Cuando llegó la pandemia a Chile, en marzo del año pasado, tenía 25 años recién cumplidos y jamás hubiera imaginado pasar esa etapa de mi vida confinada y lejos de mis espacios habituales de sociabilización. Vivo con mi hermano, pero aburrida y sin poder salir con mis amigas o a conocer gente, volví a descargar Tinder. Hace tiempo ya lo había usado, pero nunca me junté con nadie por temor y porque no sentí nunca una conexión que me llevara a hacerlo. De curiosa, accedí a Tinder Passport, una función que te permite buscar gente del país que quieras, aunque estén literalmente al otro lado del mundo.

Solo para probar, puse Italia y España. Y me di cuenta que el perfil de hombres que me aparecían me resultaba muy atractivo, quizás porque siempre me atrae todo lo contrario a mí y eran personas de otras culturas y lugares o quizás por ser una oportunidad de conocer a alguien que jamás hubiera visto en un contexto normal. Al tiro me entusiasmé, porque lo entendí como una forma de salir del departamento, aunque fuera solo mentalmente. Las primeras dos semanas hice match con varias personas, pero con ninguna sentí la química suficiente como para seguir conversando.

Tras algunos intentos fallidos, en abril coincidí con Matheo, un chico de 27 años de Roma, con quien tengo muchos temas en común, especialmente en lo relacionado al deporte, la música, series y libros. Pero lo que más me gustó de él fue que, al igual que a mí, le interesaba ser voluntario en actividades de rescate animal y generar conciencia para erradicar el maltrato. Eso lo vi como una señal de bondad hacia el otro sin importar si va a recibir algo a cambio o no.

De a poco empezamos a enamorarnos. Y creo que, aunque se trata de un romance virtual, es absolutamente real. Me despierta con un “buenos días” y me manda fotos de sus trabajos en óleo. Entrenamos juntos y yo hago trabajo de pesas mientras él boxea. Durante la tarde nos damos un descanso de las pantallas y nos llamamos por teléfono. Yo sé que por lo general se espera que las experiencias en Tinder sean nefastas, que los chicos solo busquen sexo o sexting, pero de verdad que ese nunca fue mi propósito. Matheo no me anda pidiendo nudes.

Aunque es italiano, el idioma nunca ha sido problema, porque tuvo clases de español cuando chico. Claro, no habla perfecto, pero ambos hemos aprendido el lenguaje del otro, mejorando en el proceso. Al menos nos comunicamos y si no nos entendemos ni en español ni en italiano, hablamos en inglés.

Lo curioso es que, de alguna forma, vivimos en el mundo al revés. Mientras que a él le fascinan los paisajes chilenos, la vegetación y naturaleza, a mí me encanta la arquitectura de la Antigua Roma y la historia que se esconde en cada uno de sus rincones.

Tener una relación web, por así decirlo, se ha prestado para algunas situaciones graciosas. Una mañana lo llamé sin avisarle y me apareció su mamá en la pantalla. Sólo reaccioné a decir “Ciao!”, y ella me saludó de forma expresiva y muy sonriente. Cuando le conté a Matheo se rió, porque solo había salido a pasear al perro diez minutos y a la vuelta su mamá estaba muy instalada en el escritorio. Ella, en cambio, se rió y le dijo: “¿Así que esta es la chica con la que hablas todo el tiempo?”.

La pregunta que surge una y otra vez es cuándo nos veremos y con ella, vienen miles de dudas. Porque, claro, existe la posibilidad de que no tengamos química cuando nos encontremos frente a frente, que no nos gustemos o que simplemente no podamos viajar por los controles sanitarios de los distintos países. Se trata de un tema pendiente que nos causa mucha expectativa e incertidumbre. Me cuestiono si es que quizás estamos yendo muy rápido o incluso si es que alguna vez podremos vernos en persona.

Ya vimos cómo la pandemia cambió nuestro estilo de vida y al mundo entero, entonces viajar no volverá a ser lo que era antes.

Matheo ha estado en dos relaciones amorosas en su vida, pero esta es la primera vez que se atreve a hacerlo a distancia. No conocernos me aterra a veces, así como la importancia que le doy a este vínculo, que pese a todo sentimos tan real. Aunque no lo parezca, somos súper realistas y estamos de acuerdo en que si no resulta, al menos lo intentamos y lo dimos todo por hacer realidad el sueño de estar juntos. Es un riesgo que estamos dispuestos a correr por esta aventura que decidimos vivir.

Valentina Caballero tiene 25 años y es estudiante de Ingeniería Industrial