre eran mujeres las que me trataban mal–, le dije a mi papá que me quería cambiar de colegio, porque no me sentía bien, tenía tristeza por la realidad que vivía. Él me escuchó y después me dijo 'te puse en un colegio mixto y variado porque la vida es así. Si no te llevas bien con las mujeres, hazte amiga de los hombres y sino te resulta vemos que hacemos'.
Esa declaración, marcó un antes y un después; desde ese día en adelante supe que si no me resultaba de una manera, siempre habría otra forma, y esa se volvió mi manera de desenvolverme en el mundo. Empecé a valérmelas por mí misma y en poco tiempo armé un grupo de amigos hombres, salí escogida reina de fútbol por ellos mismos y empecé a tener pololos. El consejo que me dio mi papá y que hasta el día de hoy guardo como un regalo, me permitió generar empatía con los hombres y luego con las mujeres, ya que al crecer me transformé "en una relacionadora pública de pololeos" haciendo que al que le gustaba uno lo pescaran y viceversa. En ese trayecto evidentemente también me fui haciendo amigas y adquirí mayor fortaleza y liderazgo.
Creo que mi manera de ser hoy tiene mucho que ver con el empoderamiento que adquirí gracias al sabio consejo que me dio en algún momento mi papá, quien además, es masón y siempre nos incentivó a tener una búsqueda espiritual y cuestionarnos la vida. Eso hizo que ahondara en mi pasado, en mi interior y que buscara siempre una manera de conocerme, especialmente en los momentos difíciles, con todo lo que eso implicara. Pensándolo en retrospectiva, yo podría haber sido una niña mucho más triste, con autoestima baja y sin personalidad. Me podrían haber matado el espíritu. Pero, gracias al amor incondicional de mi familia y mi capacidad de conocerme y hacerme valer, no fue el caso. De chica supe que yo quería estar bien y me enteré de manera precoz, que eso dependía en gran parte de mí. Y no tanto del entorno, que si bien influye, al tener fortaleza interna la vida es diferente. El amor propio era y sería la forma de amor más importante para mí.
Y en mi búsqueda personal, comencé a practicar yoga a los 18 años y si bien he tenido periodos en los que he estado más activa que otros, es una práctica que me acompaña siempre y me ha dado fortaleza tanto física como espiritual, en momentos en que no me he sentido tan bien o he requerido "un empuje" energético. Fue así como a los 19 años también, mientras estudiaba periodismo, agarré mi mochila y viajé con una amiga por Bolivia y Perú, cerca de dos meses empezando una serie de viajes que me han hecho muy feliz, siempre confiando en que la vida tiene y tendría lindos regalos para mi. A los 23 años hice mi primera formación de yoga. Y de a poco me fui dando cuenta que teniendo las herramientas, se puede siempre lograr el equilibrio; y si tengo alguna certeza es que me tengo a mí para siempre, si bien pienso que estar en pareja es maravilloso, porque dar y recibir amor es de los regalos mas lindos de la vida, no siento que necesite a otro diciéndome siempre te amo, porque yo me lo digo todos los días y veo el estar en pareja como un complemento, no como una necesidad. En parte por mi formación, y en parte porque he perdido el miedo a conocerme en el trayecto de la vida. La meditación como práctica constante en mi vida ha sido fundamental en este recorrido por la capacidad que tiene de centrarte en ti misma, a pesar de todo lo que ocurra alrededor.
Gracias a todo eso, hoy me enfrento al amor de pareja de una manera distinta. He tenido tres parejas importantes a lo largo de mi vida –y varios pinches– y si bien he estado muy enamorada, siempre me estoy observando al estar en pareja, para no dejarme de lado. Cuando he tenido compañeros con los que conecto, es porque me permiten tener mis espacios de libertad y auto conocimiento y yo igualmente a ellos. Ha pasado, de hecho, que yo me voy a retiros o nos separamos por días y no necesariamente tenemos que estar comunicándonos todo el tiempo. Busco, que mis parejas tengan la misma inquietud por conocerse y mejorar, y que no se genere una relación de co-dependencia. Me enfrento al amor de pareja, con otro que tenga cuestionamientos y que también esté en una constante búsqueda interior. Porque en el fondo, todos los días reafirmo -en un encuentro diario conmigo misma- que yo no necesito una media naranja, porque soy la naranja completa. Y al estar en pareja con alguien formalmente de nuevo, para mi también tiene que serlo.
Por el contrario, al no estar en pareja, busco siempre mi paz interna porque la sociedad siempre cuestiona. Llevo tres años formalmente soltera y cuando me preguntan lo digo con alegría. A mis 35 años, he sentido que la gente algunas veces lo pregunta con pena, pero para mí, no estar en pareja no es estar sola. Estoy conmigo y eso es y debería ser más que suficiente, además de que tengo un entorno cariñoso gracias a mi familia, amigos y las diferentes prácticas que mantengo. No me niego al amor ni a la maternidad, solo que vivo el día y crezco. No es ser descariñada, es valerme por mí misma y querer desarrollarme como persona permanentemente.
No niego que eso a ratos me ha jugado en contra; muchas veces he sentido la envidia de personas y no por lo físico, sino que porque me río y en este país hay muchas personas muy amargadas. Me ha tocado recibir miradas del estilo '¿ella por qué está tan feliz si más encima está sola?', pero la verdad es que prefiero no enganchar con esas formas. Una vez, incluso, cuando recién me había comprado mi primer departamento, después de mucho esfuerzo, me vinieron a censar y cuando me preguntaron cuántos conformaban la familia y dije 'uno' la mujer me dijo 'ay qué pena'. Creo que eso dice mucho de esta sociedad, en la que estar soltera y feliz después de una cierta edad es mirado raro, o en la que los demás quieren arreglarte la vida cuando no la tienen resuelta ni ellos. Por otro lado, también creo que este grado de independencia y amor propio genera susto o directamente rechazo en los hombres. Hay un imaginario que ronda en las cabezas de muchos hombres que tiene que ver con "salvar a la mujer". Y cuando una no necesita eso, se asustan. Yo me conozco, he aprendido a respetar mis ciclos, y sé que tengo momentos de mayor tristeza, más rabia, confusión o pena, pero no necesito que me sobre protejan, pienso que todo debe ser un complemento.
A lo largo de mi vida he sido conviviente y me han pedido matrimonio. Esa vez dije que no porque era muy chica, pero no niego que podría casarme, solo que no es algo que tenga como una meta, "o un deber por cumplir". Me siento bien conmigo y en pareja, pero si llegara a pasar que no me case por ejemplo, no siento que mi vida sería incompleta. Las herramientas están, solo hay que perder el miedo y atreverse a ahondar en uno mismo. Mi vida, al final, es fluctuante pero está llena porque me he ido conociendo a través de los años. Conocerse también implica profundizar en nuestras antepasadas y eso a ratos puede ser complejo y hasta doloroso. Es abrir un portal y conocer cosas de uno que quizás no nos gustan o hay que mejorar. Y eso no es por ningún motivo el camino más fácil. Pero es el más honesto. Y yo ya no podría vivir de otra forma.