El año empezó y las noticias que marcaron la pauta internacional informaban sobre los incendios en Australia. Unos días después, el mundo volcó su atención a las cada vez más palpables tensiones entre Irán y Estados Unidos, país que, por lo demás, estaba pasando por un proceso de destitución presidencial que finalizó el 5 de febrero con la absolución en el Senado de los dos cargos que acusaban al presidente Donald Trump. Siguieron los huracanes en el caribe. A nivel local, desde el 18 de octubre el país enfrentaba la mayor crisis social de los últimos 30 años.
Finalmente, las catástrofes naturales, las insurrecciones sociales y las amenazas de conflictos internacionales se vieron minimizadas –y en definitiva, desplazadas– por un escenario mayor: una crisis sanitaria que empezó en China y rápidamente se propagó por todo el mundo.
No hay duda que lo que va del 2020 y sus eventos nos ha hecho cuestionarnos qué está pasando a nivel global con nuestras sociedades. Y la falta de respuestas que hemos recibido, sumado al sinfín de noticias angustiantes que llenan nuestros feeds, ha aumentado nuestros niveles de ansiedad.
Como explica la psicóloga clínica de la Universidad Adolfo Ibáñez, Ruth Weinstein, cuando se trata de una situación limítrofe en la que predomina la incertidumbre recurrimos a un ente superior para obtener respuestas, sean estos nuestros padres, las autoridades o dios. Las respuestas nos hacen sentir que aun tenemos el control de la situación y eso nos genera una sensación de seguridad. Y la sensación de poder predecir lo que va a ocurrir hace que lo que pase no sea del todo tan abrumador. Pero cuando no hay quien nos calme externamente –si se trata de una pandemia, por ejemplo– somos nosotros mismos quienes tenemos que aprender a cuidarnos.
"En situaciones de crisis tenemos que aprender a controlar, en cierta medida, nuestra angustia y la de nuestros seres queridos. Para esto hay que reconocer lo que nos pasa y dejar que aparezcan los miedos. De lo contrario, estaríamos negando nuestros sentimientos", explica Weinstein. "Mirar esos miedos, darles un tiempo y una cabida y luego decir que esto es lo que se dio y voy a ver qué hago para mí y para el resto. Aprender a vivir en comunidad para calmarnos los unos con los otros".
Dan Grupe, investigador asociado postdoctoral del Centro para la Investigación de Mentes Saludables de Universidad de Wisconsin-Madison, explica en un artículo publicado en 2016 en Psyciencia, titulado El combustible de la ansiedad: la intolerancia a la incertidumbre, que los seres humanos preferimos las certezas -incluso si se trata de un escenario negativo, lo impredecible es peor, en definitiva, que lo esperado- antes que la inseguridad. Solemos temerle a la incertidumbre, de hecho, porque nos puede llevar a padecer mucha angustia.
Y es que, como explica la psicóloga integrante del equipo de la Clínica Universidad Diego Portales y docente de la misma institución, Cecilia López, hemos construido una noción social en la que rige la idea de que la vida se basa en certezas. "Necesitamos poder contar con cierta predictibilidad para así poder desarrollar nuestros proyectos y que exista una continuidad en nuestro existir. Eso nos permite funcionar cotidianamente", explica. "De hecho, el desarrollo sano en niños pequeños se sustenta en parte en la posibilidad de que el niño pueda contar con un ambiente predecible que le otorgue regularidad. Es decir, este es un elemento que es fundamental en el desarrollo psíquico temprano".
Sin embargo, cuando no contamos con esa constancia porque todo a nuestro alrededor parece desmoronarse, nos enfrentamos a variadas dimensiones de la incertidumbre. Como explica López, en este minuto no hay certezas respecto al devenir de la crisis sanitaria, respecto de lo económico, lo laboral y respecto al futuro en general. "La tolerancia a la incertidumbre la podemos definir como la capacidad de lidiar con la falta de certezas y soluciones inmediatas. Estas generan ansiedad, inquietud y por ende echamos a andar mecanismos defensivos que nos permitan afrontar esa ansiedad, tales como la búsqueda obsesiva por información". Estas búsquedas, como señala, pueden implicar un alivio momentáneo –cual efecto placebo– de la ansiedad, que eventualmente persiste.
Según López, todo pareciera indicar que por ahora no nos queda más alternativa que relacionarnos con nuestra propia ansiedad: reconocerla, aceptarla, sentirla, comunicarla hacia fuera y vincularnos con ella como si se tratara de una experiencia de inquietud interna.
"El coronavirus viene a interrumpir de una manera dramática y agresiva la continuidad de nuestra existencia. Pareciera entonces que nos interpela a tomar contacto con nuestras ansiedades y con uno de los miedos fundamentales de la especia humana: el miedo a la muerte. Quizás sea el momento de preguntarnos cuál es el sentido que le damos a nuestra existencia de aquí en adelante. Quizás por ahí, al intentar responder esa interrogante, podemos ir calmando nuestra ansiedad".