Mi vida con un adicto
“Fue todo muy rápido. Con mi ex nos conocimos en una aplicación de citas, allí empezamos a conversar, luego salimos y después de tres salidas a comer me propuso que ser pareja. Me dijo que solía tener relaciones estables y largas, que no servía para estar solo. En ese minuto debí ver esa red flag, pero pese a que me pareció raro por lo rápido que se estaban dando las cosas, no lo hice.
Él era un hombre cariñoso, me compraba cosas constantemente. Ahora pienso que lo hacía como una manera de comprar cariño y de retenerme. No obstante, era brutalmente sincero, tanto, que a veces era hiriente. También inseguro y controlador, y a ratos hasta ambivalente respecto de sus emociones y pensamientos. Le tenía terror a la soledad y el desapego era un problema para él, puesto que no se había criado con su madre ni padre.
Al poco tiempo me fui dando cuenta de que tenía problemas con el alcohol. Él me había contado que su padre era alcohólico, pero, como tantas otras señales, no vi ésta como una amenaza. No lo digo por la historia de su padre, sino que porque era evidente que él estaba siguiendo el mismo camino de la adicción. Pero yo seguí ahí a ojos cerrados.
Mi pareja no tenía control con el dinero, gastaba lo que no tenía. Luego supe que esa es una característica de los adictos; son impulsivos, no controlan los gastos y se ven atrapados en deudas constantemente. También son manipuladores. Tienen baja autoestima, sienten culpa, pero el monstruo de la adicción es tan potente que los supera. Puede que no sean malas personas, pero con sus actitudes hieren a los que más quieren y están a su lado.
El camino para ser consciente de todo esto fue largo, pero por suerte en algún punto entendí que tenía que optar por mi tranquilidad, salud física y mental, en definitiva autocuidado. Y es que cuando uno convive con un adicto, o te salvas tú o se salva él. No hay más opciones. Es lo que me pasó. En un momento tuve que decidir si seguir apoyándolo o no. Fue duro, ya que sabía lo que le vendría: un bajón enorme por nuestra separación, llamadas telefónicas a toda hora.
En su caso, hicimos varios intentos por que se sanara. Probó con un pellet y con Antabus, pero no le hicieron efecto. Yo podría haber terminado mucho antes esa relación, pero no quería dejarlo a la deriva, más aún cuando el había quedado sin trabajo por su problema con el alcohol. Sin embargo, lo que me hizo tomar la decisión definitiva fue una vez estaba tan borracho que me desconoció, presentó un cuadro de alucinación extrema y llamó a carabineros para decirles que había una extraña en su hogar. Cuando salí corriendo del departamento, me mantuvieron retenida en conserjería del edificio y fue en ese momento cuando pensé que si seguía con él podía correr en riesgo, quizás mi vida, pero más que eso, mi salud mental.
Si bien no hubo violencia física en nuestra relación, si hubo harta manipulación y control de su parte, y autorepresión y aguante de la mía, para evitar más daño. Me daba mucha pena su situación, sin embargo, entendí que era inútil seguir con él; no iba a cambiar, ni mejorar. Todos me decían que la única manera era que tocara fondo, que lo perdiera todo, que así quizás tendría un impulso para salir.
Hace algunas semanas, recibí una lamentable noticia: mi ex falleció. En ese minuto pensé que terminar la relación y alejarme fue la mejor decisión y que su muerte fue el fin a un calvario sin salida para él. Me da pena no haber podido ayudarlo más, pero me quedo con el aprendizaje del autocuidado que tanto nos cuesta a las mujeres. Como dije más arriba, en situaciones como éstas, aunque suene duro uno tiene que elegir salvarse uno o salvar al otro, y esta vez, opté por mi”.
Paula Montes es periodista, fundadora de Coaching for living. Lecciones de vida.
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