Tengo casi 30 años y el solo hecho de pensar en declararme a alguien me revuelve el estómago. Desde niña siempre fui muy tímida, para dentro, quizás por el hecho de haber sido educada en un colegio de monjas, femenino y bajo la idea de que las niñas no se juntan con los niños. Mi círculo estaba compuesto por amigas del colegio y del barrio. Y si bien en mi infancia no me acomplejaba el tema, el problema se presentó cuando fui creciendo y me di cuenta de que tenía muy pocas habilidades para acercarme al sexo opuesto, justo cuando quería empezar a hacerlo.
A los 15 años fue mi primer enamoramiento intenso. El vecino de mi prima había robado mi corazón, y yo ni siquiera era capaz de saludarlo. Cuando pasaba cerca suyo sentía cómo mi cara se ponía roja y solo atinaba a pasar muy rápido para entrar a la casa. Trataba de disimular mis sentimientos, sin embargo, se hacían mucho más evidentes. Lo bueno es que al menos no tenía que lidiar con el 'qué hago ahora que estoy frente a él para no arruinarlo'. Pasé mucho tiempo mirándolo por la ventana, aprendiéndome las canciones que le gustaban y dedicándole hojas en los diarios de vida. Después de eso, y teniendo a la mano Fotolog y Facebook, vino una seguidilla de amores platónicos. Hombres que nunca en la vida se enterarían de que había alguien profundamente enamorada (o que al menos eso creía) de ellos.
Puede sonar como una historia muy común, teniendo en cuenta que fue durante el periodo de mi adolescencia, pero cuando sigues creciendo y las cosas no cambian te empiezas a cuestionar más de dónde viene esa imposibilidad de contar lo que sientes abiertamente. Todas mis relaciones han comenzado gracias al primer paso del otro, de ese personaje valiente que enfrentando el mundo se atreve a decir '¿salgamos?'. Esa frase que lo vuelve todo increíble -y terrible al mismo tiempo-, hace que surjan preguntas que van desde el '¿Qué me pongo? ¿Qué pasa si no le gusto? ¿Y si hay un silencio incómodo?', acompañado de la inseguridad que te hace pensar que todo va a salir mal. Sin embargo, no pasa nada, y aunque en mi interior lo sepa, los demonios de mi cabeza nunca me dejan tranquila.
Me da mucha rabia pensar en cuántas cosas bonitas me estoy perdiendo por el miedo a expresar lo que siento. Ese miedo a sentirme vulnerable y mostrarme tal cómo soy. Sé que tiene que ver con un tema de inseguridad, de creer que quizás no soy lo suficientemente buena o linda para que alguien se sienta atraído. Y creo que todo radica en que fui educada para evitar el dolor y el rechazo. Si de una situación puedo salir lastimada, mejor no me arriesgo. Pero al final, si algo no funciona, también es un aprendizaje. Todo sirve para definir qué es lo que se está buscando en el otro y para una misma. Suena bien, pero todavía no logro hacerle caso a mis pensamientos. Mi objetivo para este 2019 es aprender a ser más simple y a quererme, si total, ¿qué tan terrible puede ser uno?
Jennifer Frías tiene 28 años, es licenciada en artes visuales y es la creadora de la cuenta @siempregotica.