Mientras algunos buscan a quien amar, compartir y vivir grandes experiencias de vida, otros básicamente rechazan la idea de establecer algún vínculo profundo o conectarse emocionalmente con otra persona. A esto se le conoce como el miedo a enamorarse.
A partir de nuestras experiencias vamos configurando el concepto que tenemos del amor, según explica la psicóloga clínica Verónica Aliaga, y el miedo a enamorarse se puede dar por distintas razones, ya sea por experiencias traumáticas, heridas de infancia, estilos de apego, entre otras causas, lo que finalmente va generando mecanismos defensivos de evitación hacia las relaciones, las que son percibidas como algo amenazante.
“Huir de las relaciones de pareja se convierte en un mecanismo de defensa, caracterizado por la inhibición conductual y afectiva, a fin de evitar sufrir las posibles consecuencias negativas que le podría generar una relación. En algunos casos, incluso, se observan altas expectativas y patrones de búsqueda de pareja imposibles, para finalmente confirmar la hipótesis y boicotear así el vínculo”, describe la especialista.
Según explica la psicóloga, un punto interesante a destacar, es que el vincularnos con un otro implica ser vulnerables, exponernos y mostrarnos sin una coraza, lo cual podría activar señales de alarma en nuestro cerebro primitivo, produciendo miedo. Miedo al rechazo, al abandono, al sufrimiento e incluso al compromiso. “Asociamos la vulnerabilidad a algo malo, a ser débiles. Pero la vulnerabilidad es sumamente necesaria porque es a través de ella que logramos conectar con un otro e incluso con nosotros mismos, de una forma real y transparente, sin máscaras”, describe Verónica.
¿Cómo podemos trabajar este miedo?
Según la especialista, en terapia es importante trabajar la historia de vida del consultante a fin de encontrar el origen y cómo es que se configuran estas creencias limitantes en torno al amor y las relaciones de pareja. Una vez que se logran identificar estos elementos, se trabajan a nivel cognitivo, afectivo y conductual.
“En terapia, por lo general trabajo desde tres etapas. La primera tiene que ver con la coraza, es decir, con los mecanismos de defensa con los cuales nos protegemos. Una vez que rompemos esa coraza, llegamos a la vulnerabilidad, donde la persona se sentirá más expuesta, pero que es una etapa súper necesaria para poder llegar a la etapa tres, que es la autenticidad, en donde el consultante podrá conectar en forma honesta con lo que realmente es. Es un proceso muy lindo y significativo que nos permite conocernos, trabajar nuestra historia, sanar nuestras heridas y vivir en coherencia con lo que realmente somos”, concluye.