Soy hija única. Mi mamá viene de una familia de 15 hermanos y mi papá es hijo único, como yo. Ambos armaron una relación, a mi parecer, bastante tóxica, con mucho autoritarismo y violencia desde el lado de mi papá; con sumisión, negación y culpa por el lado de mi mamá.

Lo que me cuentan mis primos mayores y mis tías es que yo era una niña muy tranquila, que leía mucho y tenía buenas notas. Mis recuerdos, sin embargo, son diferentes. Me acuerdo que cuando chica mi mamá me decía que siempre soñaba conmigo peleando, que en sus sueños me portaba mal. Yo me sentía culpable de que ella soñara eso. Recién de adulta y con varios años de terapia logré comprender que esa no era mi responsabilidad.

Y es que en la familia de mi mamá la culpa siempre fue protagonista. “Hay que ir a visitar a la abuelita, mira que después se va a morir y te vas a sentir culpable”. “No dormí nada anoche por tu culpa, como sabía que tenías una prueba importante me desvelé”, me decía siempre mi madre. Esa personalidad hizo que ella también aceptara la violencia de mi papá. Para ella era natural sentir culpa por lo que le pasaba a él. Si estaba contenta, pasándolo bien en casa de alguna de mis tías, y él la pasaba a buscar, ella tenía la culpa del tráfico, de que él había tenido que trabajar apurado para ir a buscarla, de la reunión que no pudo tener, de su mal humor.

Crecí viendo esto y de cierta manera entendí que las relaciones eran así. Que el amor era culposo, que dolía. Pero fue gracias a una mujer, mi tía, que aprendí que esto no tenía que ser así, que uno podía relacionarse con otras personas lejos de la culpa, la violencia y las críticas. Ella se transformó lentamente en el pilar en mi vida y ahora, cuando miro en retrospectiva, me doy cuenta de que fue la persona que hizo posible que yo fuera diferente, que me alejara de la culpa, la recriminación, el sacrificio culposo, el sufrimiento por amor.

Mi tía es soltera. Es la hermana de mi mamá y estuvo presente en mi vida desde que nací. Para mi es como si fuera otra mamá, una relación que nace desde el corazón. Y yo para ella soy una hija: me quiere e intenta hacerme feliz. Quiere a mis hijos como si fueran sus nietos, a mi marido como si fuera su yerno. Mi familia la ama como si fuera la mejor suegra y abuela del mundo. Mi grupo de amigas la conocen y encuentran que nuestra relación es sana y hermosa. De hecho muchos de mis amigos y colegas creen que ella es mi mamá biológica, y creo que es porque yo la adoro con todo mi corazón, sin ninguna reserva, sin culpas, sin recriminaciones, sólo con amor.

Obviamente esta cercanía ha generado de parte de mis padres recriminaciones y celos. Me dicen que ella me alejó de ellos y que por su culpa ya no nos vemos mucho. Y no es que no quiera ver a mis papás, pero la relación que construí con mi tía es distinta y me llena de otra manera. Creo que mucho tiene que ver que ella es una mujer sola, que ha vivido experiencias difíciles igual que yo, y que juntas nos reconocemos y encontramos en ellas, y por eso también nos apoyamos. No culpo a mi mamá porque ella también lo ha pasado mal, y espero que algún día logremos conectar de la misma forma que con mi tía. Desde nuestra experiencia de ser mujer.

Mientras, con mi tía, navegamos nuestros días queriéndonos la una a la otra, riéndonos, hablando de las cosas del día a día, y nos hacemos felices sin culpa, sin sacrificios y sin recriminaciones. Tenerla, es de las mejores cosas que me ha pasado en la vida.

Claudia Flores tiene 53 años y trabaja en ventas.